Capítulo XXXIV

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Aloys llevaba días pensando en una solución gracias a la cual poder salir de aquella celda. Y, de no ser posible, no le importaba quedar preso él para siempre, con tal de que Minerva pudiera ser libre. 

Con el paso de los días, Minerva se había resignado a su destino, y lo único que lograba mantener sus ánimos en pie era poder conversar con Aloys, que aun en aquella hostil situación, lo daba todo de sí para sonsacarle alguna sonrisa a su querida. 
Le contaba detalles de su infancia, situaciones por las cuales había pasado cuando era pequeño, anécdotas graciosas... Cualquier excusa para escuchar la risa de ella, era un motivo por el cual Aloys quería que los días continuaran avanzando aunque hubiese momentos de indecisión. 

Llegó un día en el que no vino el criado sordo-mudo para traerles la comida, y Aloys aprovechó aquella ocasión para hablar con el hombre que llegó en su lugar. 

Mauro se llamaba, y Aloys le conocía desde la infancia ya que había visto en más de una ocasión a aquel hombre rondando por los jardines, y en algunas ocasiones le había ayudado a ensillar los caballos, no eran amigos, pero Aloys confiaba en que él les pudiera ayudar. 

—Mauro—le saludó cuando le vio llegar y le reconoció. El aludido, después de tantos años desde la última vez que vio a Aloys, apenas se acordó de él, por lo que Aloys tuvo que hablarle de los días en los que habían intercambiado algunas palabras en los rosales. Poco a poco, los recuerdos llegaron a su mente, y Aloys confiaba en que aquello fuera suficiente para llegar hacia el corazón del hombre para apiadarse de su mala suerte. 

Cuando Aloys sintió que había recobrado un poco la confianza, con cierto tacto pasó a abordar el tema de su encierro: —Mi esposa y yo necesitamos ayuda, y tú puedes ayudarnos—imploró con abundantes lágrimas en los ojos. Pero Mauro, a diferencia de lo que Aloys creía, no se apiadó de sus llantos y su corazón no se enterneció ni un poco siquiera. 

—Yo ayudo a quienes me pagan. Desconozco los motivos por los cuales estás en las mazmorras, pero yo sólo cumplo lo que me ha pedido tu padre. Es él quien manda, y quien me da el dinero con el que poder alimentar a mi familia. Después de todo, no sería capaz de traicionarle, y menos por ayudar a su hijo. 

—Mauro, eres una de mis últimas esperanzas—suplicó Aloys mientras que escuchaba los llantos de Minerva—mi esposa está embarazada, y necesitamos salir de aquí. El único crimen que me ata a estas cadenas, es amar a la persona de la clase equivocada. Fue por eso que mi padre nos encerró aquí. Pero durante mi vida he sido un hombre honrado, que sólo ha buscado la felicidad, y por el camino, se ha topado con tragedias. Necesito tu ayuda. Después de esto, si me ayudas haré todo lo que esté a mi alcance para que ni a ti ni a tu familia le falte de nada. No tendrás que volver a trabajar nunca más para el tirano, a quien tengo por padre. Pero por favor, solo te pido que nos ayudes. 

—Aloys, por mucho que haya hecho de malo tu padre, no puedo traicionarle—insistía Mauro, aunque, algo en su pecho iba ablandándose al ver el sufrimiento ajeno. Aloys intentó persuadirle durante unos segundos más, sin lograr nada. 
Cuando Mauro se fue, Aloys creyó que había logrado llegar hacia el corazón de Mauro, y esperaba que así lo fuera, pero Dios tendría la última palabra. 

Cuando la puerta se hubo cerrado, y el último rayo de luz salió de las mazmorras, Aloys no pudo evitar volver a derramar lágrimas al pensar en que atado como estaba, no podía hacer nada por escapar de allí. 

—Lo siento, Minerva, lo siento tanto...—Decía con todo el dolor del mundo anclado en su pecho mientras que Minerva intentaba consolarle. 

