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41 Cuando nos levantamos por la mañana actuamos como si nada hubiera pasado. Me moría de ganas de mencionarlo, pero no encontraba el momento adecuado. Siempre había gente a nuestro alrededor y las chicas con las que habíamos compartido la habitación se habían convertido en una peste. Finalmente ellas bajaron a desayunar, yo dije que aún tenía cosas que acomodar y Hikari pretextó algo también. Cuando ambas se fueron, Hikari y yo permanecimos en silencio durante un largo rato. Ninguna se atrevía a romperlo. Quizás a ella le pasaba como a mí y tampoco sabía bien qué decir. Fue hasta la puerta y corrió el cerrojo. La miré hacerlo sin decir palabra. Después vino hacia mí y se sentó en el borde de la cama, a mi lado. -Sobre ayer –esperé a que continuara su frase, pero no lo hizo. El silencio volvió a caer sobre nosotras. Después de un par de minutos en que ambas mirábamos hacia nuestros pies, fue ella la primera en romperlo -¿Te gustó? Por un breve instante pensé en mentirle y decirle que no. No sé por qué lo pensé. Solo sé que fue así. Asentí con la cabeza, pero no podía hablar. Se me había formado un nudo en la garganta. Inhalé lentamente. -¿No te dio asco? –me preguntó al cabo de un momento. -¿Asco? -Porque las dos somos mujeres. ¿No me odias? -¿Por qué iba a odiarte? -Porque las dos somos mujeres y siento que me aproveché de ti. -¿Por qué dices que te aprovechaste de mí? –al parecer no tenía respuestas, solo preguntas. -Porque soy lesbiana –en este punto le tembló la voz. Temí que se echara a llorar. Aunque una parte de mí lo deseaba, porque entonces podría consolarla. Pasar mis dedos por su rostro y enjuagar sus lágrimas -. Siempre lo he sabido, desde que era muy pequeña. Y tú… No quiero confundirte y que me odies por eso. No quiero que te burles de mi por ser lesbiana y... No quiero que te burles de mí. No sabía qué decirle y comencé a asustarme de no responderle nada y que ella pensara que la odiaba. “No te odio, Hikari y nunca me burlaría de ti”, pensé, pero por alguna extraña razón no podía formular las palabras que tanto quería decir. El corazón me latía muy rápido y me sudaban las palmas de las manos. Ella suspiró y cuando estaba a punto de levantarse, con un gesto rápido estiré el brazo, lo pasé por su pecho hasta llegar su hombro y la empujé contra la cama. El gesto la sorprendió, pero no dijo nada. Ella permaneció sobre su espalda, con mi brazo sobre ella aún, y yo de cara a la almohada. -Me gustó besarte, Hikari –le dije con voz ahogada. Se sujetó a mi brazo con ambas manos. -Nunca me burlaría de ti y no creo que sea asqueroso lo que hicimos –ahora que había empezado, las palabras fluían a una velocidad vertiginosa, ni siquiera respiré mientras hablaba ni hice ninguna pausa y Hikari no me interrumpió ni una sola vez -. No sé si sea lesbiana nunca lo había pensado no creí que pudiera serlo yo no nací sabiendo esas cosas pero no me importa nunca me he fijado en ningún chico nunca lo había pensado y de repente llegaste tú y solo sé que de repente comencé a fijarme en ti y a pensar en ti nunca me burlaría de ti y no creo que este mal lo que hicimos –todo ese palabrerío me había dejado sin aire, respiré con dificultad cuando terminé. Ella no me dijo nada. No había ni un solo sonido en la habitación, excepto por el ruido que producía mi corazón. No necesitó decirme nada. Se aferró a mi brazo con ambas manos. Después de unos cinco minutos nos levantamos y bajamos a desayunar sin cruzar palabra. Era el último día del recorrido y por la tarde regresaríamos a nuestra ciudad. A tan solo dos horas. Solo teníamos una visita el día de hoy. Se trataba de un museo de paleontología. A ninguno de mis compañeros parecía interesarles. Yo era la única tomando fotografías y leyendo todas y cada una de las inscripciones en las placas. Desde lo que había pasado en la mañana, Hikari y yo no habíamos vuelto a hablar del tema o a dirigirnos la palabra siquiera. Puede parecer extraño, pero había olvidado todo lo que le había dicho. En mi mente solo quedaban varios fragmentos y tenía la impresión de que recomponía y reconstruía mis recuerdos constantemente. Me había confesado. Era lo único que sabía y cada vez que pensaba en ello, las manos comenzaban a temblarme como si me hubiera dado Parkinson.            Cuando nadie me miraba, la miraba de reojo, pero tan pronto como veía su intención de mirarme a su vez, desviaba la mirada. A pesar de leer las placas, no podía concentrarme en la lectura ni en nada de lo que hacía. Mi cabeza estaba saturada de recuerdos nuestros, que se sucedían una y otra vez en un ciclo interminable. Y cada vez que pensaba en ella, no podía evitar que el corazón me latiera con fuerza. Incluso llegué a pensar que estaba a punto de tener un ataque de pánico y comencé a tener miedo.

Hikari Donde viven las historias. Descúbrelo ahora