Capítulo 25

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Ambos chicos descendieron las escaleras rápidamente y Paul guió a Lara por el edificio hasta llegar a lo que Lara dedujo que era el gran salón del que antes le había hablado Kira. La habitación era un gran rectángulo con dos grandes mesas que lo recorrían de principio a fin, con cientos de sillas dispuestas para los comensales. A ambas paredes del salón, se intercalaban fotografías de gente y algunos con manchas de colores que se mezclaban sin sentido, con grandes ventanales. Paul descubrió a Lara observando los cuadros confundida.

- Se llaman cuadros. Y los han pintado grandes pintores. Los colores se llaman pinturas, y, aunque te parezcan manchas sin sentido, tienen mucho valor. Por ejemplo, ¿ves ese en el que aparece una mujer desnuda sobre una concha? La del pelo rubio. Ese es el Nacimiento de Venus y su autor es un tío que ahora mismo está más que descompuesto llamado Sandro Botticelli. El de las figuras esas raras sin sentido es un cuadro de un pintor llamado Joan Miró, y aunque no lo parezca, también se considera arte.

- ¿Y el de esos relojes que están desechos?

- Es el favorito de Kira, es de un loco con un bigote muy raro llamado Salvador Dalí. Tendía a ver la realidad de una manera… muy distinta a los demás. Los elefantes, obviamente, no tienen las patas tan largas.

- Parece queso fundido -. Dijo Lara riendo levemente.

- Sí, bueno. Creo que esa era la intención. Seguramente lo pintó para acordarse de comprar lonchas de queso fundido cuando fuera al supermercado. De todas formas, el arte es algo de Kira, yo soy más de música, lo que me lleva a mi misión. Mira e intenta no llorar.

Paul se adelantó hacia un piano de cola negro y se sentó en el banquillo.

- Lara, esto es un piano. Uno de los instrumentos más bonitos que existen. Siéntate en una de las sillas y cierra los ojos. La música entra mejor si te cierras al mundo y sólo… escuchas.

Lara obedeció embelesada por la novedad. Mientras, el chico empezó a tocar una serie de notas aleatorias como prueba.

- ¿Lista?

Lara cerró los ojos y Paul empezó a acariciar suavemente las teclas del piano, deslizando las manos por su teclado, produciendo sutiles notas que danzaban lentas en sus orejas. Paul no vacilaba con las notas. Un cosquilleo le inundó la boca del estómago a Lara. Alzó la barbilla hacia el sonido, queriendo empaparse de él. Sin poderlo evitar, una pequeña lágrima descendió por su mejilla, escuchando la triste melodía. Suspiró profundamente, sintiéndose suspendida en el aire, escuchando las profundas notas que Paul tocaba para ella. Paul, concentrado en tocar la pieza, le iba lanzando pequeñas miradas de reojo a Lara, observando complacido el efecto que el sonido ejercía en ella. Nunca pudo llegar a entender como los paleas podían vivir sin algo tan esencial como la música, los colores o los libros. La música lo era todo para él. Su madre le había enseñado a amarla y desde pequeño ya tocaba partituras de Chopin o Korsakov, pero esta sin duda era una de sus favoritas. Era una pieza lenta y triste, pero era perfecta para enseñarle a Lara cómo con tan sólo unos pocos movimientos, podía hacer que la tristeza la abarcara casi por completo. A él mismo muchas veces, cuando tocaba esta pieza, se le humedecían los ojos. Paul paró de tocar antes de que la pieza acelerara y se volviera divertida y vibrante. Levantó la mirada hacia la chica, que al notar que se había parado, abrió los ojos suspirando.

- ¿Qué te ha parecido?

- Es… triste.

- La música puede llevarte de un extremo al otro a su antojo. Se convierte en un juego para el músico que la toca y el oyente.

- ¿Tiene nombre?

- Te he tocado una parte de una pieza llamada Claro de Luna de Ludwig van Beethoven. Un máquina. Tiene piezas más alegres, pero quería que vieras que con tan sólo unas pocas notas, puedes acabar llorando. Y eso es lo que te hace humana, la capacidad de albergar sentimientos, de llorar y de reír, de emocionarte. Y ese es el cometido del arte, de la música… De todas las artes que existen en este dichosos mundo. Vuelve a cerrar los ojos.

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