Capítulo 9

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- Quizá sea mejor que te deje sola -. Propuso Liam

Lara no contestó, se limitó a coger una silla sin apartar la mirada del primer tomo.

- Si necesitas algo, pregunta por mi a alguna enfermera -. Y dicho esto, Liam salió cerrando la puerta con sumo cuidado, dejando sobre la mesa un pequeño sobre, de un color marrón causado por el paso de los años.

Lara acarició la tapa del primer libro y abrió por la primera página. Una hoja en blanco con una sola línea: “La decadencia”. El libro narraba un cuento. La protagonista, Aria, detallaba los sucesos que ocurrieron un 13 de septiembre, hacia las diez de la noche. Lara empezó a leer las mismas líneas que había leído una vez tras otra, en silencio, con la luna como testigo y las sirenas de las ambulancias de La Marca rompiendo el silencio.

 

“Papá y mamá me han escondido bajo la casa. En el salón hay una compuerta, tapada por la gran estantería, dónde papá guarda todos sus libros. Mamá ha bajado conmigo, y me ha explicado que no podía salir de aquí, aunque ella misma me lo pidiera. Me ha explicado que estoy en peligro, que vienen a por mi y que no he de confiar en nadie, que ellos intentarán engañarme, y que lo conseguirán. “Eres fuerte, eres lista, eres libre. Aria te queremos. Papá y yo vendremos a buscarte en un par de días. No salgas, no hagas ruido, no existes. Aria, renuncia a tu nombre, renuncia tu pasado, renuncia a tu futuro. Tienes latas en conserva escondidas detrás de la estantería. Volveré a por ti, Aria, esto es sólo un puente que hay que cruzar.” Me había dicho mamá. Ella me besó repetidamente y después subió a casa, cerrando la puerta a su paso.

Llevaba ya un dia y dos horas encerrada en las profundidades de mi casa. No sé que está pasando allí fuera, no oigo nada. Mi única compañía es mi muñeca de trapo y un par de ratas que he visto entre las sombras. He encontrado este viejo libro en una pila de libros viejos que pertenecieron a mi abuelo. Mamá me ha pedido que olvide mi nombre, que olvide mi vida. Pero nunca desaparecemos del mapa del todo, siempre queda una pequeña parte de nosotros en cada persona, en cada parque por el que hemos paseado, en cada libro que hemos leído, en cada habitación que hemos pisado. Si bien Aria debe morir, quiero que mi recuerdo permanezca entre estas páginas, que cada por cada palabra escrita, un trozo de mi vida quede encadenado para siempre. De esta manera le digo adiós a Aria y le digo hola a Juno Kurt.”

 

Lara suspiró, no sabía que podría ayudarle en nada los mismos párrafos que había leído cuando se sentía sola, cuando su única compañía deseada era la soledad. Entonces reparó en el sobre que Liam había dejado junto a la caja. Cogió el sobre y lo observó. Por su color dedució que era viejo. Lo guardó en su bolsillo y recogió los libros y la caja. No podía perder más tiempo. Se dirigió hacia su habitación. Una vez allí, cerró la puerta y sacó el pequeño sobre, se sentó sobre su cama y lo abrió fácilmente. Dentro una pequeña nota desgastada estaba doblada por la mitad, la abrió y leyó la caligrafía de Aria.

 

“He oído golpes arriba. Quería salir corriendo, pero mamá me dijo que me quedara aquí. Que no abriera a nadie, ni a ella. No sé cuánto tiempo estaré aquí, ni si me he despedido para siempre de mi amado sol. No sé que pasará a partir de ahora. No sé si mi madre podrá cumplir su promesa en dos días. No sé si seguiré aquí para entonces. No sé porqué soy peligrosa ni quién me busca. Sólo sé que mi nombre es Aria Pres y mi único delito fue nacer con los ojos marrones.”

 

Marrones. Los ojos de Aria eran marrones. Sus ojos eran marrones.

 

Si a Aria la perseguían por nacer con ese gen, ¿por qué no iba a ser Lara distinta? Tener los ojos marrones era considerado una anomalía. Pero, ¿quién era esa gente del hospital? ¿qué querían de ella? ¿por qué le habían devuelto sus libros? ¿que pasó con Aria? Demasiadas dudas y muy pocas respuestas.

