Luca ni siquiera dormía. Si lo intentaba, las pesadillas lo atormentaban hasta que se despertaba entre gritos, con la respiración agitada y el cuerpo bañado en sudor. Tenía miedo de volver a dormirse a sabiendas de que quedaba desprotegido. No, el sueño era algo que no necesitaba a menos que supiera cómo acabar con las pesadillas.
Aquella noche no fue distinta. Luca se despertó entre lágrimas y con el frío calado hasta sus huesos. Siete días habían pasado desde que Seth había muerto y Luca aún no lo había superado. ¿Cómo podría hacerlo? Aquél hombre había sido su padre, su guía, su amigo y su mentor, sin él, estaba perdido. Luca lloraba su muerte a todas horas y de hecho, no se avergonzaba de ello: lloraba porque sabía que si no lo hacía, le estaría restando importancia a la vida de su viejo amigo.
El Refugio era un lugar dónde los sentimientos se respetaban puesto que aquello era lo único que diferenciaba a los mestizos de los paleas, al igual que era lo único que tenían en común con los humanos. En aquél lugar podías llorar, gritar, reír, tener miedo... siempre y cuando fuera real. ¿Por qué iba a sentirse cohibido por llorar? ¿Acaso aquello lo hacía peor persona, hombre o guerrero?
El chico negó con la cabeza, tratando, quizá, de hacer desaparecer los últimos vestigios de las imágenes que el Rey de los Sueños le enviaba cada noche. Consultó la hora, ni siquiera eran las cinco de la mañana. Con un suspiro echó a un lado las sábanas y se alzó de su cama. Reparó que su almohada estaba en el suelo, seguramente su yo durmiente la había echado en un intento de deshacerse de la pesadilla. Negó con la cabeza y la volvió a colocar en la cabecera.
El agua fría del grifo había borrado cualquier rastro de miedo en su ojerosa cara, sin embargo, Luca encontró en su reflejo demasiadas similitudes con aquél enviado de la Muerte que veía la futura viuda en la cara de su marido moribundo. ¿Cómo había dejado que ocurriera? Él no lo sabía. Quizá, en su interior, siempre supo que su destino estaba marcado por las desgracias.
Cuando era pequeño, Luca solía mirar mientras su padre se vestía y trataba de imitarlo. Luca no atesoraba grandes momentos de su infancia, pero aquél era uno que, de forma sorprendente, se le había quedado grabado en el subconsciente. Su padre no era un hombre bueno, ni amable, ni siquiera sonreía, simplemente su ADN le obligaba a estar serio. Por las mañanas se alzaba temprano y en un silencio inquietante, se vestía frente al espejo que había en el cuarto de baño, nunca en un lugar distinto. Luca se levantaba siempre a observarlo a escondidas, pues había aprendido que cediendo a la curiosidad, uno se ganaba una tanda de moretones. "Nunca obtendrás nada de la curiosidad", solía decir su padre, "puesto que con ella no consigues más que demostrar el poco respeto que le tienes a las limitaciones. No trates de saber más que el resto o el resto se tornará en tu contra". Sin embargo, Luca no podía dejar de observar a su padre en su rutina diaria. Le despertaba una admiración que no comprendía. Quizá fueran sus movimientos calmados y sistemáticos, o quizá la concentración que se dibujaba en las líneas de su frente, o el respirar pacífico que forzaba, Luca se perdía en todas aquellas cosas, tratando de imitarlas. Por aquel entonces, solía envidiar los nervios de acero que demostraba tener su padre. Ahora, mientras caminaba hacia la habitación de su hermana, lo seguía haciendo.
La puerta de su hermana estaba entreabierta, así que Luca no dudó en abrirla. En cuanto puso un pie en la habitación, un pare de ojos repararon en él. Rápidamente, el joven se cruzó de brazos y, apoyándose contra la pared, sonrió divertido.
- Y yo que pensaba que estaría sola -. Aventuró, alzando las cejas en actitud inquisitiva.
La habitación de Lara era pequeña, de las más pequeñas del Refugio, pero no le hacía falta nada más. Él mismo había insistido en que su hermana debía regresar a su cama y nadie se había atrevido a decir lo contrario. Lara aún estaba débil y enferma pero era una Ager y los Ager, eran fuertes. De nada le serviría a la chica que la trataran como si fuera un paciente que se debatía entre la vida y la muerte. Ella debía demostrarle al resto de los mestizos que podía ser una soldado como cualquier otro: decidida y valiente.

ESTÁS LEYENDO
La Marca
Action¿Cómo te sentirías si al cumplir los 17 años te obligasen a cometer un asesinato? Cada noche, Lara, desde su ventana, oye disparos, gritos, miedo... Esta harta de esto, se siente fuera de lugar, no se quiere, planea quitarse la vida, pero, ¿qué es m...