Capítulo XXXII

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Aloys decidió que había llegado el momento en el cual hablar con su madre y confesarle lo que había ocurrido con Minerva. Ya había tomado la decisión correcta, y además, la había llevado a su fin, así que por mucho que a partir de aquel momento, alguien se opusiera a su enlace, la realidad era la que era, y nadie podría hacer nada por cambiarlo. 

En los últimos días, Aloys había visto a Minerva ocasionalmente, pero aún sentía no poder estar a su lado todo el tiempo que quisiera. A veces pasaban horas hablando, pero Aloys sobre todo sentía, que ni todo el tiempo del mundo le bastaría para terminar de conocer a Minerva, para memorizar cada milímetro de su piel, para perderse en sus ojos... 

Estaba locamente enamorado de Minerva. Pensaba en ella como alguien a quien había amado con todas sus fuerzas, y aquel afecto especial cada iba volviéndose en algo más preciado para ambos. Aloys por fin empezaba a vivir la vida en la que siempre soñó. 

Cuando era pequeño, le decían que una persona de su categoría, debía de dejar que los demás trabajasen para él, es decir, no podía permitirse él hacer ninguna tarea en la mansión, ya que hacer aquello sería rebajarse. Por lo tanto, era él, quien debía ver cómo los demás limpiaban su hogar. 
Aquellas palabras, su padre se las había repetido una y otra vez. Lo único que le había enseñado a parte de ir de cacería, era a despreciar a la gente en función de sus poderes. Le había enseñado a menospreciar a las personas, y en tratarlas como a objetos inanimados. 

No tenía en cuenta la reacción de las demás personas al conocer a Minerva, siendo su esposa. Pero sí que temía la reacción que su padre podría tener al saber tal noticia. 
Estaba seguro que la noticia no le llenaría de júbilo, y temía que aquella felicidad se rompiera como un vaso de cristal, después de todos los años que habían tenido que esperar, para que ésta, finalmente llegase hacia sus vidas. 

Aun así, Aloys quería que se conociera la verdad, porque cada día que vivía en medio de aquella farsa en la que fingía no sentir nada por Minerva, mentía a todas las personas que le rodeaban. 
Sentía que en él, exactamente en su corazón, había un secreto guardado, y este secreto luchaba por salir. ¿Cuánto más tiempo podría guardar aquel secreto? 

El día de la temida conversación llegó. Reunió a sus padres, con motivo de anunciarles algo importante. Julieta, imaginando las palabras que Aloys pronunciaría, tuvo que ocultar con la manga de su vestido la sonrisa que se le escapó. Wilky, por su parte, miró a Aloys con cierto recelo. 
Pocas veces eran las que su hijo les había reunido para anunciar algo. De hecho, Wilky poco conocía de su hijo, aficiones no las sabía, y de sentimientos raramente había tenido la ocasión de hablar con él, ya que creía que nunca se había enamorado, y que sería en vano presentarle a las más hermosas muchachas de la corte, porque en más de una ocasión, llegó a pensar que su hijo jamás se enamoraría de nadie. Pensamiento que cambió radicalmente cuando vio aquella unión que no pasaba inadvertida a la vista y que se estableció entre Aloys y Minerva cuando de nuevo estuvieron juntos. 

—Me he casado—anunció después de que sus padres estuvieran sentados. La impresión, en efecto impactó a Wilky, que torció la boca en un gesto de desprecio. En cambio, Julieta lloró de felicidad, mostrando así las reacciones dispares que experimentó cada cual.

—¿Podemos saber quién ha sido la afortunada?—preguntó Wilky con interés fingido. 

Julieta, aunque quería preguntarle en porqué no les había consultado nada al respecto, pensó en que su hijo, si había obrado de tal manera era por algo, y supo que aquella decisión había sido tomada a conciencia y no por un impulso. Julieta no tenía necesidad de escuchar de sus labios con quién se había casado pues ya no le cabía duda y sonrió sintiéndose feliz de ver a su hijo dichoso. 

—Minerva—a la mención de aquel nombre, Wilky palideció considerablemente, mientras que Julieta sonrió aún más y le expresó sus más sinceras felicitaciones. Mientras que Wilky aún estaba preso de aquella decepción que sintió al notar cómo aquella amistad que él creyó que existía había llegado tan lejos, Julieta se levantó para darle la enhorabuena y abrazarle. 

