Capítulo 10

511 30 0
                                    

Se miró al espejo del baño. ¿Cómo podía cambiar tanto una persona en tan poco tiempo? Estaba más delgada, su piel había adquirido un tono aún más blanco. Bajo sus ojos, unas grandes manchas negras se difuminaban, haciendo que su cara pareciera más alargada. Cuando era pequeña, la vida parecía un milagro, todo estaba por descubrir, todo por ver, todo por soñar. Recordaba viejas escenas de ella en el campo, junto a sus hermanos, jugando con unos palos a las guerras. A los once empezó a odiar a todo el mundo, era su manera de apartarse de gente tóxica, empezó a pensar por si sola. Empezó a ver el mundo de una manera distinta. Empezó a despotricar contra La Marca y recordaba como su madre la miraba escandalizada y su padre negaba decepcionado. Pero ella no conseguía entender cómo los humanos habían llegado a tal punto que se exterminaban entre ellos, sin ninguna finalidad aparente, por pura diversión. A los catorce, Lara aprendió a escuchar. Aprendió que la mejor manera de opinar era escuchando con el corazón y siendo objetivos. Aprendió a disfrutar de los pequeños placeres, aprendió a cerrarse en sí misma y a no dejar que nadie la perturbara. Ese mismo año empezó a burlarse de ella misma, acabó convirtiéndose en su peor enemiga. A los dieciséis comprendió que lo mejor que podía hacer era esperar sentada a que llegara su Ceremonia, a que la destinaran a cualquier otro estado y a que le dieran un trabajo. También aprendió el don del autocastigo, aprendió a darle otros usos a las maquinillas de afeitar de su padre, aún conservaba las cicatrices, que permanecerán allí por el resto de su vida, recordándole lo débil que era. A los diecisiete, Lara entendió que si quería cambiar el mundo, debía cambiar su micro-entorno primero, empezando por ella misma. Cees, la chica de pelo corto y ojos grisáceos, le había abierto los ojos. Podía quedarse en su casa, encerrada en su cuarto, esperando a que su reloj diera  las seis, finalizando todos los disparos y gritos con su última campanada, o podía reivindicarse, salir y negarse a ser la marioneta de un gobierno tirano.

Lara sabía que nadie le iba a dar respuestas, pero quizá encontraría a alguien dispuesto a dárselas. Se había duchado y el agua le había aclarado las ideas, sabía cuál era su próximo movimiento, y sabía exactamente a quién pedirle ayuda.

 

El profesor Dert estaba sentado en una mesa blanca de la cafetería. Cuando Lara se acercó, el hombre la observó detenidamente.

- ¿Y bien? -. Preguntó el profesor dejando a un lado la ensalada que estaba aliñando.

- Quiero ver al tal “Jefe” -. Replicó Lara, levantando el mentón para parecer segura y firme.

- “El tal Jefe” te ha salvado de una buena, Lara.

- Si, vale. Pero nadie me ha dicho su nombre.

- Eso es porque no lo has preguntado, querida -. El profesor sonrió arrogante.

- ¡Porque no me dejais preguntar! -. Lara se masajeó la frente. Este hombre la ponía nerviosa. - Es igual, necesito hablar con él.

- Creí que tenías otras cosas en mente.

- Eso fue antes de… No importa, ¿dónde puedo encontrarlo?

- Ven conmigo, Lara -. El hombre se levantó y se encaminó hacia la gran puerta roja de la cafetería. Lara no dudó en seguirlo. Cruzaron varios pasillos, hasta que el hombre se paró delante de las puertas de un ascensor. El botón de llamada se iluminó bajo la presión que ejercia el pulgar del profesor y no tardó en aparecer seguido del agudo sonido de la campana.

- Después de ti -. Le indicó el hombre a la chica con una leve inclinación de cabeza.

Una vez cerradas las puertas, su acompañante pulsó la planta -4 y el ascensor empezó a descender. La suave música ambiental iba a volver loca a Lara, así que se dedicó a jugar con un mechón de su cabello.

Las puertas se abrieron y un par de agentes de policía les bloquearon el paso.

- Visita protocolaria de mando, permiso de residente. Yo mismo me hago cargo de cualquier retraso. Me acompaña Lara Ager, de la zona A-3 -.

Lara no entendía nada de lo que decía el profesor, pero se ve que para los guardias tenía un significado completo, porque se apartaron de inmediato para dejarles paso e inclinaron la cabeza en señal de aprobación. Dert se dirigió hacia una puerta metálica e introdució una contraseña en una pequeña pantalla provocando la apertura inmediata de estas. Lara se acercó para poder ver el interior de forma más clara. Se encontró una habitación blanca impoluta, como la de la Ceremonia de Marcación, pero más lujosa, dónde varias personas corrían de arriba a abajo, llevando papeles de un lado a otro y atendiendo llamadas.

- Todo tuyo. Espero que encuentres todo lo que buscas, no cometas ninguna estupidez ni le faltes el respeto a nadie. Te estaré esperando fuera -. Y dicho esto, Lluc Dert desapareció cerrando las puertas tras de sí.

La chica se encaminó hacia la mesa que tenía más cerca, un chico, de cabello oro y ojos casi negros levantó la vista al ver que tenía visita.

- Eh… vengo a ver al… ¿al Jefe?

- Oh, vale. Espera aquí -. El chico tecleó varias cosas en su ordenador. - ¿Cuál es tu nombre y tu permiso?

- ¿Yo? Oh, claro. Lara Ager y el permiso… ¿de residente? - Contestó Lara recordando lo que el profesor le había dicho a los guardias.

- ¿Ager? ¿Lara Ager? -. De repente la sala quedó en silencio y todas las personas allí presentes se giraron para observar como a la chica se le subían los colores.

- Eh... Si... ¿Algun problema? -. Si Lara pretendía parecer fuerte y segura, abandonó toda esperanza. Odiaba ser el centro de atención y estaba intimidada por los centenares de ojos que la escrutaban de arriba a abajo. El chico se levantó y le indicó que la siguiera. Atravesaron la sala apresuradamente hasta llegar a un pequeño despacho en una de las esquinas más alejadas de la sala.

- Señor, tiene visita -. Anunció el hombre a la puerta. Esperó a que esta se abriera y le indicó a la chica que entrara. Lara obedeció y cruzó el umbral vacilante.

El despacho era alargado, de paredes blancas impolutas y mobiliario en tonos grisáceos y negros. Observándola desde la comodidad de una silla de escritorio y protegido por una gran mesa blanca estaba Luca, su hermano.

La MarcaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora