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35 A Hikari le gustaba el arte. No había muchos museos en nuestra ciudad y ya los habíamos recorrido todos al menos dos veces. Sin embargo, Hikari se emocionaba como si se tratara de la primera vez. Se paraba frente a una pintura y permanecía embelesada contemplando Dios sabe qué. Yo nunca veía más allá de mi nariz. Por supuesto, tenía mis propias ideas sobre lo que debía ser bello y lo que no y podía entender que hubiera personas que sufrieran un impacto psicológico al contemplar los cuadros. A mí nunca me había pasado. Tal vez, después de todo no estuviera dotada de sensibilidad artística. Fui a sentarme a un banco mientras Hikari permanecía frente al cuadro. Tenía una silueta muy bonita y un sentido muy claro de la moda. Comparé sus ropas con las mías, pero creo que no había punto de comparación. Parecía que me había vestido un mono daltónico, ninguna de mis prendas combinaba y traía dos calcetas de colores diferentes, una era ligeramente más azul que la otra y apenas acababa de darme cuenta. En cambio. La ropa de Hikari le iba perfectamente, tanto el corte como la talla. Los colores armonizaban perfectamente entre sí y siempre, siempre traía zapatos de vestir. Jamás la vi usando calzado deportivo. Traía las uñas bien pintadas y maquillaje ligero para resaltar su belleza y no para ocultar ninguna imperfección. Era imposible que alguna vez se fijara en mí, ella era tan linda y yo era tan... yo. “Pobre Sasha sacada de una tienda de segunda mano.”, pensé. Suspiré y tal vez lo hiciera demasiado fuerte porque ella se giró en ese mismo momento y me dirigió una de sus sonrisas más cálidas. Inmediatamente me sentí mal conmigo misma por necesitarla a mi lado de la manera en que la hacía y por pensar en toda clase de cosas guarras cuando la veía. Seguimos recorriendo el museo, había varios cuadros que eran préstamos de otros museos más famosos. Entramos a una sala donde exhibían únicamente cuadros de Picasso. -Me gusta mucho Picasso –me dijo Hikari súbitamente. -A mí también. -¿En serio? ¿Cuál es tu pintura favorita? Me quedé callada un momento. -La de los relojes. Esa donde están todos los relojes desinflados. -Ésa es de Dalí. “¡Coño!”, pensé y me ruboricé. 36 Todos estábamos emocionados por el viaje escolar. Para empezar perderíamos dos días de clases, lo cual ya era en sí bastante bueno y segundo, bueno, una viaje era un viaje. No iríamos a una ciudad muy lejana, apenas a tres horas en autobús de la nuestra. La salida era a las 7:00 a.m. por lo que me tuve que despertar a las 5:30 a.m. para poder prepararme. Cuando llegué a las 6:45 a.m., Hikari no había llegado. La maestra entabló conversación conmigo. Como era de esperarse, me habló de mis calificaciones mediocres. Ya sabía lo que iba a decirme, todos me decían lo mismo. Era una persona inteligente, pero perezosa, podía hacer lo que yo quisiera, si de verdad quisiera y me esforzara podría tener las mejores calificaciones de la clase. Bla bla bla. Estaba agradecida de que mi mamá se ahorrara esa clase de discurso. Nunca los había soportado. Me hundí en mi abrigo y me recargué contra el autobús. El día era frío y aun no había amanecido. Por lo general, el sol aparecía hasta las 8:00 a.m. No tuve que esperar mucho cuando vi la figura de Hikari recortarse a la lejanía. Ella también me vio, levantó la mano y comenzó a agitarla. Nos sentamos juntas en el autobús. -Deberías comprarte otro celular –le dije. -Aun no supero la muerte del primero. Descanse en paz. -No puedo creer que lo hayas metido en la lavadora. -Lo haces parecer como si lo hubiera hecho a propósito. Fue un accidente. ¿Será que te gusta mensajearme? ¿Que no puedes esperar para hablar conmigo? –me dijo inclinándose lo suficiente como para hacerme sentir nerviosa. -Tonta. No digas tonterías. Solo digo que sería más práctico. Hikari no añadió nada más, una sonrisa coqueta sobre los labios. Después se colocó sus audífonos, volteó la cabeza y creo que se quedó dormida.

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