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El cuarto de Hikari era todo lo contrario. Si el de su mamá podía ser considerado como exageradamente limpio y ordenado, el de Hikari parecía como si alguien hubiera abierto un bazar.      La ropa se amontonaba en el piso y era imposible distinguir la ropa limpia de la sucia. Había calcetines sin pares repartidos por todas partes, arriba de los muebles, arriba de su escritorio, junto a la cama, etc. El escritorio de Hikari no estaba en mejores condiciones, una parte estaba cubierta de ropa y la otra de papeles que se arremolinaban en todas direcciones. Sin embargo su cuarto estaba bien ventilado y era bastante luminoso. La ventana estaba abierta y una brisa fresca jugueteaba con los papeles tirados en el piso. Había frasquitos de maquillaje sobre su encimera, algunos estaban abiertos y completamente secos. Sostuve un frasco rosado entre mis dedos. Era un tono muy bonito, era una lástima que se hubiera echado a perder. El único lugar accesible parecía ser la cama, donde no había nada. Saltaba a los ojos como si se tratara de una isla entre ese mar de desorden. -¿A que no te lo esperabas? –dijo Hikari, refiriéndose al desorden. -Por supuesto que no. ¿Tu mamá nunca te dice nada? -Ella nunca viene a mi habitación. -¿Dónde está, por cierto? -En su trabajo. -¿En qué trabaja? -Creo que es secretaria. -¿Crees? -Es secretaria. -Quizá sea una pregunta un poco indiscreta, pero cómo hace para pagarse este apartamento. -Creo que lo compró con el dinero de la herencia de mis abuelos. La miré y ella se corrigió al momento. -Lo compró con el dinero de la herencia de mis abuelos. Se dejó caer sobre la cama. Permaneció boca arriba, con los ojos fijos en cielo de la habitación.      La miré y no pude evitar notar la forma en que su pecho se levantaba y se hundía con el ritmo regular de su respiración. Cuando levanté la mirada me di cuenta de que Hikari me estaba mirando. Me sentí avergonzada y no pude sostener su mirada. Fui hasta la venta. -¿Es un bonito día, no? -No tanto como tú. No había escuchado bien. Me volví hacia ella. -¿Cómo? -No dije nada. -Sí, sí. Repítelo. -Nop. -Hikari… Fui hasta la cama y me lancé sobre ella y comencé a hacerle cosquillas. -Tienes que decírmelo. Hikari reía sin parar, las lágrimas le saltaban de los ojos. Ella se arremolinaba bajo el peso de mi cuerpo. Dejé de hacerle cosquilla y ambas permanecimos quietas. Hikari me miró con esa mirada tan profunda. Jamás nadie me había mirado de esa manera y me sentí turbada, desnuda.

Hikari Donde viven las historias. Descúbrelo ahora