Los Que No Vuelven.

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¡Hola vos! ¿Cómo estás?
¿Qué pasó en tu vida este último tiempo?
Me interesa conocerte así que por qué no me contas algo de ésta semana, a ver con qué locuras tuviste que lidiar últimamente.

Y hablando de locuras, este último tiempo me he sentido perseguida por una canción. No es nada extraño en si, ya que yo vivo con música. Todos los días, en casi todo momento escucho música. Amo la música. Pero últimamente está ésta canción que parece que a donde vaya, ahí está. Comprando comida para el almuerzo, ahí está; caminado tranquila por la calle, ahí está; haciendo espoiler a mi prima, ahí está (lo sé, soy malota); golpeándome el dedo chiquito del pie con la mesa, ¡ahí está!; tengo miedo de prender la radio. Creo que hasta estoy media paranoica.
Como sea, es una canción hermosa que cada vez que la escucho hace que algo en mi cora se rompa.

Y como soy media chismosa quise compartirla en ésta cosa rara que llamo Blog. 

Por cierto, capas digas bueno, no hay nada interesante en una canción, además de que parece que me persigue. Pero para mí la música que escuchamos dice mucho de nuestras personalidades, y aparte, ésta canción en particular tiene una historia detrás que quería compartir con vos.

Espero te guste la historia que te voy a contar, porque yo simplemente la amo.
Te aconsejo que reproduzcas multimedia mientras lo lees a partir de acá, está en inglés pero creo que se entiende igual.

Ahora sí, espero te guste.

«Cuenta la historia real de una aldea en India, en la que una familia se convirtió a Cristo. Al encontrar ésta nueva fe, no pudieron contener su felicidad, por lo que compartieron su experiencia con otros, invitándolos a conocer a este ser maravilloso que habían aceptado.
Pero el rumor creció, y gran parte de la aldea se enfureció con la familia, creyendo que harían enojar a sus dioses por aceptar a este tal Cristo.
Enojados, el pueblo y el Jefe de la aldea, sacaron a la familia de su hogar para llevarlos a la plaza pública, justo en el medio de la aldea. Como si fueran criminales, los enjuiciaron frente a todos los habitantes; gente que hasta hace unos días, habían escuchado con atención las palabras de esta familia.

Enfurecido, el Jefe dictó la sentencia: si no negaban su nueva creencia, serían todos asesinados, tanto el padre, como la madre y sus pequeños hijos.
Habló entonces al padre de la familia que se notaba angustiado, dándole la oportunidad de retractarse.
Rodeando a los niños, le dijo al hombre que estaba de rodillas frente toda esa gente, que si no renunciaba ahora, sus hijos morirían.
Sin saber qué hacer, el hombre recordó entonces la canción que él mismo compuso el día que encontró a Jesús.
Con el alma rota y la voz temblorosa, cantó en ese mismo momento las primeras estrofas de aquella canción.

«He decidido, seguir a Cristo,
He decidido, seguir a Cristo,
He decidido, seguir a Cristo
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás».

Lamentablemente, los hijos fueron asesinados.

Sin inmutarse, el Jefe se dirigió sin vacilar hacia la esposa del hombre.
La gente estaba cada vez más inquieta, lo que veían era horrible, sanguinario.
Creyéndose benevolente, el líder de esa tribu le dio otra oportunidad; ésta vez, la vida de su amada estaba en juego.

Los nervios le hacían temblar las manos, las piedras se clavaban en sus rodillas, pero cuando alzó de nuevo la voz, ni una pizca de duda se coló en su canto. Al ver los ojos de su esposa, sin ningún reproche, volvió a cantar, estremeciendo a los presentes. Aquellos mismos que antes de aquel día habían creído también en ese tal Jesús, pero que ahora callaban, temerosos.

«Si otros vuelven, yo sigo a Cristo,
Si otros vuelven, yo sigo a Cristo,
Si otros vuelven, yo sigo a Cristo,
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás».

Después de eso, la vida de su amada terminó.

El cuerpo de su esposa cayó en el suelo, sin vida ya. Imágenes de su vida junto a ella hicieron rodar lágrimas desoladas por sus mejillas.

Impresionado, el Jefe reconoció honor en el semblante de aquel hombre.
Con voz autoritaria le ordenó que terminara con aquel juego. Lleno de confusión, el mandatario decidió darle una última oportunidad. Ésta vez, su propia vida estaría al filo de la espada.
Ya sin nada que perder, el Jefe creyó que al fin se doblegaría. Podía ver valentía y determinación, seguramente sería muy útil en la milicia, no tenía por qué desperdiciar así su vida.

Con el corazón hecho pedazos, el hombre se puso de pie lentamente, tambaleándose, para después levantar la vista hacia el cielo; creyó que podía ver la sonrisa de su Salvador, tierna y triste.
Respiró hondo, el dolor era profundo y demoledor, pero la duda jamás llegó a su alma. Con las pocas fuerzas que le quedaban, entonó la última estrofa de su canción.

«La cruz delante, el mundo atrás,
La cruz delante, el mundo atrás,
La cruz delante, el mundo atrás,
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás».

Y esas fueron las últimas palabras de aquél hombre.

La vida de una familia terminó entonces, pero una semilla se sembró en el corazón de aquel Jefe.
Por días la visión de ese hombre y su familia lo persiguió sin tregua.

¿Cómo alguien que estaba a punto de morir, que había visto a su familia ser masacrada, podía cantar de esa forma, sonreír de esa forma?

¿Qué clase de locura podría lograr que alguien diera su propia vida por una creencia?

¿Quién era ese tal Jesús que valió más que la muerte, que el dolor, que la vida?

Las preguntas no dejaban de surgir en su mente, luchó y luchó hasta que al fin llegó a una conclusión: sólo una fe verdadera podría lograr tal acto de lealtad desinteresada. Sólo un profundo amor podría lograr esa clase de entrega.
Conmovido hasta sus cimientos, en ese mismo instante el Jefe entregó su vida a Cristo. La paz y el gozo llegaron a su vida pues había hallado el perdón y un nuevo comienzo.

Entonces, el Jefe reunió a toda la aldea en la misma plaza donde había muerto esa familia y allí declaró frente a toda su gente que había visto los ojos de Jesús en la mirada del hombre que él mismo asesinó. A partir de ese día, se permitiría la libertad de fe. Todo el pueblo celebró aquello. Muchos se convirtieron a ese tal Jesús, dejando sus vidas atrás, con las cruz delante de ellos.

El gozo fue tanto que pronto no sólo cada habitante de la aldea fue convertido a Cristo, sino que las aldeas alrededor escucharon atentas la historia de un Dios crucificado, un hombre que renunció a su vida y una canción del corazón.

La noticia se expandió poco a poco, y desde ese día, aquellas estrofas se convirtieron en un himno a la vida, al amor, a la entrega.

Desde entonces, se canta en todo el mundo, para recordar el sacrifico de un hombre y su familia por aquello que consideraban de mayor valor que ellos mismos.
Desde entonces, se recuerda la valentía de renunciar a uno mismo por algo mayor. Y al acto de elegir vencer al miedo, para no volver atrás.

Como dije, amo con toda el alma ésta canción y espero que puedas disfrutarla también. Como siempre digo, estas en tu derecho de no creer en esta historia, en nada de lo que escribo, pero yo comparto mi historia como aquel hombre hizo; y como él, real o no, quiero algún día llegar al cielo y poder decir:

«No volví atrás, no volví atrás».

Con mucho amor, Poly.

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