Capítulo XXII

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*No sé cómo saldrá el capítulo porque estoy escribiendo con la mano izquierda, ya que en la derecha tengo puesta una vía. Estoy ingresada de urgencia en el hospital porque tengo piedras en el riñón y tuve unos fuertes dolores. Aún así no quería dejarles sin el capítulo, y ahora que no siento dolor intentaré escribir porque en estos momentos es prácticamente lo único que me da vida, muchas gracias por su comprensión :)

Constanza había ido a visitar a Aloys; aunque ella aún creía tener sentimientos que quemaban en su pecho por él, después de la boda de Minerva, Constanza había visto muy claramente de dónde procedía aquel incipiente brillo que iluminaba los ojos de Aloys; Aloys amaba a Minerva, supo sin necesidad de contar con palabras explícitas, tampoco no era necesario que hubieran palabras para que Constanza comprendiera que hay emociones que se sienten, así, sin más.

Parecía que todo el mundo en la corte supiera que Aloys amaba a Minerva más que a su propia vida. Sin embargo, el problema residía en que todo el mundo era consciente de ello, a excepción de ella.

Aquel día en el que Constanza en señal de amistad, decidió ir a ver a Aloys, al llamar a la puerta, salió un hombre con una barba de hacía días, los ojos enrojecidos a causa de todas las noches que había pasado en vela a causa de pensar día y noche en ella, y el alma seca de emociones así como también lo estaba de vida. Era un hombre muerto, que vivía y respiraba, pero su corazón latía por resignación, porque tenía que bombear la sangre pero en el fondo, no quería vivir si no era con ella.

—Aloys, ¿qué está ocurriendo contigo?, ¿por qué parece que todo a tu alrededor sean tinieblas, y no veas rastro de luz? —Constanza le miraba con pena. Hacía tan solo un mes de la última vez en que le había visto, y para él, aquel mes, lejos de representar treinta días, parecían años... Toda una vida de padecimiento, como si la vida se hubiera empeñado en tratarle con dureza, robándole cualquier atisbo de felicidad antes siquiera de que ésta pudiese llegarle al pecho y colmarle de alegría.

—Oh Constanza, fiel amiga que un día me prometió su amor, y del que yo solamente le pude ofrecer las cenizas de un corazón quemado por la vida, y unas pocas lágrimas de tristeza... Dime querida, porqué continúas preocupándote por mi nefasto estado de salud, si ya sabes que mi aflicción no es física, y para este sufrir, me temo que no tengo cura. Ya sabes que amo a Minerva, la realidad es esta, pero al mismo tiempo, es mera ficción, ¿conoces la sensación de adentrarte en un sueño muy profundo y agradable, casi comparado a la sensación de probar opio? Pues permíteme que te confiese, que lo que yo siento por ella, es tan poderoso e intenso, que si en mis manos estuviera, robaría todas las estrellas que hay en el cielo, con tal de darle la luz que ese ser nefasto y ruin a quien llamo primo, -y no por ello siento ni quiero sentir que compartimos la misma sangre-, le ha robado. Le ha quitado la dulzura de la cual sus labios estaban impregnados con palabras tan cálidas, como el amor sempiterno que una madre entrega a su hijo. Ella era como un sueño de aquellos de los que te he hablado; a su lado mi felicidad era tan real como que el dolor existe. Yo no sé si en su corazón algún día albergó amor por mí, pero ahora, solo me queda la resignación. Ella duerme enterrada entre pesadillas que moran la realidad, ha olvidado en el fondo de su ser las sonrisas, mientras que el mismo diablo duerme y le arropa en la cama. Minerva... no sé quién es en el fondo, yo la amo con todo mi ser. Cuando creí que la odiaba, años atrás, resultó que yo mismo me mentía, porque sabía a la perfección, que padre no aprobaría ni en miles de años nuestro enlace. Pero ahora, aunque soy joven y me siento terriblemente viejo, he comprendido, que me enfrentaría hasta a mi propio padre por demostrar una vez más la fuerza abrumadora que recorre todas y cada una de las células al pensar en la musa a quien amo más que a la vida eterna, pues, ¿qué sería la vida eterna si ella no me puede acompañar? Antes que estar separada de ella cien años, preferiría arrebatarme la vida, así, a sangre fría, sin dolor ni pesar antes que saber que el engendro del mal le abraza, mientras que veo que a cada día que pasa, el tiempo se me escapa entre las manos, y temo algún día tener que poner flores sobre el mármol de su tumba, y pensar que jamás le abrí mi corazón.

Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora