Capítulo 2

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La voz de su madre la despertó de un salto, se tocó la mejilla, esa noche también había llorado. Lara se levantó y fue hasta el diminuto baño de la derecha, como no, su hermano estaba dentro.

- ¡Liam retrasado! ¡Tengo que usar el baño!

Liam era un desastre, pero Lara lo quería igual. La puerta se abrió y apareció su hermano mayor, vestido con el uniforme de la Marca, un conjunto gris con el emblema de la “M” con las siete estrellas doradas que representaban los siete estados. Su hermano era soldado, cuando cumplió los diecisiete, hizo la ceremonia de Marcación, dónde estás obligado a cometer tu primer asesinato, a modo de bautizo, un honor para cualquiera, y después eres destinado a un trabajo. A Liam, le tocó jugar a las guerras. A él le encantaba su trabajo, con sus dieciocho recién cumplidos, vivía para y por la Marca.

- Que si pesada… -. Liam salía del baño mientras se secaba con la toalla su corto cabello y la miraba con esos ojos azules iguales a los de su padre, los mismos que ella desgraciadamente no había heredado.

- Mira que eres presumido… - Apuntó Lara mientras se encerraba en el baño. Abrió el grifo de la ducha y se quitó la vieja camiseta con la que dormía. Sintió la leve caricia del agua caliente recorriendo la piel. Se lavó el pelo y lo aclaro con rapidez. Le habría gustado estar más tiempo en la ducha, pero su madre se enfadaría. Salió apresuradamente y se secó con una toalla vieja que después se enrolló en el cuerpo. Miró su reflejo en el espejo, las manchas de las lágrimas de anoche habían sido borradas por el agua pero seguía siendo igual de fea, eso nunca cambiaría. Cogió un peine y se cepilló los largos rizos dorados. Tenía que darse prisa, hoy era su cumpleaños, hoy cumpiliría los diecisiete y haría su ceremonia de Marcación.

- Mamá, ¿has visto mi cartera?

- No Lara, si no fueses tan descuidada quizá sabrias donde dejas tus cosas. Venga, cómete las tostadas primero.

Lara no tenía hambre, si comía se engordaría y se negaba a pasar por ahí. Aun así, se sentó de mala gana y se untó mantequilla en su tostada.

- Por cierto Lara, ¡felicidades! -. Su madre le entregó un paquete con un bonito lazo rojo. Ella nunca recibía regalos por su cumpleaños, por lo que se sorprendió al ver a su madre sostener ese paquete. Lo cogió con un leve “gracias” y lo abrió, dentro había un pequeño revólver dorado, en el mango estaban grabadas las siete estrellas de la Marca. Ese revólver sería el arma homicida de su primer asesinato. Lo dejo caer al suelo y salió corriendo hacia ninguna parte. Se negaba a tener que matar a nadie, se negaba a volver a casa. Se negaba a ser Lara.

Se encuentra de nuevo en su dura cama. Su padre le zarandea el hombro con sus grandes manos y la obliga a abrir los ojos.

- ¿Q-qué hora es? - Pregunta medio bostezando.

- Pasadas las cuatro, tu madre esta esperando abajo, te has dado un buen golpe al caer por las escaleras del patio cuando has salido corriendo. Vístete, rápido. Tienes un vestido en la percha, es tu gran momento, no la cagues-. Explica él en tono frío. Lara observó cómo el hombre al que llamaba padre salía de su cuarto sin ni siquiera cerrar la puerta.

- ¡Como mínimo podrías cerrar la puerta! -. Le chilló al aire la chica. Odiaba a su padre, pero no pasaba nada, el sentimiento era mutuo. La relación de Lara con sus padres era… tensa. No había día que no intercambiasen palabras malsonantes entre ellos. Estaba cansada de todo esto.

Se levantó a regañadientes y agarró la fina tela de seda de su vestido. Era un vestido bonito, blanco, como exigía la tradición, pero llevaba un bordado de finas flores doradas en la falda. se quitó la vieja camiseta blanca y los gastados tejanos y pasó el vestido por sus ondulantes rizos. Caminó hasta el espejo y se observó. La chica que se reflejaba en él no era Lara. No podía serlo, aunque imitara sus movimientos. Esa chica de ojos marrones estaba preciosa con su vestido vestal y los largos rizos cayéndole por los hombros. Sin embargo, Lara no podía creer que fuera ella. Ella no era guapa, ella no era la chica del espejo, nunca llegaría a serlo, demasiado gorda, demasiado delgada, demasiado bajita, demasiado alta... Suspiró y se dirigió hacia la cocina.

- Mamá… -. Empezó a anunciar.

- Lara ya te he dicho que no se donde está la car… Dios…-. La mujer repasó con sus ojos azules a su hija, estaba preciosa. Era la viva imagen de ella con diecisiete. Lástima que no tuviera novio aun. - ¡Adam! -. Gritó la madre de Lara. - La niña ya está, ¡enciende el coche que nos vamos en diez minutos! -. Se giró hacia Liam, que estaba examinando el revólver con entusiasmo. -Y tu, Liam, deja ya los juguetes y sube al coche que vamos con prisa.

- Si mamá… -. Liam se acercó a mi y la observó detenidamente. - Es una buena pistola, usala bien. Por cierto, estás preciosa -. Y dicho esto, le guiñó un ojo y se fue tranquilamente por la puerta principal, Lara vaciló un segundo pero después siguió a su hermano hacia fuera donde le esperaba un coche familiar negro brillante que la llevaría a su peor peor pesadilla.

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