Capítulo XXXVII

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En Marsella, la familia de Aloys tenía una pequeña cabaña en la cual habían pasado algunos veranos en compañía de sus abuelos, cuando éstos aún vivían. Solían estar Wilky, Julieta, Aloys, el abuelo y la abuela, Herminio y Genoveva, que solían llevar consigo un perro. 

En aquella pequeña cabaña, que fue habitada por última vez en el 1807, cuando Aloys tenía 7 años, fue el refugio perfecto para Minerva y Aloys. 

—Sé que no me podré esconder aquí por siempre—dijo Aloys—, quiero hablar con mi madre, pero por ahora sé que los rumores ya habrán empezado a expandirse, porque la gente no tiene ningún pasatiempo mas que el extender rumores de todo tipo. Pero por ahora, sé que en Carcasona no seré bien recibido, así que lo más sensato es que estemos aquí algún tiempo. ¿Qué te parece la cabaña?—le preguntó mirando hacia su alrededor. A su vez, Minerva también miraba hacia la cabaña, pensando en que era un rincón acogedor, que le recordaba al que podía considerar como su primer hogar. 

—No necesitamos de grandes palacios para ser felices—dijo—si yo contigo y con nuestro hijo, ya me siento más que feliz. —Aloys le rodeó con los brazos, incapaz de creer la dicha que le suponía tener a Minerva por esposa. —Y no te preocupes por todo lo que ha ocurrido, yo sé que tienes un buen corazón, y no tienes que demostrar a nadie más que a ti, que así eres tú. 

—Creo que al final, el mundo ha terminado por contagiarme parte de su maldad. Al final pienso en que la gente lejos de ayudarse los unos a los otros, se dedican a competir entre sí para ver quién es el mejor. Maldad es lo que hay en un mundo corrompido por la codicia y el brillante oro. 

—Para ti, ¿qué es el mal?—le preguntó Minerva, encantada de escuchar las opiniones de él sobre el mundo en general. Sentía que a su lado, cualquier tema de conversación, era algo interesante. 

—El mal es la semilla que germina en los corazones de la gente que es infeliz porque no es capaz de encontrar la felicidad en las pequeñas cosas—dijo mientras que le dio la mano a Minerva, y acarició su vientre con suavidad—, y yo, siento que en mí no podría haber ningún mal, porque soy feliz pensando en ti e imaginando el rostro del futuro ser. Es increíble cómo a veces lo sueño con precisión, como si el bebé ya estuviera aquí entre nosotros. Siento que he cometido algo terrible, pero mi conciencia intenta estar tranquila, porque yo sé que ha sido un accidente como lo es cortarse un dedo con un cuchillo. No he prestado atención, y cuando lo he comprendido he visto que era demasiado tarde. 

—Aloys, por favor, no pienses más en ello. No podemos rectificar lo que hemos hecho, sólo intentar que la huella en según qué casos, no sea tan profunda como lo aparenta ser. Ya verás cómo un día verás que todo lo que en su momento dolió, sólo será un recuerdo que dolerá mucho menos que por aquel entonces. 

—Creo que de no haber estado a tu lado, me habría vuelto loco—le confesó—, te amo, Minerva. Y a ti también te amo, pequeño o pequeña—dijo mientras que con su mano acariciaba con ternura el vientre de su esposa. 

Cuando Minerva veía aquellos instantes en los que los tres parecían estar tan unidos, quería que llegara cuanto antes el momento del parto, para poder disfrutar de los nuevos momentos que estarían por venir. 

Y, como si hubieran escuchado sus pensamientos, el parto llegó antes de lo que tenían previsto, ya que después de aquellos días, un mes más tarde sintió la primera contracción. 

—Ya vienen en camino algunos doctores—, estarás bien, Minerva, te lo prometo—. Le dio la mano con fuerza mientras que la presionó con cariño y le dio un beso en la frente. 

Minerva aquel día se sentía presa del miedo, sentía que el miedo podía con cada una de sus fibras, porque recordó a su madre. Y aquel recuerdo lejos de llenarle de paz le infundió un terror indescriptible a correr la misma suerte que su madre. 

Minerva [#GanadoraGOBA17]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora