Capítulo 16: La vida es más brillante con Gerard cerca

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Frank no quería volver a casa. No quería regresar a la aburrida rutina luego de uno de sus mejores fines de semana. No quería tener que volver a ver a Gerard dentro de una semana y no al otro día al despertar. Porque sentía que se estaba enamorando de ‘Gee’ sin importar nada. Porque lo había aceptado tal y como era, con sus secretos y cosas extrañas. Porque Gerard era especial, era ‘su’ Gerard.

Pero quisiera o no, ya habían llegado a la casa de los Iero.

Frank suspiró, mirando con recelo el antejardín de su casa. Tenía una mueca en el rostro, como si estuviera oliendo algo apestoso. Gerard detuvo el auto y suspiró también, luego volteó y notó como Frank se miraba las manos. No quería levantarse del auto. Y para ser sinceros, Gerard no quería dejarlo ir.

— Supongo que tienes debes por hacer —farfulló el mayor luego de un rato.

El menor rodó los ojos, sus labios se entreabrieron pero no dijo nada. Segundos después un nuevo suspiro se escapó de su boca y frunciendo el ceño, se giró hacia Gerard, apoyando un codo sobre el asiento y mirándole con una sonrisa. Gerard le miró de reojo e hizo lo mismo.

— No tienes idea —Frank murmuró bajito, buscando la mirada del mayor— De lo aburrido que era todo esto antes de conocerte…

Gerard se mordió los labios y desvió la mirada, le encantaba el cómo Frank podía hacerle estremecer con unas simples palabras.

— La acción es carácter, dice nuestro profesor de Literatura —prosiguió con una sonrisa, volteando y pegando su vista en el vidrio del parabrisas— Creo que quiere decir que si nunca hiciésemos nada… —suspiró— No seríamos nadie —Frank de pronto se volteó, quedando frente a frente con Gerard, éste sonrió levemente, más no dijo nada— Y yo nunca hice nada antes de conocerte —finalizó mordiéndose los labios. Y de pronto una sonrisa se extendió en los labios del menor, sonsacándole unas pequeñas carcajadas, que contagiaron de inmediato al de ojos verdes— Y a veces pienso —siguió, reteniendo una carcajada— Que nadie ha hecho nada en este estúpido país, excepto tú —suspiró en la mejilla de Gerard.

Nunca había sido bueno con las palabras, tampoco era bueno para reaccionar y a veces era un poco tonto a la hora de demostrar sus sentimientos. Pero si algo demostraba lo que estaba sintiendo en estos momentos, era la proximidad que tenía con los labios del menor, era el cómo su mano derecha atrapaba la pálida mejilla de éste, acercándolo cada vez más a su rostro, era el cómo de pronto su lengua empezaba a invadir la cavidad bucal del chico y éste correspondía maravillosamente al beso, llevando una de sus manos hacia el cabello de Way y jugueteando con sus mechones despeinados. Era el cómo sus frentes quedaban unidas después del beso, sonriéndole cómplice al contrario.

— Está bien —dijo Frank, alejándose de pronto y abriendo la puerta a sus espaldas.

— Sí, bien —Gerard parpadeo un par de veces, sentándose bien y posando sus manos sobre el volante.

— Buenas noches, Gee —sonrió Frank sacando su mochila el asiento trasero, haciéndole un gesto con la mano al hombre que le miraba embobado desde el auto y caminando hacia su casa.

No se sorprendió cuando su padre lo alcanzó en la escalera y le hizo devolver a la sala, exigiéndole que le mostrara el autógrafo del mítico C.S Lewis.  Frank sonrió nervioso y le siguió, buscando en su mochila y luego hojeando el libro que Gerard había firmado con tanta parsimonia.

Cheech se puso los lentes y alejó el libro de su regazo, mirándolo detenidamente y volteando la hoja para asegurarse de la calidad de la tinta, o algo similar. Luego de observarlo por un buen rato, habló, pero sus palabras no eran para Frank quien lo miraba expectante.

