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Charlotte. 



Era relajante ver nevar por la ventana, con una taza de chocolate recién hecho, bombones derretidos y jarabe de chocolate encima. Los dos amores de su vida estaban durmiendo plácidamente en las habitaciones de arriba.

Era raro pensar en el pasado teniendo lo que en ese momento tenía, pero de vez en cuando se obligaba a hacerlo, tenía un hijo al  que no veía desde hacía tantísimos años y lo extrañaba, cada día, claro que lo hacía.

Como le gustaba soñar con que las cosas hubiesen sido diferentes, haber hecho algo de distinta manera, ver las cosas desde otro punto de vista, le gustaba imaginar que aún vivía con Lee y con Hyun, en moon, en Detroit, Las Fabulosas Las Vegas, en Corea, o en cualquier otro lugar del mundo, viendo crecer a sus hijos, ayudarles a levantarse después de caer de la bicicleta o del columpio. Como le gustaba pensar en una casa frente a un inmenso lago, con una mesita en el frente para ver cada atardecer con una malteada de chocolate, sus hijos corriendo uno tras de otro, tomada de la mano de su marido.

A menudo, cuando suspiraba de la nada, era porque estaba en una ensoñación, cada vez más vívida, cada vez sentía que podía tocar la mano de su esposo sosteniendo la suya, y llegaba alguien y la sacaba de sus pensamientos.
Sus sueños no variaban demasiado, siempre era estar con sus hijos, jugando, conversando. Incluso aún recordaba ciertos rasgos de la actitud de Hyun que eran muy características de él. Podía intuir muy bien cuáles serían las respuestas a ciertas preguntas. Con su hija no era necesario esforzarse en imaginarla, en adivinar cuáles serían sus movimientos o expresiones, eso le traía cierto alivio. Pero a su marido... al principio no quería ni contemplarlo en la imagen, después tuvo que hacerlo por el bien de su hija. No quería que ella no tuviese una figura paterna, claro que, con el tiempo, le era más difícil ocultar las cosas malas y enfocarse sólo en las buenas y terminó por contarle una versión muy resumida de lo que era su padre en todos los aspectos.
A Lee lo imaginaba como cuando le conoció, cuando iba por ella para llevarla a bailar, a jugar en el Mini golf, y vaya que sí era mini. Le gustaba recordar sólo las cosas positivas, las lindas, los detalles que tenía para ella, las miradas llenas de amor. En un principio le ayudaron, después comenzó a idealizarlo e idolatrarlo, ni para Charlotte ni para Brooke era bueno, así que comenzó de nuevo. Pero había notado algo, desde hacía un par de años como mucho, cuando se veía en una mesita frente a un lago tomando una malteada, tomada de la mano del hombre más importante de su vida, trataba de verlo pero no lo lograba. Al inicio estaba borroso, cada vez más hasta convertirse en una mancha grisácea, ni forma ni tamaño predecibles.
Con el tiempo comprendió que era lo mejor.


Suspiró y el vaho que soltó empañó el vidrio. Jamás recuperaría los años perdidos y, ciertamente eso le daba algo de pena. Pena por todo lo que se perdió y todo lo que aguantó.


La noche seguía su curso y Charlotte parecía no sucumbir ante oscuridad y el sueño. Quería tener respuesta de Lucy pero aún era muy pronto, tenía demasiada fe en los trabajadores del correo postal que se enterneció ella misma. Con suerte, apenas estaría llegando la carta a manos de Lucy.

Lucy.

Cómo la extrañaba. Ella había significado un gran ancla en su realidad. Gracias a ella y a sus consejos había tomado mejores decisiones  y había podido ver con mayor claridad las cosas a su alrededor. Brooke había pasado buenos momentos con ella. Como la quería en ese entonces, ahora, su hija sólo tenía un vago recuerdo de aquella morena.

Le había tenido miedo al pasado, pero Hyun y Lucy valían lo suficiente como para arriesgarse y volver.

Tomó el último trago a su chocolate, se cercioró de que todo estuviese en orden y las cerraduras con llave y se fue a su habitación, con más decisión que antes, sobre su futuro y más entusiasmo en su presente. 



Gracias por leer.
Buen fin de semana.
¡ABUR!

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