Frustrada, se arrancó las vías que la unían al carrito del suero, decidida a darse el alta ella misma. Salió disparada de su habitación y llegó a la sala de objetos perdidos, si se acordaba del patrón de la contraseña, quizá podría conseguir algo de ropa. Se imaginó los largos y ágiles dedos de Liam marcando los dígitos de la pantalla, "1...", eran solo cuatro, no podría ser difícil de recordar, "...2...", pensó en el clic metálico de la puerta al abrirse, "...0...3". Sonrió para sí, 1203. Esa era la combinación. Miró la puerta, esperando a que se abriera, esperando a oír girar los engranajes, rezando para que nadie preguntara el porqué de su situación. El sonido no llegaba, comprendió que los dígitos eran erróneos. Pateó la gran puerta frustrada.

-Ea, ea, ¿que te ha hecho ya la puerta? -. Lara se giró y se encontró con el único ser que no deseaba, bajo ningún concepto, toparse con él. Kyle. El chico subnormal de los ojos miel. El mismo que se había mofado de ella en la cafetería. Levantó una ceja mientras lo observaba, él sonreía. "Imbécil...", pensó Lara.

- ¿Qué quieres? Tengo cosas que hacer.

- ¿Te refieres a lo de saquear "Objetos perdidos" o a lo de jugar a boxeo con una puerta de metal? -. Lara soltó un suspiro. Que estresante que era.

- No te incumbe.

- Que pena, porque resulta que yo si se la contraseña, es la misma para casi todas las puertas -. Kyle sonreía divertido. Lara lo miraba asqueada.

- Está bien, ¿qué quieres a cambio?

- ¿Qué te hace pensar que quiero algo de ti?

- Eres subnormal.

- Gracias. Aunque pensándolo bien, tienes algo que me pertenece.

- ¿Me lo vas a decir o espero a que se me encienda la bombilla…?

- El tomo tres -. Lara lo miró sin entender nada, desde luego a este chico le faltaban varios tornillos. - Tu tienes tres libros, te los ha dado Liam, lo sé. El tercero es mio. Quiero que me lo des.

Lara recordó el tercer tomo. Lo había leído sólo una vez, recordaba la historia, de un chico, pero no sabía que tendría que ver con Kyle.

- Está bien, ¿para qué lo quieres?

- Porque es mío. Ya lo entenderás, ahora, aparta.

Lara se apartó hacia un lado y observó cómo el chico marcaba la contraseña. El clic de la puerta le indicó que era correcta. El chico esbozó una sonrisa de victoria al ver cómo la puerta se abria.

- Después de ti, rubia.

- No me llames rubia.

- Lo que tu digas, rubia -. Contestó Kyle, arrastrando cada palabra.

Lara puso los ojos en blanco y pasó antes que él.

- ¿Se puede saber qué buscamos?

- Ropa, para mi -. Lara empezó a buscar entre las cajas y poco después Kyle le imitaba.

A los quince minutos, Lara había encontrado una camiseta holgada verde oscuro y unos tejanos grises algo ajustados. No era gran cosa pero era lo que tenía. Se guardó el sobre en el bolsillo trasero de su pantalón.

- Oye, creo que deberías darte una ducha...

- ¿Insinuas algo?

- No, bueno, es que seguro que no te han dejado tranquila y bueno... No quería decir que olieras mal ni nada...

- Kyle, está bien, tranquilo. Creo que la necesito.

- Puedes ducharte en mi habitación si no quieres pasar por la tuya.

- No, da igual. Estaré bien. ¿Puedo preguntarte algo? -. Lara se mordió el labio nerviosa.

- Depende de si puedo contestar o no.

- ¿Porqué me tratas así?

- Yo no te trato de ningún modo.

- Vamos, que eres subnormal a jornada completa.

- Es uno de mis muchos encantos, rubia.

Impresionante. Hacía nada parecía que se llevaban bien y todo y de repente, vuelta al inicio. Ese tío era un mandril de pies a cabeza.

- Da igual. Me voy a duchar.

- Cuando acabes tráeme el libro.

- Si, si. Adiós.

- ¡No te resbales!

- Lo intentaré -. Y dicho eso, Lara se encaminó hacia la habitación 323.

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