— Linda, mira esto —murmuró haciendo una mueca.

Rápidamente se escucharon unos tacones acercándose desde la cocina, luego de que una olla golpeara estrepitosamente contra el lavaplatos. Su madre lo miró por unos largos instantes, como si esperaba que su hijo regresara con un tercer ojo, o algo por el estilo.

—  “Clive” Pero que suertudo eres —sonrió Linda, tomando el libro con sus manos y examinándolo de la misma manera.

Cheech sonrió enormemente, parecía estar al borde del éxtasis. Y en vista de la mirada aprobatoria de sus padres ante la tamaña falsificación, se dio el placer de sonreír también.

— ¡Nunca un momento aburrido con Gerard! ¿No? —farfullo entre risas, Frank le miró de reojo. No sabía bien a que se refería.

— Mejor que ese muchachito al que trajiste a casa a tomar el té —Linda le miró con reproche.

Y Frank se sobresaltó de pronto, estaban hablando de Zacky.

— Gerard es mucho mejor que ese tal… ¿Cuál era su nombre? —Cheech miró interrogante a su hijo, a quien de pronto se le había pegado la mandíbula.

— Zachary —contestó quedo.

— Ese chico podría vivir hasta los doscientos años —continuó Cheech— Y nunca lo verías merodeando cerca de autores famosos —finiquitó decidido.

— No lo tiene, no tiene esa esencia —Linda le apoyó asintiendo rápidamente— Siempre será un simplón.

— Zachary podría convertirse en un autor famoso —Frank habló de pronto, sin saber por qué le había nacido defenderlo. Cheech le miró con gesto reprobatorio y luego de exhalar un largo suspiro dijo serio.

— Convertirse en uno no es lo mismo que conocer a uno —Frank rodó los ojos, a veces su padre era bastante extraño— ¡Eso demuestra que Gerard está bien conectado! Tu Gerard es un joven impresionante —agregó levantándose.

— Debo admitirlo —murmuró Linda, imitando a su esposo— La vida es un poco más brillante con Gerard cerca de nosotros.

Y Frank sonrió enormemente. Luego se levantó del sofá y rápidamente subió las escaleras hacia su cuarto. Dejaría las cosas sobre el escritorio, se tomaría una ducha y dormiría para llegar el día siguiente temprano a clases.

Definitivamente lo que más odiaba de volver a la realidad era el hecho de levantarse a las 7.00 de la mañana para ir a clases. Porque odiaba los lunes. Y más aún los lunes por la mañana.

Pero ahí estaba, ya eran las 8.30 de la mañana y la clase de educación física los hacía correr por todo el patio del establecimiento. Frank llevaba una camiseta blanca pegada al torso y unos pantaloncillos sobre la rodilla, pero moría de calor, además ya estaba aburrido de correr.

Con un gesto de la cabeza le indicó a su amigo que lo siguiera y una vez se hubieron separado del grupo, caminaron hacia debajo de un árbol para descansar un rato. Luego de unos segundos jadeando apoyados contra el árbol, Frank sacó una cajetilla de cigarros de su pantaloncillo y le ofreció a su amigo. Eran de diferentes colores y un poco más gruesos que los cigarrillos normales.

— ¿Qué diablos son estas cosas? —Bob tomó uno, examinándolo con un ojo cerrado.

— Cigarrillos rusos —contestó Frank tomando uno y guardando la cajetilla.

— ¿De dónde salieron? —interrogó encendiendo su cigarrillo y dándole una larga calada. Luego chispeo los dedos, como si la respuesta hubiera llegado mágicamente— Probablemente los compraste en el Saboy, en Claridge o en la ópera, o quizá en algún club elegante —río apoyando su espalda contra el árbol mientras el humo se perdía sobre sus cabezas.

Frank negó un par de veces pero no dijo nada, estaba concentrado en el espeso humo que salía de sus labios entreabiertos.

love under rain ・ frerardWhere stories live. Discover now