—No es tu culpa, Aloys—le decía—Nadie elije a quién amará. Tú no me elegiste a mí, yo tampoco te escogí a ti, y al mismo tiempo, nos amamos y la realidad es esta. Y en el amor, no hay decisiones erradas, no es malo amar. Lo malo reside en regocijarse en las desdichas y no querer la felicidad de los demás. Eres una buena persona, Aloys. Si mis últimos días están en esta celda, me alegro de estar a tu lado. Hiciste bien persiguiendo lo que más amabas, porque al final, yo también comprendí que te amaba, y eso, es el recuerdo que nos hará amar la vida aun cuando a veces creemos que la odiamos por la forma en la que nos trata. En el amor, no existen razas, ni ideologías, simplemente amamos el corazón de la gente, y si escogemos a una persona, por el dinero que oculta su billetera, lo único que vamos a sembrar en nuestra vida, van a ser placeres superficiales que jamás nos satisfarán. Tú has amado a la hija del campesino, y yo he amado al hijo de un hombre poderoso de Francia, y qué más da. Si amenazada a morir por la guillotina, me dijeran que confesara tu amor, sin duda preferiría la muerte, antes que decir una mentira, algo que no sintiera mi corazón. Porque te amo, Aloys. Y no me importa quién seas tú, quién sea yo, y cuáles sean nuestros apellidos. Lo único que tiene valor, es la pureza de las emociones. Lo demás, todo se podrá comprar, pero la felicidad, ¿qué es felicidad, sino estar con la persona a quien amas? Y yo te amo a ti, mientras que muchas personas caminan por la vida sin encontrar a a la persona que amarán, y piensan que el amor les podrá conseguir un buen pretendiente. Pero por dentro, sus emociones son caducas, están arrugadas como el papel en el cual cuentan su dinero. Y por eso, me enorgullezco de ser pobre de dinero, pero rica de espíritu. Porque tengo a una persona que me ama, y a quien yo amo, y porque siempre creo y creeré que la mayor de las riquezas, es el conocimiento. 

—Añoraba a esta Minerva—respondió Aloys con tristeza y tranquilidad en sus palabras—aquella que habla desde el fondo de su alma. Me alegro de que aún continúe estando en su lugar, para demostrarme que no me equivoqué al jurar amor eterno. 

Pasaron dos días más en los cuales la pareja hablaba, y en sus cabezas, lo único que pesaba era el tiempo y las cadenas que ataban su cuerpo. 
Hasta que un día, fuera de las mazmorras escucharon un estruendo, que pronto adoptó la forma de gritos femeninos. 

—¡Te ordeno que no te interpongas en mi camino!—Aloys reconoció de inmediato la voz de su madre, y su pecho, se hinchó de esperanza de repente—Wilky, desde ahora, ya no eres mi esposo. ¿Cómo alguien puede ser tan cruel? —Decía realmente enojada—¡Me dijiste que Aloys había ido de viaje! ¿Cómo pude creerte?—los gritos cada vez iban en aumento. Wilky hablaba también exaltado pero no lograba articular las palabras correctas para apaciguar el enfado de Julieta. 

Escucharon un fuerte golpe en la puerta, y, segundos después, Julieta entró en las mazmorras. 
—¡Aloys! ¡Minerva!—gritaba presa del miedo a que les hubiera pasado algo, o que hubiese llegado demasiado tarde. Se adentró en las mazmorras y vio a Minerva. El estado en el que le encontró le resultó algo doloroso, ya que Minerva estaba bastante demacrada, y el cabello enmarañado tapaba sus ojos. Cuando Minerva miró hacia Julieta, sintió la mayor oleada de esperanza que hubiese recibido en su vida. 

Julieta desprendió las cadenas del cuerpo de Minerva, con la ayuda de Mauro. Cuando Aloys vio que una de las personas que les habían rescatado era Mauro, se deshizo en palabras de gratitud hacia Mauro. 

Cuando Aloys fue liberado de sus cadenas, abrazó a su madre, y después, a Mauro. 

—Gracias Mauro, jamás te podré pagar todo lo que has hecho por mí, porque nada de esto tiene precio. 

—No hace falta que me des las gracias—le respondió el hombre—, solo hice lo correcto. 

A lo lejos, Wilky despotricaba por el giro de los acontecimientos, y repetía una y otra vez que Mauro era un traidor, y que merecía ser condenado a la guillotina y a la humillación pública, pero Julieta supo que después de aquello, tendría una gran charla con Wilky, y tendrían unas palabras que él jamás olvidaría. 

En el momento en el que Aloys miró a Minerva, las lágrimas de felicidad resbalaron por sus ojos. Abrazó a Minerva, como si su vida se escapara en medio de aquel gesto. La besó en las mejillas y en la frente, para pasar a los labios, como si quisiera recordar cada parte de su rostro, para que éste jamás se le olvidara. La miró a los ojos, como si hubiera pasado una eternidad desde la última vez que sus miradas se cruzaron. Se dio cuenta, aterrado, que después de tantos días de espera y sufrimiento, su rostro se había ido tornando borroso en su mente, y para él fue una liberación poder volver a ver a Minerva, y saber que aquel infierno terminaba bajo sus pies en aquel momento. 

Antes de que Aloys pudiera hablar con su madre, ésta abandonó las mazmorras y fue a por Wilky. Mientras que los enamorados, mostraban lo mucho que se habían añorado pese a poder hablar durante todo el día. 

—No hay cadenas que puedan reprimir todo el amor que siento por ti. —Sentenció Aloys, Minerva le miró con admiración.  Y quiso, poder quedar presa de aquel abrazo tan cargado de necesidad, de anhelo y de amor, por siempre. 


Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora