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62 Le puse su pijama y luego la conduje hasta la cocina. Mientras preparaba la cena, no podía evitar mirarla. Hikari parecía tan sin vida, si la dejaba en una posición, ella simplemente lo aceptaba y permanecía quieta hasta que yo regresaba y la movía de nuevo. Después de cenar nos fuimos a su habitación. Hikari se acostó de espalda a mí. Yo vacilé durante un momento, pero después la sostuve entre mis brazos. No sé si fue lo correcto. No sabía qué hacer y me sentía perdida. No sabía cómo ayudar a la persona que amaba. No estaba capacitada para nada y era una vergüenza. Luego recordé la tarjeta que me había dado la empleada de la farmacia. Tan pronto como fuera de mañana se la daría para que llamara. 63 Ninguna de las dos fue a la escuela. Por la mañana examiné el rostro de Hikari, parecía menos inflamado, aunque el moretón del ojo tardaría al menos un mes en desaparecer. Ni siquiera podía abrirlo. Tenía ganas de estrecharla y de echarme a llorar, pero debía ser fuerte para ella, sino, ¿quién lo sería? Comencé por prepararle el desayuno. Luego le unté una pomada que había comprado en la farmacia, especialmente para los hematomas. No supe si a Hikari le dolió o no, el caso es que no reaccionó cuando se la unté. 64 El viernes regresé a la escuela, pero Hikari, como era de esperarse no vino conmigo. Les dije a los maestros que tenía varicela. Ninguno me pidió que le mostrara algún certificado médico y todos aceptaron mi palabra. No podía pedirle a mamá que viniera por Nina. Después de todo sus horarios de trabajo no coincidían con los de la salida de la escuela. Quemé la comida, pero a Nina pareció no importarle. -¿Quieres ir a ver a Hikari? –me preguntó. No sé cuántas veces me hizo la pregunta. Por fin salí de mis ensoñaciones y le respondí que sí. Nina inclinó la cabeza. -¿Entonces por qué no vas? -No puedo, te tengo que cuidar. -A veces pienso que soy yo la que te cuida a ti. -Tal vez tengas razón. 65 El sábado por la mañana salí tan temprano como pude de mi casa. El sol ni siquiera había asomado cuando yo cerré la puerta de mi casa. Dejé una nota sobre la mesa informando a mí mamá que había ido a la casa de Hikari. Encontré a Hikari casi como la había dejado el viernes por la mañana. No parecía haber comido ni siquiera salido de su habitación, más que para lo más mínimo. Si alguna vez estuve cerca de romperme en pedazos fue en esa ocasión, al verla tan... tan todo menos ella. Parecía tan pequeña y tan joven. No perdí tiempo y le preparé el desayuno. Ella se dejó conducir como si se tratara de una niña. La observé mientras tomaba su desayuno. Apreté los puños. Yo era completamente inútil. No había nada que pudiera hacer por ella. 66 Hikari permanecía silenciosa y yo, en un principio, intenté llenar el vacío diciendo toda clase de cosas, hablándole sobre lo que había pasado en la escuela, contándole de mí. Entre más se obstinaba Hikari en sus silencio, más me obstinaba yo en hablar. No me detuve hasta que llegó la noche. Entonces me calle y no dije nada más. Dormimos juntas la una al lado de la otra. A la mitad de la noche me desperté o mejor dicho Hikari me despertó. Tenía pesadillas, gemía y se movía de un lado a otro. Yo la observé un momento. No sabía si debía despertarla o si lo mejor era dejarla dormir, pero cuando empezó a llorar, pensé que lo mejor era despertarla. La tomé por la espalda y la atraje hacia mí. Hikari se despertó casi al instante. Comenzó a hiperventilarse, mientras yo la sostenía en mis brazos, acariciándole el cabello. -Hikari lo siento, lo siento, lo siento de verdad –le dije al oído y comencé a llorar.

Hikari Donde viven las historias. Descúbrelo ahora