Capítulo XXIII

1.7K 209 8
                                    

Aloys, sintiéndose completamente ajeno a que la carta en la que había abierto su corazón, no había llegado al destinatario correcto, lo primero en lo que pensó, fue en que Minerva no le quería, y su imaginación llegaba tan lejos que hasta había llegado a pensar que Minerva había roto en pedazos la carta y no solo eso, sino que después de su atrevimiento, ya no querría volver a verle jamás.

No podía ir más herrado en sus principios, pero el problema estaba en que él no sabía que aquella carta había sido rota, por las manos de Santiago y no de ella.

Aloys sintió que tal vez lo más sensato era que dejara de insistir en aquellos temas de amor, porque supo que su amor, no había sido correspondido, y por lo tanto, ¿valía la pena seguir luchando por algo que nunca llegaría a existir?

Aunque fuera difícil, Aloys se mintió a sí mismo diciendo que podría aprender a vivir sin su recuerdo, sin evocar a cada momento la sonrisa de ella, y aquel brillo estelar que traslucía su mirada, sin recordar su voz, aquella dulce melodía, pero ¿para qué se engañaba si sabía que podría tener entre sus brazos a cualquier mujer, mas su corazón jamás le pertenecería a otra que no fuera la verdadera dueña de su corazón?

Pasaron dos meses más. Dos meses en los que parecía que el tiempo no continuase hacia adelante, sino que fuera marcha atrás. Volvió a sentirse la misma persona molesta y que era más odiada que amada por la gente de su alrededor. Era arisco, irascible, y creía disfrutar a través del padecimiento de los demás. Dormía dos horas al día, no necesitaba más. Leía libros de caballerías, en los que no hablasen ni idealizasen el tópico del amor. El día pasaba entre interminables paseos por los jardines de rosales. Las noches..., estaban sumidas en la oscuridad, y rodeado de soledad, contaba las estrellas, pero lloraba al llegar a las estrellas más brillantes, pues fugazmente recordaba sus ojos, aquella mirada que adoraba.

Y entonces su cuerpo se entumecía, se volvía cada vez más y más rígido, como si se asemejase a una estatua de mármol, ya que hasta en su extrema palidez se parecía.

Aloys quería dejar de vivir, porque sabía que difícilmente volvería a ser feliz. Cada vez que Aloys veía a unos niños de no más de tres años jugando, se preguntaba si algún día él llegaría a tener una familia, pero sabía que ni siquiera aquellas pequeñas criaturas serían capaces de hacerle feliz.

Hasta que un día su suerte pareció cambiar de golpe cuando recibió una nota que a él no le pareció en lo absoluto motivo de sospecha a través de la cual se le citaba en la casa de Minerva. Para cualquier otra persona, aquella carta hubiera resultado algo inusual, e instintivamente hubieran dejado de ir a la cita, pero para Aloys, aquel enamorado sin remedio, en cualquier lugar en el que se hubiera hablado de Minerva, él habría acudido sin dudarlo.

El mismo día en que recibió la carta, fue hasta la cabaña en la que Minerva estaba. Llamó a la puerta, pero pese a que pasaron varios minutos, nadie salió a abrirle. Por momentos sintiéndose cada vez más inquieto, empezó a pensar que había sido víctima de una emboscada. Desdobló el papel que le habían entregado, y aunque observó una caligrafía que denotaba que la persona que lo había escrito era muy perfeccionista, tras meditarlo, supo que aquella no era la letra de Minerva, sino una imitación.

Reculó varios pasos, pero su pie izquierdo tropezó con una rama, y en aquel momento, una red cayó sobre su cuerpo. Aloys, asustado a más no poder al comprender que había sido víctima del engaño, intentó zafarse por todos los medios posibles de aquella red que habían tendido sobre su cuerpo. Forcejeó durante unos instantes, pero una vez que vio que su lucha estaba siendo frustrada dejó de pelear con la red y cerró los ojos con la certeza de que era prisionero, y que no había manera de escapar. Pensó en gritar, pero al momento desechó la idea al pensar que no serviría de nada al recordar que no había ni rastro de presencia humana en varias cuadras. La única solución que tenía era encomendarse a su suerte, y por una vez creer que el destino, tenía unos hilos invisibles que podrían hacer lo que quisieran de él.

Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora