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-No eres más que una cobarde. ¿Por qué no haces nada? ¿Por qué no te defiendes? No me digas que no eres más fuerte que ella. Ambas me miran. Siento el odio en sus miradas. “No podía hacer nada”, quiero decirles, abro la boca, pero no puedo emitir ningún sonido. Estoy gritando con todas mis fuerzas, pero el sonido es inaudible. Ellas tienen razón. Soy más joven que mamá y también más fuerte. No me defendí. No lo intenté. Dejé que todo pasara. Las lágrimas comienzan a resbalar incontrolables sobre mi mejilla. La pequeña Hikari me señala con un dedo y ríe. La risa de la radiante Hikari se une a la suya. Sus risas resuenan en mis oídos. El demonio ríe también. Quiero que paren. Quiero que dejen de reír. No fui fuerte en ese momento y no lo soy ahora. Las escucho reír mientras lloro, impotente. Súbitamente su risa se corta. Mamá entra en la habitación. La pequeña Hikari y la radiante Hikari retroceden hasta que las pierdo de vista. -¿Podría ser que… -comienza, siento su aliento sobre mi rostro. El estómago se me revuelve. Mis lágrimas se detienen. Respirar se convierte en una tarea dolorosa. Quiero morir. Quiero morir. -¿Podría ser que te gustó? Mi corazón se detiene. “¡No! ¡No!”, quiero gritarle. Me llevo una mano hasta los labios. Mis labios están cosidos. Me quedo callada. Ellas tienen razón, soy menos que una cobarde. -Alguien por favor... Miro desesperada a mi alrededor. Los muebles se derriten y caen al suelo. La habitación comienza a teñirse de negro. La sonrisa perlada de mamá es la única cosa visible. Pronto ella también es absorbida por la nada. Mi cama desaparece también. Me despierto de la pesadilla y me despierto en otra. La pequeña Hikari y mamá están en ella. ¿Qué edad tiene? Es apenas una niña. Estoy de pie viendo la escena. Intento avanzar, pero mis piernas no me obedecen. Miro al lugar donde deberían estar. No hay nada. Mi cuerpo entero ha desaparecido. Solo quedan mis ojos. No puedo cerrarlos. No puedo hacer nada más que ver. Sé cómo termina. Nadie viene a ayudarla. No hay nadie que venga a rescatarla. Los caballeros de armadura blanca no existen. Yo tampoco puedo ayudarla. No puedo hacer nada más que mirar también. La pequeña Hikari no puede hacer nada más que esperar y esperar que termine. -Que alguien la ayude que alguien la ayude que alguien la ayude que alguien la ayude. -¡Hikari! La voz de Sasha me parece lejana. Sigue diciendo mi nombre. Me parece cada vez más nítida. Finalmente la escucho no como un eco lejano, sino como una realidad. Tengo los ojos bien abiertos. Lo primero que veo es el rostro de Sasha inclinado hacia mí. Me estrecha entre sus brazos. No rehúyo su contacto, sino que me aferro a ella. Lloro. Ella no me dice nada. Me deja llorar. -No era más que una pesadilla. ¿Tuviste fiebre? Estás empapada. Me prepara un baño. Se queda a mi lado. El agua es agradable. Quiero pedirle que se meta a la bañera conmigo. Tengo miedo de decírselo. Si pierdo a Sasha ahora, entonces lo pierdo todo. Quiero pedirle que se quede a mi lado. Quiero contarle todo. Quiero liberarme de este peso. Sin embargo, hacer eso implicaría cosas que saldrían de mi control. Por ejemplo la reacción de Sasha. ¿Qué pensaría de mí si lo supiera? No puedo preocuparla aún más. Levanto mi brazo para estirarlo hacia donde está Sasha. Al final lo dejo caer nuevamente sobre el agua. El agua salpica, Sasha me mira sin comprender. ¿Sasha, me aceptarías?

Hikari Donde viven las historias. Descúbrelo ahora