46. «El final de un deja vu»

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En realidad no tenía siquiera idea de lo que estaba pensando, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás

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En realidad no tenía siquiera idea de lo que estaba pensando, pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Jungkook cambió su expresión de inquieta a áspera, una que se le hubiera antojado como muy desapacible si no estuviesen en ese momento. El corazón lo sentía en la garganta. ¿En qué lío se había metido?

El tenso silencio melló hasta que Jungkook la tomó por las caderas y dijo:

—Lisa, tú sabes que no tienes que sentirte presionada a ninguna cosa.

—Estoy segura de que quiero hacer esto —afirmó antes de que siguiera apeándola a pensar de otro modo—, pero no estoy nada segura de cómo se hace..., así que necesito que me digas cómo hacerlo. Por favor, guíame.

Asintió sin más afán de detenerla. Tomó una de sus manos y la condujo al sofá principal estilo New York para ponerle sobre su regazo. Le llegó el impulso de abanicarse debido al calor, pero pensó que eso se habría visto como un acto de lo más tonto y anti erótico del mundo, entonces esperó con paciencia mientras Jungkook recorría su cuerpo no sólo usando la mirada, sino también sus manos. Se dio cuenta de tantas cosas con esa mirada..., cosas muy complicadas para poner en una descripción, aunque supo que quería algo de él y que este también sabía muy bien a lo que se estaba refiriendo. 

Se sonrojó al deslizar esa imagen cero virginal por su cabeza. ¿Dónde estaba la Manoban Lalisa de antes, la que había estado ilusionada con las películas de Disney y los cuentos mágicos con finales felices e inocentes? Muy lejos de allí.

Jungkook posicionó pues su mano derecha en su espalda baja, donde más abajo estaba su cóccix, el final de la columna que la mantenía en movimiento. Ante su toque se le coló una insólita excitación por cada poro. Todas sus vertebras, desde las lumbares hasta las cervicales, fueron tocadas por su tacto en una lenta caricia, solemne de la peor tortura medieval, y ella comenzó a estremecerse sin la capacidad para apelar nada por circunstancias ya fuera de su dominio.

—Bésame —le exigió él—, tócame donde quieras, sólo hazlo.

Automáticamente estrechó distancias entre sus cuerpos. Enredándose de su cuello, chocó sus labios con los de él y lo besó con intensidad, tal cual hubiese nacido para recibir sus órdenes y obedecerlas sin replicar nada.

El beso acabó fallando como atenuante para el hambre que sentía. En todo caso, esta sólo se escondió entre las sombras de su mente a la espera del momento apropiado para aparecer y exigir entonces algo que la concediera de satisfacción.

Desenredando los brazos, comenzó un regalo de caricias a partir de su abdomen, lugar que escondía a su hermoso six-pack. Luego subió por sus pectorales y suavizó por una brevedad sus angostos y duros hombros por arriba de su abrigo. Con la mayor inquietud, enseguida los presionó y encajó sus uñas en ellos. Jungkook parecía demasiado satisfecho con lo que estaba haciéndole. De sus labios, además de jadeantes respiraciones, no pararon de salir gemidos que clamaban por el mismo entusiasmo en sus caricias y besos.

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