Capítulo XVII

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¿Qué tenía Santiago que no tuviera él? Se preguntaba Aloys en cada baile, mientras, que se daba cuenta de las furtivas miradas que se dirigían entre ellos. Observaba el semblante de Minerva y sentía una punzada de dolor, los ojos de la joven brillaban como si mirara hacia las estrellas, mientras que los de Aloys brillaban, como si escondieran océanos que de un momento a otro resbalarían por sus mejillas. 

Veía a Santiago sonreírle a Minerva, a aquel ser tan bello a quien Aloys adoraba, y aquello resultaba insoportable para Aloys, que miraba hacia otro lado cuando no podía soportar más aquella agonía de ver la felicidad irradiando luz en el rostro de Minerva, y conocer la verdad que se escondía tras aquella sonrisa. 

Entonces Aloys intentaba fijarse en alguna mujer, algo que no era difícil ya que por lo general varias damas se sentían atraídas, porque aunque Aloys fuese joven, ya se dejaba entrever que en apenas unos pocos años, su belleza aún sería mayor. 
Le decía algunos cumplidos a las mujeres del baile, pero en el fondo, aquellas palabras eran las que se quedaban atoradas en su garganta cuando hablaba con Minerva. Aquellas palabras que él sabía que no podría pronunciar. 

Poco a poco se intentaba convencer de que habían personas que aparecían en la vida, pero que por alguna razón, no estaban destinadas hacia nuestro corazón. Minerva era una de ellas. Parecía ser un ángel a ojos de Aloys, pero él sabía que era como un tesoro inalcanzable, de aquel por el cual daría lo que tuviera en sus manos con tal de conseguirlo, pero sería en vano, porque Minerva no estaba destinada a ser para él. Así se había convencido a base de miradas, de suspiros, de palabras calladas pugnando por salir, pero que quedaban calladas cuando llegaba la hora en la que la miraba a los ojos. 

Aloys amaba a la chica. Jamás creyó que aquella campesina, con su inteligencia y su belleza sería capaz de lograr todo aquello que nadie nunca había logrado. Le había devuelto una pequeña parte de quien fue él, cuando era un niño que creía que la vida era más bonita de lo que resultó ser, cuando su hermano estaba a su lado, y él creía que por siempre se protegerían. 
Gracias a Minerva había logrado volver a creer en las personas. En que la vida es solidaria para dar segundas oportunidades hasta a quien parece no merecerlas. Minerva le había enseñado cómo los prejuicios eran como látigos para las personas. Minerva representaba todas aquellas ideas de una vida ideal en las que Aloys había empezado a creer cuando la conoció. 

Se había vuelto a aplicar en los estudios. Quería tener un buen futuro, un futuro que aunque por el momento era incierto para él, ya que no creía tener sueños, se presentaba de una forma más optimista a medida que Aloys iba cambiando su visión de las personas, y todo lo que le rodeaba. 
Y todo, gracias a ella. 

Seis meses más tarde, Aloys no asistió a uno de tantos bailes que se organizaban en la corte. Julieta llamó a la puerta de la habitación de su hijo, preocupada porque Aloys parecía estar cómodo en aquel ambiente, se preguntó que qué le habría ocurrido para cambiar tan de pronto su opinión. Pero Aloys se negaba a hablar. 

—¿Hay alguien a quien no desees ver?—dijo su madre cuando vio la ira en los ojos del chico. 

Él negó. No le podía decir, que una persona de su sangre como lo era su primo, aquel con quien tantas desavenencias tenían, era la causa de sus males. No quería hacerle más daño a su madre, lo último que deseaba era hacerle sufrir con más problemas, ella no merecía que le preocupase de más. 

Pero mientras que él callaba, el odio que sentía por su primo cada día crecía un poco más. La semilla del odio en pocos meses se convirtió en un profundo odio hacia todo el mundo. Volvió a ser huraño, prejuicioso, abandonó la sonrisa que se había formado en sus labios, abandonó la mirada esperanzada hacia la vida. Volvió a creer que la vida era un viaje en el que nacíamos llorando, y moríamos igual. 

Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora