Capítulo final

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Gadea tenía dos meses cuando Aloys y Minerva comprendieron que había llegado el momento en que su primogénita pudiera conocer a su abuela. 

Así que volvieron a emprender aquel largo viaje hasta Carcasona, llevando esta vez a aquel pequeño ser lleno de vida, entre sus brazos. 

Tapada con una gruesa manta porque los rayos de sol de aquella mañana eran helados como carámbanos de hielo, sólo sus ojos podían verse a través de la blanca lana. Aquellos diminutos ojos, que centelleaban aún sin tener un color definido, ya que éste era de un marrón claro, pero parecía mezclarse con un poco de verde. 

Gadea pasaba gran parte del día durmiendo, y sólo lloraba cuando tenía hambre. Por lo demás, era una niña tranquila llena de vivacidad. Y Minerva, a cada día que pasaba, tenía más ganas de poder hablarle, o, si más no, de poder presenciar sus primeros balbuceos. 

Aloys le cantaba canciones a todas horas, las que según él, eran las canciones que años atrás su madre le cantaba en las noches en las que tenía pesadillas. 

Llegaron a Carcasona días más tarde, y cuando se detuvieron enfrente de la mansión de Julieta, a lo lejos, Minerva supo reconocer una silueta conocida. 

—Royse—dijo ella, mientras que lágrimas de felicidad empapaban sus lágrimas, dejó a la pequeña en brazos de Aloys y se abalanzó hacia Royse, la abrazó mientras que Royse creía ver un espejismo, ya que no sabía el motivo verdadero por el cual se habían ido sin apenas dar explicación alguna. 

—Mi niña—le dijo Royse, como si el tiempo, para ninguna de aquellas mujeres, —una, llena de sabiduría después de una vida larga, la otra, llena de curiosidad y con ganas de conocer cada vez un poco más el mundo y sus habitantes— hubiera pasado. Royse, sin dificultad alguna evocaba el recuerdo de Minerva, recordaba cuándo le trenzaba el cabello y lo adornaba con lazos, recordaba cuando le confeccionaba aquellos vestidos usando una paciencia infinita, todo para que Minerva estuviese aún más bella de lo que por sí sola, sin ninguna clase de adorno, ya lo estaba. Y, la miraba, convertida en una mujer, y ella aún le continuaba llamando niña, porque para ella había sido su niña, a quien quizás no había llevado en su vientre, pero había obrado gustosamente para que la vida de ellas fuera lo mejor posible. —¿Qué haces aquí? Cuántas preguntas, Minerva, cuántas dudas..., y ¿aquella es tu hija?—decía con emoción en sus ojos—, ¡Aloys!—le llamó, y Aloys se dirigió hacia donde estaban las dos mujeres, y saludó a Royse, mientras que apreciaba cómo el paso del tiempo cubría de marcas su piel, evaporaba aquellos tiempos en los que Royse como Minerva, también le gustaba tejer y pensar en apuestos hombres en la corte. En aquel momento, lágrimas plateadas recubrían su cuerpo, sus manos ya no sólo estaban cubiertas por callos de tan duro trabajo que era el que había hecho a lo largo de su vida, sino que venas de color morado y azul se adivinaba bajo una delgada y lisa piel. Pero Royse continuaba siendo hermosa, y nadie que la viera podría decir lo contrario, qué importaba que a aquellas alturas, Royse a causa de un accidente hubiese perdido un ojo, y llevase en su lugar, un ojo de cristal, porque lo que importaba no eran los ojos, era la mirada, y en aquel momento, cuando vio a la pequeña Gadea, cuando Aloys la puso entre los brazos de Royse, las lágrimas de su ojo derecho empezaron a resbalar abundantes, radiantes de felicidad como el rocío de la mañana. Aquellas lágrimas con tan variadas connotaciones..., y todas, manifestaba júbilo, alegría, goce por la llegada de una nueva alma, por un ser joven y puro que aún no había sido embrutecido por la maldad que mancillaba el mundo. 

La pequeña estiró un brazo, y sujetó con fuerza un mechón plateado que se había escapado de la trenza que Royse llevaba. Gadea jugueteó con su cabello, mientras que Royse le daba la mano y besaba aquellos pequeños dedos y admiraba aquellos ojos tan cargados de ilusión y de vida, como si todo estuviera bien. 

Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora