Capítulo 3

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El edificio central estaba justo en el cruce de la Avenida Malton y la calle Vladimir XIII. Era un gran edificio de piedra negra y cristales tintados y con una gran fuente que simbolizaba las siete estrellas doradas y que estaba rodeada de jardines verdes. A Lara ese edificio le parecía precioso, quizá era lo único que le gustaba de su entorno. Pero aquel dia ese edificio significaba algo más significaba manchar sus manos de sangre. Significaba mirar a un hombre inocente a los ojos y dispararle a sangre fría. Significaba convertirse en una asesina. Pero, ¿qué podía hacer ella? Era lo que debía hacer, lo que se suponía que debía hacer. Lara se miró en el reflejo de la gran puerta de cristal y metal. Segui teniendo el mismo aspecto que tenía cuando se miró en su espejo, pero ahora su cara estaba aún más pálida. Miró hacia su coche, que estaba aparcado cerca de la gran fuente, a unos veinte pasos de ella, y estudió la posibilidad de darse a la fuga con él. De hecho, no lo hubiese dudado ni un segundo si no fuera porque la mano de su padre le apretaba el codo fríamente.

La familia entró por las grandes puertas de cristal y Lara y su padre se encaminaron hacia un gran escritorio de negro cristal donde se podía leer “recepción, espere su turno, gracias”. La recepcionista, una chica de ojos azules y cabello negro y corto hasta la mandíbula y en cuya placa se leía el nombre de Lilo, los miró atentamente.

- Bienvenidos a la Sede de La Marca, ¿qué podemos ofrecerles?

- Me llamo Adam Ager y esta es mi hija Lara -. Anuncio el padre -. Era par la Ceremonia de Marcación, ya sabe…

La recepcionista, Lilo, tecleó algo en su ordenador y levantó la mirada sonriendo. -Está bien, esperen en aquella sala, con las demás familias, por favor.

Lara caminaba como un robot, físicamente estaba allí,  pero no paraba de darle vueltas a la idea de cometer un asesinato. Vale, si, los “sujetos”, como se les llamaba, eran presos con pena de muerte pero Lara no paraba de darle vueltas a que aquellas personas, también tenían familia, sueños, su corazón latía, ¿quién era ella para pararlo? Nadie.

Se sentó en una de las grandes butacas negras que había en aquella sala cuadrada. Las paredes eran grises con grandes ventanales de cristal tintado y una gran chimenea de piedra negra en el centro. En la sala había dos familias más, seguramente de otros chicos que cumplían los años el mismo día que ella. Su mirada pasó por encima de un chica con el pelo moreno corto y liso que hablaba con la que parecía su madre, la chica le devolvió la mirada fríamente y le levantó una delgada ceja. Lara apartó la mirada rápidamente y por suerte o por desgracia, se encontró con la de un chico escuálido que llevaba mirándola desde que había entrado. Se fijó atentamente, ojos marrones, como los de ella, poca gente en su Condado los tenía marrones, la mayoría eran azules o grises. La cara alargada del chico contaba con unos finos labios que le sonreían, Lara apartó la mirada rápidamente y se fijó en su hermano y su padre, que llevaban tiempo hablando sobre economía. Su padre era un hombre calvo, calvo y gordo. Podría parecer bueno si te lo imaginabas vestido de rojo y repartiendo regalos en Navidad, pero Adam era un hombre despreciable, nunca la había querido como hija, jamás la había llevado de la mano al cole cuando era niña, jamás le había enseñado las tablas de multiplicar, jamás la había abrazado y desde luego, nunca ha salido un te quiero de su boca. En cambio, Liam era el niño de sus ojos, era su tema favorito. En las cenas siempre era Liam esto, Liam aquello. Lara no estaba enfadada con Liam, ni mucho menos, estaba enfadada con sus padres, no se sentía querida, nunca se sentiría unida a ellos. Por otro lado, no aguantaba a la mujer a la cual llamaba madre. Olie Ager es una mujer delgada y bajita, de rubia y lisa melena, podría parecer dulce si no fuera por esos fríos ojos azules que se te clavaban al mirarte.

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