—No puedes creer cuánto me alegro que hayas encontrado tu razón de sonreír... Toda madre quiere ver a sus hijos felices, me alegro de que tú lo seas, y hayas tomado las decisiones pertinentes en tu vida. Porque sólo si obras con tu corazón, aquellas será la decisión acertada, la que tomas porque sientes que quema en tu alma. Aloys, siempre estaré a tu lado—le dijo en voz baja, procurando que Wilky no escuchara la conversación. 

—¿Cómo osas desprestigiar el nombre de tu familia?—exclamó Wilky habiéndose recuperado de la impresión—Minerva, ¡ella! ¿Cómo has podido contraer matrimonio con aquel despojo a quien no quiso ni tu propio primo? Una furcia, eso es lo que es... Entre todas las personas existentes en la tierra, ¿por qué te has casado con ella?, ¿no había mejores esposas? No sabía que te hubiéramos educado tan mal... Por mi parte te enseñé a cazar porque quería que fueras todo un hombre, ¿y así es como me pagas todo lo que te enseñé? ¡Casándote con la hija del campesino muerto! Seguro que todo esto lo has aprendido de la sensible de tu madre, ¡mujer qué mal le educaste!—dijo dirigiéndose hacia su esposa—, ¡vete ahora mismo de mi casa! Aquí no hay lugar para alguien como tú. Nunca permitas que tus hijos lleven los apellidos de la familia, ¡qué vergüenza!, ¡qué deshonra! ¡Con la niña a quien le permití que estudiara contigo, porque tenía en gran estima a su padre!—Wilky no salía de su cólera, así que Aloys consideró que lo mejor era dejar que se desahogara porque nada de lo que le fuera decir remediaría la situación—¡Así es como Dios me paga todas las acciones que he cometido! Una esposa infiel, un hijo estúpido y una vida desgraciada de no haber sido por todo el oro que he tenido. ¡Señor, qué desgracia! 

Aloys se retiró de su presencia tras decir la noticia. Sabía que todas las palabras que su padre había dicho, eran fruto de la rabia, de ver cómo sus ideales en tan solo unas palabras se habían derrumbado.
Justo cuando estaba a punto de salir de su casa, Julieta le detuvo:—Aloys, vamos hacia el jardín, dejemos que tu padre se tranquilice porque ahora no es capaz de razonar. —Una vez llegaron al jardín, Aloys sintió que solo tenía a su madre para respaldarle en sus decisiones, gracias a ella evitó sentirse completamente solo—Durante muchos años ha tenido su mente repleta de muchas ideas que no sirven de nada, de prejuicios que le han hecho mucho daño. No le hagas caso. Seguro que pronto lo aceptará, no le queda otra opción que apoyarte—le dijo sonriéndole con un poco de tristeza—cuando he escuchado la noticia, no he podido ocultar mi emoción. A veces me acuerdo de cuando conocimos a aquella muchacha tan espabilada que ahora resulta ser tu esposa, me alegro tanto de que finalmente todo sea tal cual debería haber sido desde el primer momento...  —se acercó más a su hijo y le abrazó con fuerza, de la misma manera en la que hizo, el día en el que perdieron a su hermano. Aloys sintió que sus emociones se desbordaban y no pudo esconder las lágrimas—Tranquilo—le decía ella—has hecho lo que tu corazón te decía. Jamás te arrepientes de lo que has hecho. Has mostrado tu valentía enfrentándote a tus inseguridades, has dado un gran paso. 

Aloys cuando sintió que sus emociones volvían a estar en un cauce más tranquilo, le habló a su madre sobre el baile que quería organizar para que por toda la corte dejaran de haber rumores sobre su prometida. 

—Por supuesto que habrá un gran baile—le prometió—todo irá bien, Aloys. Te lo prometo. Hemos nacido para ser felices, no para escuchar a las personas que nos quieren dañar. Puede que no te gusten las palabras de tu padre, yo no soy partidaria de lo que te ha dicho, pero me alegro de que persigas a la persona a quien amas. Estoy orgullosa de ti. 


Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora