Epílogo

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Un año y ocho meses después

Caminar por las amontonadas calles de Nueva York era completamente exasperante para mí, seguía siéndolo. Sin importar el tiempo no me terminaba de acostumbrar de la cantidad de gente que aparecía todos los días. Aunque en realidad no los culpaba, Nueva York era la mejor ciudad del mundo, de las miles oportunidades y los sueños cumplidos.

Las mujeres se acumulaban en las tiendas de ropa. En las carísimas tiendas de ropa. Y sobre todo las mujeres como yo, que no decidían rápido para comprar un simple vestido. Merida me acompañaba para ayudarme a buscar uno, e invité a mi papá para tener su aprobación.

— ¡Tienes cientos de vestidos, mujer! — me reprochó Mérida burlonamente — Podrías usar cualquiera de esos.

Moví unos cuantos vestidos de gala — Lo sé, pero Jack insiste en que compre uno nuevo.

— No te vas a graduaras dos veces, señorita — observó papá desplomado en el sofá para padres y esposos. Se reacomodó — ¿Por qué no te pruebas ese celeste?

— ¡No! — chilló Merida — ¡Parece de abuelita!

Papá refutó — Los que tú les muestras son demasiado escotados.

— Pero son lindos — Mer cruzó los brazos refunfuñando como niña pequeña.

— Ya, ya... — bufé resoplando un poco de aire — Solo a mí se me ocurre buscar uno, un día antes del evento...

Merida cruzó sus brazos — Pero Jack también tiene la culpa. Tú ibas a ir con uno de tus vestidos hasta que te dijo que compraras uno.

— ¡Es que fue insistente! — pasé mis manos por la cara. Al descubrir mi rostro — Además... quiero verme bien.

— ¿Cuándo vuelve del viaje? — preguntó papá acercándose a mí.

— Esta noche... Se fue casi una eternidad.

Merida carraspeó — Solo fueron dos semanas.

— ¡Eso es una eternidad para mí! — repliqué dándome la vuelta. Al hacerlo, noté que detrás de Mérida colocaban un precioso vestido de color azul marino ajustado a la cintura, de mangas largas y una falta era suelta que llegaba hasta el suelo. Tenía encaje cubriendo el trozo con un elegante escote modesto — Oh... creo que acabo de encontrar mi vestido.

Al salir de la tienda de ropa, parecía que mi papá solo quería irse a su casa y tirarse a en su cama por una larga siesta.

— Creo que iré a casa, hija, ha sido un día largo.

— De acuerdo... Pero, ¿te gustó como me veo?

Él me sonrió — Te ves preciosa. Estaré orgulloso de verte mañana con tu diploma — se acercó más a mí y besó mi frente — Llegaré temprano para poder verte, ¿sí?

— Bien... Ten cuidado en camino a casa, por favor.

— Tú también — acarició mi cabello — Te quiero, hija.

Sonreí — También te quiero, papá.

Mi papá se dio la vuelta y comenzó a perderse entre la multitud. Merida apareció a mi lado dándome un pequeño codazo — Tu papá me cae bien... es como, un papá-abuelo.

— ¿Papá abuelo?

— Es el bigote — agitó la mano. Suspiró un poco y abanicó su rostro un par de veces y recogió su cabello en una coleta improvisada, no llevaba ligas así que lo dejó caer de nuevo — ¡Agh! ¡Odio el maldito calor!

Soy Su SumisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora