Capítulo XXXIII

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Julieta llamó varias veces a la puerta de la habitación de Aloys, cuando éste le respondió, se adentró en su habitación y tomó asiento. 

—Aloys, estuve hablando con tu padre—empezó a decir Julieta, al escucharle mencionar sobre su padre, dejó de prestarle interés—no ha sido nada fácil, pero he intentando hacerle ver que la amas, y que eso es más importante que cualquier clase social a la cual pertenezcáis. Y, por fin parece estar dispuesto a hablar con Minerva y a aceptarla como tu esposa—después de aquellas palabras, Aloys sonrió. 

—Gracias, mamá—le dijo mientras que veía que Julieta también sonreía. 

—No hay de qué, eres mi hijo, y siempre estaré a tu lado—habló y después, anunció:—Tu padre ya está organizando un baile que será la ocasión tan esperada para que puedas presentar a tu esposa. No tendrás que esconderte jamás de ella, sino todo lo contrario, demostrarles a los demás, la única verdad que existe, y es que la amas, y eso, es lo primordial. 

Tal y como su madre le hubo dicho, en pocos días tuvo lugar aquel baile. Minerva asistió al baile emocionada a la par que nerviosa, ya que si de por sí sola, lograba suscitar muchas miradas, aquel día no fue la excepción ya que todas las miradas fueron dirigidas hacia la pareja que bailaba en medio de la pista de baile. 

La noticia despertó un gran revuelo entre los asistentes, muchas mujeres murmuraban a espaldas de Minerva, criticaban su decisión, y se mentían a sí mismas diciendo que ellas, en medio de su matrimonio nefasto, eran más felices que ella. 
Los hombres, miraban con recelo a la par que con envidia a Minerva, ya que era una joven mujer poseedora de una gran belleza que de ninguna manera podía pasar desapercibida ante los ojos ajenos. 

Minerva y Aloys aquella noche no escondieron más su amor. Tampoco, aunque lo hubiesen intentado, habría sido en vano intentar esconder todas las emociones en las cuales sus ojos permanecían conectados. 
—Te amo—le dijo Aloys, pero aquella vez no se lo susurró a los oídos, sino que lo dijo en voz alta, sin miedo a que nadie les escuchara—Te lo digo ahora, y te lo diré el resto de mi vida.—Y, cuando terminó de decir aquellas palabras besó a Minerva ante la atónita mirada de todos los allí presentes. 

Cuando el baile llegó a su fin, pero los invitados aún estaban en el salón conversando plácidamente, el padre de Aloys se quiso reunir con la pareja. 

—Me gustaría hacer las paces con vosotros—anunció calmadamente. Minerva, notó que aquella actitud de repente, amigable y familiar con ella, era algo de lo que sospechar. —Pero, para hablar con más tranquilidad, me gustaría alejarnos de todo este gentío. 

Una vez hubieron dejado atrás a todas las personas, Wilky les condujo por unos pasillos que Aloys nunca había recorrido. 
—¿Dónde estamos?—preguntó Minerva en voz baja para que sólo Aloys le escuchara, pero Wilky, que pese a su avanzada edad aún conservaba una buena audición se adelantó a responder. 

—Pronto veréis a dónde nos dirigimos, es un lugar hermoso, ya lo veréis—respondió, y aquel tono de voz, provocó una llamada de alerta en Minerva, que empezó a pensar en cómo irse de allí. 

En pocos minutos, llegaron hasta una habitación fría y húmeda sin apenas ninguna ventana. Aloys, pensando en que su padre no sería capaz de tenerles una trampa, no había pensado en que les estaba engañando, hasta aquel momento en el que se vio sin ninguna escapatoria. 

Wilky aplaudió una vez, y al instante, llegó un hombre con una pronunciada joroba, que se acercó hasta Minerva y rápidamente, sin darle tiempo de reaccionar, le ató las muñecas con una cuerda, mientras que Wilky apresaba a su hijo, impidiéndole hacer nada. 

—¿Qué estás haciendo?—gritó Aloys, intentando zafarse del agarre de su padre—¿Cómo osas cometer tal traición a tu hijo? 

—A partir de hoy, ya no eres mi hijo, ahora solamente eres Aloys—dijo con una voz neutra—Desde ahora, quedas desheredado de todas mis fortunas, pasarás el resto de tu vida pudriéndote en las mazmorras, ¿te gusta el lugar en el que pasarás tus días?, ¿verdad que es hermoso? Nunca acepté, ni tampoco aceptaré tu decisión de haberte casado con una rata, una rata de aquellas que se arrastran por el suelo como lo es esta furcia a quien sin consultarlo siquiera, la tomaste por esposa cuando su lugar es un burdel de mala muerte. —Viendo las abundantes lágrimas de ella, se dirigió hacia la chica—Lo siento, eres muy bella, nadie pone en duda que eso sea lo único bueno que tienes en ti. Reconozco que cuando eras pequeña, hasta llegué a tenerte afecto y a quererte, un poco como a una hija, ya que me apiadé de la pobre huerfanita, pero los tiempos han pasado, y es cierto que antes te tenía apego, pero eso fue antes de saber que irías detrás de mi hijo, ¡eso no te lo permito! Tú misma cavaste tu tumba, y en ella, también arrastraste a mi hijo, que tenía una vida por delante antes de que llegaras tú y lo arruinaras todo. Vi durante años cómo él sufría por una rata como tú, porque te habías ido de su lado, y él, venga a llorar por la pérdida de un amor que bajo ningún concepto, era algo real sino una mera fantasía. Y tú, ¿qué hacías? Parecías una arpía insensible a los sentimientos de él. Aun con esas, mi hijo luchó por ti hasta último momento, te buscó hasta encontrarte, algo que, pese a las circunstancias tan desdeñables en las que nos encontramos, considero que es de admiración por su parte. Y cuando te encontró, quiso empezar de cero, no sé ni siquiera sus motivos, quizás es que te amaba, como tú no le amaste a él. —Aloys, carcomido por la rabia, le escupió en el rostro, pero Wilky apenas se inmutó—Qué malcriado eres..., tu madre no te enseñó modales, eres un hombre que no mereces ser llamado como tal—dijo suspirando—. ¿Imaginas la vida que habrías tenido, si la hubieras dejado irse, y te hubieras casado con Constanza? Nada de esto habría ocurrido, pero tú, seguías con tus convicciones. ¡Felicidades! Esto es todo lo que has recogido después de durante tanto tiempo haber sembrado un amor que con el tiempo se ha vuelto cada vez más fuerte. En fin, creo que ya basta de hablar, quería que al menos durante un rato más os pudierais mirar a los ojos, porque ahora estaréis separados, y, para que veas que no soy tan malo, ella estará encarcelada a pocos metros de distancia, podréis hablar, pero sobretodo llorar vuestra suerte y escucharéis los lamentos del otro durante gran parte de vuestro tiempo, cuando no escuchéis vuestras propias lágrimas. 

Aloys no podía creer todo aquello que estaba pasando. La rabia recorría sus venas y nublaba su vista. Sintió que perdía el control, empezó a golpearle hasta que sus manos estuvieron cubiertas de sangre, y gritó:—Aunque seas mi padre, ¡te mataré! Juro que lo haré. Estoy harto de mi familia, sólo quiero a mi madre, porque ella al menos me dio la vida, los demás ¿qué me habéis dado? Sufrimiento, y desdicha. Un primo que es un bastardo que casi logra matar a Minerva, ¿por qué tuve que nacer en semejante familia donde el amor es solo una ilusión? Os mataré a todos, así me tenga que arrebatar la vida después. Lo prometo, lo prometo por lo que más amo, porque  

Minerva ni siquiera podía escuchar sus palabras, ya que parecía estar absorta en otro mundo. Ni siquiera ella sabía todo lo que pasó por su mente durante aquellos momentos de insufrible dolor. 

Wilky, haciendo caso omiso a las amenazas de su hijo, pidió que cuanto antes se llevasen a la desafortunada pareja hacia su destino final. 

Minerva fue encerrada en una lúgubre y claustrofóbica habitación en la que no tenía ningún contacto con el mundo exterior, y en otra habitación contigua a la de ella, Aloys sufrió la misma suerte. 

—Jamás olvides que te amo, Minerva, nunca lo hagas, por favor. Ahora mismo, el amor que siento por ti, es lo único que me mantiene con vida—se lamentó Aloys cuando sus brazos y piernas estaban encadenados a la pared—. Estoy seguro que Dios no permitirá que pasemos aquí hasta el fin de nuestros días, pero sólo tienes que ser fuerte. Sé que durante tu vida has tenido que mostrar en muchas ocasiones tu fortaleza, pero ahora te pido que continúes siendo fuerte. No decaigas ahora. Sé que no es ningún consuelo, pero nos tenemos el uno y al otro, y podemos estar a las puertas de la muerte, pero si muero, sólo quiero que alguien esté conmigo, y esa persona, eres tú. 

Minerva no podía hablar. Las lágrimas se agolpaban en su garganta, y sentía unos temblores frenéticos invadir su cuerpo. A causa de todas las emociones vividas, sentía unos terribles dolores de cabeza que a veces iban acompañados por mareos, algunas convulsiones y fuertes náuseas. 
Durante la primera noche de cautiverio, Minerva se negó a probar el pan que le entregaron para cenar. Sació su sed bebiendo la jarra que le trajeron, pero aunque un hombre sordo y mudo le instó a probar bocado, Minerva no se encontraba en buen estado, y además, encontraba innecesario ingerir cualquier alimento, si su cuerpo revuelto era lo que en aquellos momentos menos le pedían. 

—Minerva, por favor, no caigas ahora, sé que esta situación es demasiado complicada, pero de alguna forma encontraré la forma de salir de aquí. Por favor, no soporto escucharte ni un minuto más llorar. 

Habían pasado varios días en los cuales Minerva habían mantenido la misma actitud en la que parecía que se hubiera abandonado a su suerte, negándose a dar señales de que quería vivir. 
Aloys estaba deshecho al escuchar sus lamentos resonar a través de las paredes. El calvario que pasaba a su lado, era muy poco, en comparación a lo que sentía al escuchar los lamentos de ella. 
La peor tortura que tuvieron que enfrentar, fue saber que estaban juntos, pero separados por unas paredes, escuchar al otro llorar, y no poder hacer nada por remediar su dolor. 

—Amor, hace días en los que te niegas a comer nada...—dijo Aloys dándose por vencido. Sabía que como Minerva continuase así durante mucho más tiempo, no podría siquiera ni esperar la libertad, porque no tardaría en fallecer. —¿Te encuentras mal?, intentaré hablar con el otro hombre que nos trae la comida, el que no es sordomudo, quizás el pueda hacer algo para ayudarte. Ten fe, Minerva, aun con esta situación, es lo único que te pido, hazlo por mí si ahora no tienes fuerzas para luchar por tu vida. 

—Aloys...—habló en una voz apenas audible que resonó por las paredes—Me encuentro mal—afirmó—pero es porque creo... que estoy embarazada. 




Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora