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Me hubiera gustado evitar a Hikari. Sin embargo, era algo que no podía hacer. Ella se sentaba enfrente de mí, además en muchas clases teníamos que trabajar en pareja. Cuando esto ocurría, Hikari se volteaba y con su sonrisa más cálida me preguntaba si quería trabajar con ella. No podía decirle que no, no cuando me lo pedía de aquella manera. No me gustaba procrastinar, pero apenas lograba ser yo misma cuando estaba con ella. Afortunadamente, ella no venía a verme durante los recesos. Parecía que solo había sido cosa de una vez. No sé por qué, pero ese pequeño detalle me molestaba. Saber que ella siempre pasaba los recesos con todos menos conmigo. Me di cuenta de que intentar leer era un caso perdido, había leído el mismo párrafo unas cinco veces y aun así no había entendido nada. Era un martes a la hora del receso, hacía exactamente una semana que Hikari se había transferido y nos quedaban exactamente seis días para terminar el proyecto. Cerré mi libro y me puse en pie. Había tomado una decisión. Salí del salón y busqué a Hikari con la vista, la encontré inmediatamente, rodeada de chicos. Jorge y ella parecían tener una conversación animada, me sentí mal y ni siquiera supe por qué. En todo caso me dirigí hacia donde estaban ellos. Ambos levantaron la vista, sorprendidos, seguro esperaban que les dijera por qué venía a molestar. -Hikari, ¿podemos hablar sobre el proyecto de física que tenemos que entregar? -¿No puede esperar? –me preguntó Jorge, dirigiéndome una mirada cargada de antipatía. Lo ignoré. -Muy bien –me dijo Hikari, con seriedad. Extendió su mano, para que la ayudara a levantarse. La tomé entre las mías y la tiré hacia mi lado. Sus manos eran suaves y pequeñas. Cuando tuve su mano entre las mías sentí una tremenda necesidad de estrecharla, de enlazar mis dedos entre los suyos y de nunca dejarla ir. Me sentí avergonzada de pensar así y solté su mano de manera abrupta, sintiéndome como toda una estúpida. Porque eso era yo, una total y completa estúpida. -¿Ya comiste? –me preguntó Hikari -¿Eh? -Que si ya comiste. -No, la verdad no. Olvidé mi comida en casa. -¿Estabas leyendo? -Sí. No fuimos al salón, sino que nos sentamos contra la pared, en un extremo del patio del receso.      El árbol frente a nosotras nos protegía de miradas indiscretas. Hikari sacó su comida y me animó a que comiera con ella. Iba a rechazarla, pero al final fue mi vientre el que habló por mí.                  Me avergoncé y Hikari rio. Me gustaba verla reír. Me hacía sentir feliz cuando lo hacía. Era un sentimiento cálido que comenzaba en mi vientre y que se extendía por el resto de mi cuerpo.            Había momentos en los que me parecía tan seria y tan lejana de todo. No hacía más que observarla, por eso sabía que sus ojos no siempre sonreían. La mayoría de las veces parecían dos carbones, inertes y sin vida. -Eres como una vieja en el cuerpo de una adolescente –le dije mientras me zampaba la mitad de su comida. -Gracias por el cumplido. -Quiero decir, siempre pareces estar en otro lado, como si estuvieras cargando el peso del mundo sobre tus hombros. -Quizá cargo el pero del mundo sobre mis hombros. El peso de mi mundo. -¿En qué piensas? -En mi propia vida que no tienen ningún sentido ni ningún propósito. Es que no puedo creer que esto sea todo lo que jamás tendré y que nunca seré nadie más que yo –me dijo. -¿Quién quieres ser si no eres tú? -No lo sé. Ése es el punto, no lo sé. Lo único que sé, es que no me gusta ser yo misma. Quiero decir, ¿por qué estoy aquí? ¿Cuál es el punto de todo? ¿Cuál es el significado de la vida? –dejó escapar un suspiro que el viento recogió llevándolo lejos de mí.

Hikari Donde viven las historias. Descúbrelo ahora