Lisa se encontró con su imagen en el espejo y se vio con autoridad.
No debía ser una cobarde.
Es decir, su miedo era ilógico. ¿Qué más podía pasar además de una sencilla conversación? Nada, exacto.
De todos modos jaló aire por muchas veces, sintiéndose un poco más aliviada, no obstante que, un momento antes, había terminado por aceptar la nefasta idea de que un día actuaría por un desequilibrado impulso y se escondería en el lugar más apartado de su zona de comodidad.
Miró la fotografía de su familia que estaba en el mueble. La foto iba refugiada por un marco de mosaico cerámico con un lindo unicornio hecho de madera tintada de color azul agua y púrpura. El unicornio tenía unas grandes y vistosas alas que se excedían del límite del marco, haciendo parecer que el animal se echaría a volar pronto. En el centro estaba la foto de sus padres, sus primos y primas reunidos; esta le había llegado por paquetería desde Tailandia ya que se le olvidó llevársela cuando fue la última vez. La alegría de tenerla al fin había sido formidable. No paró de sonreír al observar de nueva cuenta los rostros de cada miembro de su familia, aunque también lloró por lo que significaba tener que verlos a través de una simple imagen.
Volvió a mirarse en el espejo. Tenía los labios y las mejillas pálidas. Debía hacer algo para resolver ese problema. Su solución fue: no ceder ante Jungkook y lo que este quisiera decirle. Debía pasar por desapercibidos sus nervios y, especialmente, debía aparentar que su corazón no se encendía cuando él sólo hablaba o la observaba con su mirada magnética.
¡Ella era Lisa, Panpriya, Lalice Manoban! Podía con eso. Estuvo confiada, aunque... la confianza no duró mucho.
Acabó por aceptar que no podía con eso y lloró falsamente su infortunio. Ella sólo era una chica ídolo con un admirador ídolo que quería acercarse a ella. ¿Qué se hacía en esos casos?
Se sentía entre la espada y la pared. Era su primera vez viviendo algo así. Jamás le ocurrió sentirse una persona distinta en presencia de otra. Era como si Jungkook la obligara a ser incapaz, vergonzosa e introvertida, y esto se volvía tan extraño pues ese no era su carácter. A ella le encantaba sonreír, ser afable y hasta bromear al estar con personas de su máxima confianza. Esa era ella. Esa era Lalisa Manoban. ¿Qué tenía Jungkook que la hacía actuar de una manera tan opuesta?
Tal vez por ayuda de algo elevado o perverso (tampoco supo cómo determinarlo ahora), su suerte mejoró cuando se aventuró al final a seguir con aquella videollamada. Jungkook se había ido.
Se tentó a terminar esa llamada y regresarle otra para por lo menos disculparse por su falta de propiedad, pero consideró adecuado no arriesgarse. Lo que deseaba era alejarse de él, no al revés. Si tomaba la iniciativa de contactarse, él podría malinterpretarlo y eso no estaba en sus planes.
A lo mejor esa era una señal del destino que le decía que todo había acabado, sólo debía terminar la llamada, pero, después de decidirlo, del otro lado de la pantalla se escuchó movimiento.
Se preguntó el qué le urgiría hacer a Jungkook en medio de una videollamada fallida. De repente se puso a cuestionarse lo que haría un chico como Jungkook en su habitación, solo, con ya las casi nueve de la noche que marcaba el reloj del teléfono. Ella conocía algunos aspectos de su vida como, por ejemplo, lo obvio, que le gustaba mucho cantar. Y además sabía que era un fanático de los videojuegos por las tardes. Esta información la había obtenido, no de su boca, sino de las conversaciones que mantenía con Jisoo. Casi se podía afirmar que Jungkook Jeon era un chico prodigio por sus múltiples talentos y virtudes, y este hecho la hizo sentir insegura. No sabía si ella era lo suficientemente buena como para relacionarse con él.

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Deja Vu
ФанфикPor algún motivo que no es exacto, las miradas de dos de los ídolos más populares del k-pop llegan a reflejar algo más que cordialidad y, es en este instante, en el que una inesperada situación ocurre en los rincones de un after-party que descontrol...