Epílogo

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Gadea había llegado a los dieciséis años, mientras que Aloys y Minerva, continuaban amándose como si el tiempo no hubiera pasado, o si en el fondo había pasado, este sólo fuera un suspiro.
Porque para ellos el tiempo se había quedado detenido en medio de un te amo, de aquellos que se dicen con el corazón y no con los labios.

Sus vidas habían continuado con el mismo rumbo, pero éste se había perdido y había llegado hasta la felicidad.
Julieta ya era una mujer anciana pero el tener junto a ella a todos aquellos niños, le hacía volverse a sentir joven de nuevo. Y si a eso, le añadían el hecho de que Julieta se sentía más libre que nunca, podía considerarse que felicidad era todo lo que sentía.

Royse después de muchos años y achaques a causa de la edad, lamentablemente falleció, pero pudo conocer a su nieta, y no solamente eso, sino que había hecho muchos vestidos, de diferentes tamaños para que Gadea a lo largo de su vida pudiera usar los vestidos que había hecho su abuela para ella.

Aquel día, era el día en el que Gadea cumplía los dieciséis años. Y Minerva, cuando fue hacia la habitación de su hija, supo que había llegado el momento en el cual hablar de madre a hija con toda la confianza.
Al entrar en su habitación, Gadea ya había despertado y al ver a su madre sonrió. Minerva también sonrió, y abrazó a su hija mientras que le decía felicidades.

Le entregó una caja que Gadea abrió. Hermosos collares habían junto con unos pendientes que tenían aspecto de ser muy antiguos.
—Eran de tu abuela Gadea—le dijo Minerva mientras que veía que su hija se colocaba aquellos pendientes que cuando Minerva tenía su edad, también había llevado ya que eran el único recuerdo que le quedaba de su madre. Pero en aquel momento, supo que aquellos adornos, a quien mejor le vendrían sería a Gadea.
También le entregó dos nuevos vestidos, de unas telas muy caras que Minerva le aconsejó que usara solo en ocasiones especiales.
Gadea se sintió muy agradecida por todas las atenciones que había recibido, pero supo como una de tantas otras veces, que los mejores regalos, eran las conversaciones que podía tener con su madre.

Aquella mañana, Minerva tomó asiento a su lado en la cama, le acarició las mejillas, miró a su hija, constatando cómo el tiempo había pasado para todos, ya que en sus ojos, veía reflejados los suyos propios, pero éstos llevaban consigo años de experiencia, y de momentos vividos.
—Eres hermosa—le dijo Minerva, Gadea sonrió y le respondió: —Tú también lo eres, mamá. Pero lo más bello de las personas, son sus corazones, y el tuyo es muy bello.

Minerva decidió que tenía que hablar con Gadea, así que no esperó más: —Eres toda una dama ya, una hermosa muchacha que cuando menos lo espera, va a tener alguien que la amará, pero no será el mismo amor que te pueden ofrecer tus seres queridos, será un amor aún más poderoso, que si se sabe cuidar, puede durar toda la vida.
»Nunca te he dicho cómo conocí a tu padre, porque no creí que fuese tu momento. Siempre te dejé vivir como una niña, y lo único que yo deseé era que tú también pudieras estudiar como yo también lo hice. En ningún momento, quise, por el hecho de que fueras mujer, que no pudieses leer, y durante años, supe que aquello era lo que debías aprender. Dejé que vivieras tu infancia, porque el amor llega, y todo en esta vida tiene un porqué, y los momentos, llegan, pasan pero por siempre se quedan guardados en la memoria, y si son muy fuertes, en el alma. Pero ahora creo que ha llegado el momento en el cual te diga cómo conocí a Aloys. Aloys es hijo de unos reyes de Francia, mientras que mi familia, siempre fueron humildes campesinos, con quienes solo tuve relación con mi padre, y mi nodriza, Royse. Cuando nos conocimos, él me miraba con desprecio, porque me consideraba inferior a él, yo desprecié sus actitudes, hasta que él comprendió que todo lo que creía sentir por mí, eran prejuicios, que como siempre son, fueron infundados. Pronto él se enamoró de mí, pero yo jamás lo supe ver, y mi corazón me llevó por otros derroteros, enamorándose no del hombre incorrecto, pues no hay personas incorrectas en nuestras vidas, sino de alguien que me hizo daño pero también me enseñó que el amor no es como lo quieren mostrar. Sólo puedes comprender el amor cuando lo vives, mientras, todos aquellos cuentos que te dicen son solo fantasías. Cuando tiempo más tarde, admití que le entregué mi corazón a quien quería mis lágrimas, comprendí mis errores y empecé a ver desde otros ojos a Aloys, ¿había sido demasiado tarde? No, Gadea, nada es demasiado tarde, todo viene cuando tiene que pasar, por alguna razón que a veces sólo el cielo es capaz de comprender. Pero nuestro amor supo traspasar todas las fronteras de desigualdades, supo hacerle frente a todas las trabas que la gente intentó poner en nuestro camino, para demostrarnos que el amor es solo amor, un sentimiento compartido entre unas personas, que en ocasiones es efímero y en otras es eterno. —Minerva sonrió mientras que vio que Gadea le escuchaba con atención. Continuó:—No creo que el amor sea como lo describen, en mi caso no ha sido algo así, sino algo aún superior. Es verdad que en su momento, el amor fue la causa de muchos sufrimientos. De mucho dolor. Pero el dolor quedó atrás cuando tú llegaste para aún darle más luz a nuestros días. Porque como antes te he dicho, todo llega en su momento, y tú, llegaste cuando debías nacer, porque antes de ti—dijo, mientras que su voz aún temblaba por el recuerdo—, llegó otro bebé, pero sufrí un aborto. Aquel bebé no llego a la vida, pero aún así le amé de la misma forma en la que supe que te estaba esperando a ti. Quizás aquel no era el momento que la vida me tenía deparado para ser mamá, pero cuando pude tenerte entre mis brazos supe que la vida no es solo nacer y morir. La vida es un gran viaje, en el que encontramos a personas, amamos, sufrimos, pero mientras que a veces nos hacen daño, también nos ponen alas con las cuales volar.

—Mamá—dijo Gadea sonriéndole, agradecida de que hubiera compartido su experiencia con ella—, gracias por hablarme del amor, porque según tus palabras, cuando éste llegué, ya sabré reconocerlo un poco más.

De acuerdo a aquellas palabras, tan solo un par de meses después, Minerva un día mientras que estaba haciendo las labores del hogar, vio que Gadea entraba en casa sonriendo, llevando consigo un clavel blanco en el cabello, danzando y cantando una canción.

—Pequeña flor—le dijo sonriendo e intuyendo a qué se debía el rubor en sus mejillas—¿cuál es la causa de tu sonrisa?

Gadea le dijo que no le ocurría nada, pero sus ojos así lo desmentían. A los pocos días Gadea empezó a llevar cada día flores, y antes de salir de casa se soltaba el cabello y sus ojos se iluminaban al instante.

Un día, Gadea no aguantó más para decirles a sus padres qué era lo que ocurría.
Las sospechas de Minerva no habían sido infundadas, y cuando Gadea les confesó que se veía con un chico de Carcasona, Minerva se sintió muy complacida.

Pero Gadea, parecía estar preocupada por una cosa, y un día se acercó a su madre para decirle qué era lo que le ocurría: —Hipólito se llama—dijo la muchacha, soñadora—, ¿podría llevarle algún día a casa para que le conozcáis? Temo la reacción de papá, porque para él continúo siendo una niña pequeña, pero espero que lo pueda comprender.

—Por supuesto que lo comprenderá—dijo ella con tranquilidad—, mientras que él y yo veamos que eres feliz, nosotros también lo estaremos y te apoyaremos en tus decisiones.

Gadea suspiró aliviada, y al día siguiente trajo consigo a Hipólito.
Antes de entrar en la casa, Hipólito le comentó a Gadea:—¿Quieres decir que ellos me aceptarán?

—Claro, mis padres son buena gente—dijo ella.

Al entrar, Minerva a juzgar por las descripciones que su hija había hecho de él, se sorprendió, pero fue Aloys a quien más le costó ocultar su asombro.
—Está con un mendigo, ¿cómo es posible eso? —dijo Aloys y Minerva, le llevó a un lado de la habitación para que nadie les escuchara.

—Aloys, ¿olvidaste que, en su día, yo era una mujer vestida con harapos? Con harapos, sí, pero mujer, a fin de cuentas, persona, por delante de todo. Él parece ser el pretendiente que nuestra hija tiene, y si ella es feliz con él, yo la animaré a luchar por quien más ama. Amor mío, no permitamos que ocurran los mismos errores, si esta vez estamos a tiempo. No se trata de lo que a nosotros nos guste, sino de lo que quiera ella. A veces creo, que olvidas que cuando me conociste yo también lucía una fachada como la de él. Aloys, jamás podemos perder nuestros orígenes, y por mi parte, yo aún recuerdo quién soy, y para mí es igual de honrado el trabajo de page real como el de campesino, y si tú aún guardas prejuicios en ti, me da igual, porque yo acepto a Hipólito, y mi origen es humilde, y poco me importa que la niña le haya escogido a él, porque hubiera podido escoger a un rey, pero lo que vale es la persona a quien haya escogido por sus sentimientos, no por su fortuna. Se la ve feliz, y nosotros, lo mínimo que podemos hacer es dejarla estar con él. —Terminó así sus palabras, y Aloys se avergonzó de su arrebato, hizo alusión a que se había dejado llevar por antiguos prejuicios que aún no estaban sepultados y sacados de su forma de ser, pero le prometió que con el tiempo aceptaría a Hipólito.

Hipólito era un muchacho un año mayor que Gadea, que nada material tenía, pero que aun con esas se las apañaba para regalarle las flores más hermosas para la mujer más bella que él había visto. Al principio Gadea le había ignorando, pero conforme fueron hablando, comprendió que era difícil resistirse a los encantos y dejó de banda todo aquello superficial para querer profundizar más en la persona que era él.
Y el resto, el conocer qué era amor, lo comprendió en ese momento.

Minerva trató con respeto y cariño a Hipólito desde el primer momento, felicitándole por haber escogido a su hija, y deseándole que fueran felices. Aloys trató con respeto a Hipólito, pero el cariño hacia Hipólito terminó por llegar el día en que Gadea e Hipólito contrajeron matrimonio.

Aquel episodio en sus vidas, fue el broche que les demostró tanto a Aloys como a Minerva, que en los temas del amor, el amor es lo que prima por sobre de la condición social o las convenciones. Demostrándoles, que todo el mundo, tenía el derecho universal de amar, y también de ser amado.  

N.A: Este es el epílogo, y con este capítulo que espero que les haya gustado, doy por finalizada Minerva. 

Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora