Capítulo I

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-Carcasona, Francia, (1800)-

La calma había sido quebrada por los gritos de aquella mujer que estaba de parto. Gadea sollozaba adolorida y temerosa de no llegar a ver a su hijo. Estaba siendo un parto muy complicado y desde que había empezado a sentir las primeras contracciones, el sol ya se había ocultado y durante aquella eterna noche Gadea había perdido tanta sangre que su piel se había tornado más pálida que la cera.

Su marido Vladimir, había acudido desesperadamente a casa de sus amos, Wilky y Julieta, para pedir ayuda. Pero para cuando llegó la comadrona, Gadea yacía tumbada sobre un inmenso charco de sangre. Lloraba y continuaba gritando, pero no pudieron hacer más por ella. Respiraba con dificultad, a veces tosía y sabía que la muerte cada vez estaba más cerca mientras que lo único que tenía en mente era poder tener a su pequeño entre sus brazos, al menos durante unos instantes. 

Una hora más tarde, los sollozos de la mujer se perdieron cuando llegó al mundo una niña; la hija que Gadea había querido con tantas fuerzas. Y de repente, Gadea sentía que la vida le había traicionado, y le pidió a Dios, que al menos, le pudiesen dejar disfrutar de aquel momento de serenidad que fue el que tuvo, cuando al fin pudo abrazar el débil y pequeño cuerpo de su hija. 

Vladimir veía el final de su esposa muy cerca, y en el establo, cuando vio a Gadea, susurrándole algo a su hija, lloró y se acercó hacia donde estaban las dos mujeres que por siempre amaría. 

—Se llamará Minerva—dijo Gadea con una débil sonrisa. Le acarició el rostro, y miró a Vladimir mientras que le pedía que se acercase hacia donde estaba ella—, me siento demasiado débil para seguir luchando—sonrió con tristeza—, pero quiero que sepas que desde que te conocí, he sido la mujer más feliz del mundo, y que ahora aunque yo me vaya, por siempre una parte de mí estará contigo, y esto es todo lo que necesito saber para partir tranquila. 

Vladimir no sabía qué podía responderle. Las palabras se habían quedado atoradas en su garganta. 
—Pero mujer, no digas eso...—intentaba él consolarla—, el médico está de camino y muy pronto llegará. Ya verás que te pondrás bien... Han avisado al médico que asistió al parto de doña Julieta, es una eminencia. Él procurará que tanto tú como la niña estéis bien. Ya lo verás, Gadea. Nos acompañarás por muchos más años, y verás crecer a esta hija que desde antes de nacer ya queríamos porque sabíamos que iba a ser nuestra mayor felicidad. 

Gadea se acercó a Vladimir y le rodeó con los brazos. No dijo ninguna palabra, lloró y sus lágrimas mancharon las mejillas de su pequeña. Ella sabía que aquel era su final, pero pese a todo, quería pensar que su hija y su marido estarían bien.

Estarían en compañía de Julieta y de Wilky y nunca les faltaría de nada porque sus amos serían muy bondadosos con ellos. Minerva crecería al lado de su padre y con el tiempo sería feliz, aquel era su único deseo. 

Si aquellos eran sus últimos momentos de felicidad, Gadea se sintió muy afortunada, porque había conocido a su razón de ser. Primero, cuando conoció a la persona que le había enamorado, y después, porque fruto de aquel amor, había nacido una niña que sería hermosa e inteligente y que llegaría a ser una gran persona. 

—Minerva, serás una gran mujer—dijo su madre—me gustaría que fueses una mujer luchadora. Pero sobretodo, hija, quiero que seas feliz. Deseo que crezcas sana, que puedas ser cada día una persona más grande, que tengas la misma bondad que tu padre, y sé que no me recordarás, pero cada vez que te sientas triste, pídele a tu padre que te hable de mí. Que te diga lo feliz que en estos momentos me siento de haberte tenido, porque he conocido a los dos amores de mi vida, y ahora, puedo morir en paz. Espero, Minerva, que tú cuando seas mayor, también puedas conocer a la persona que ames con toda tu alma. Siempre estaré contigo, siento que nos tengamos que ver para tan poco tiempo, pero te he conocido, y al menos, quedará en mí saber que le he dado vida a un pequeño ser, que estoy segura que hará grandes cosas. 

Y, después de aquellas palabras, la vida de la mujer se fue apagando cada vez más rápido, como si fuera una llama, hasta que de aquella vida, sólo quedaron cenizas. 
Cuando el médico llegó, todo había terminado. Las lágrimas habían dejado de existir, pero las sonrisas también. 

Lo último que había podido hacer aquella mujer que había vivido una vida dura, a excepción de los últimos años en los que había sido verdaderamente feliz, fue decirle aquellas palabras a sus seres queridos.
Si hubiera sabido, le habría escrito una carta a su hija para que años más tarde ella pudiera leerla, pero ni ella ni su marido sabían. Por lo cual, un deseo de aquella mujer, era que su hija pudiese tener la suerte de que alguien le enseñase a leer y a escribir, para que fuese una mujer independiente y fuerte, y que pudiese ser fuerte en la vida. Aunque ella no había tenido la fortuna de tener estudios, esperaba que sus amos se apiadasen de ella y que le educaran como su hija merecía. 

Tras la partida de aquella mujer, llegaron Julieta y Wilky hacia el establo, y se encontraron a un Vladimir destrozado en mil pedazos llorando por la pérdida de un ser tan amado. Julieta, no pudo evitar contener la emoción, pues aquella humilde pareja además de ayudarles en todos los quehaceres del caserón, habían llegado a ser unos miembros más de la familia. 
Cuando Vladimir miró a la dama de la casa con lágrimas en los ojos, lo único que fue capaz de decir fue: —Ella fue mi vida, y ahora, se ha ido. Pero pese a todo, me siento feliz, porque me ha entregado a esta hermosa niña, que parece tener un trozo de cielo en su mirada, y estoy seguro que cuando sea mayor, se verá en el espejo, y parecerá un reflejo de su madre. Sé que será tan buena y tan hermosa como lo fue su madre, y lo único que quiero, igual que Gadea, es que sea feliz. 

Después de la pérdida de su esposa, Vladimir pasaba gran parte del día alicaído, y por las noches lloraba hasta que la amargura se fundía con las estrellas. Y al llegar un nuevo día, veía a su hija, el único recuerdo que tenía de ella, y solo en aquellos fugaces momentos, lograba recordar remotamente lo que era la felicidad.
Pero los ojos de su compañera de vida, jamás le abandonarían. 

Sin una figura materna a su lado, Minerva pasó los primeros meses de vida siendo amamantada por una nodriza llamada Royse, que en su momento también había criado al hijo menor de Julieta y Wilky, Aloys. 

Cuando la bruma de tristeza pasó de largo de la vida de Vladimir, el hombre volvió a su trabajo como siempre solía hacer, esmerándose y poniendo todo su empeño en poder satisfacer las expectativas de sus dueños. Y al mismo tiempo, pasó a refugiarse en el trabajo, para olvidar todos sus sufrimientos. Cada vez estaba menos en compañía de su hija, pues a medida que fue creciendo se dio cuenta de que su hija le recordaba tantísimo a su esposa, que cada vez que miraba hacia aquellos cristales tan brillantes que tenía por ojos, se le rompía el alma y recomponer aquellos pedazos de alma tan frágil, resultaba una tarea demasiado desgarradora. 

N.A: Es mi primera historia de novela histórica, así que agradecería que si tengo errores me los dijeran y así poderla mejorar. Espero que les guste la historia :)
La canción en multimedia es "I see fire" de Ed Sheeran



Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora