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Cuando Magnus se durmió, agotado por el mal día que estaba llevando, comenzó a sentirse extraño, sus sueños reflejaban el duro sufrimiento que estaba pasando, la invocación de su padre cual había estado evitando por siglos, la no recuperación de Alexander, el odio que aumentaba cada vez más sobre Jonathan Morgenstern y la muerte de Simón, el pobre Simón que no merecía morir.

—Magnus...

Aquella voz se escuchaba tan lejana, Alexander lo estaba llamando en sus sueños, pero no podía verlo, estaba todo oscuro alrededor de él que era imposible tener una visión clara.

— ¡Alexander!

La cabeza comenzó a palpitar y cayó de rodillas al suelo mientras sus manos iban a sus oídos para parar aquella voz que se quería entrometer cuando Alexander estaba apareciendo. Creyó que Valentine Morgenstern era el hombre más inhumano que se había cruzado por su vida, pero su hijo, su primogénito era peor, mucho peor, un asesino, un monstruo.

—Magnus ¿Dónde estás?

Aquella melódica voz de su Garbancito estaba buscándolo, y podía calmarlo tan rápido, podía hacer que su cuerpo dejará de tensarse y mirará a la oscuridad buscándolo. Sabía que era un sueño, sabía que estaba esperando a un Alexander que era producto de sus sueños, pero quería verlo, quería ver sus ojos azules.

—Acá estoy cariño—susurró Magnus.

No podía dejar de sentir la culpa por la muerte de Simón, era un chico que había entrado al mundo de las sombras por culpa de su amiga, por culpa de él mismo por seguirla, pero no merecía una muerte tan horrible ¿Qué estaría sintiendo Isabelle? ¿Cómo estaría Raphael a perder a unos de sus polluelos? Y la culpa no podría desvanecerse, estaría clavada como la vez que vio a su madre muerta, que se había suicidado también por su culpa, por ser diferente, por ser un monstruo. Ahora lo estaba siendo, tan egoísta, tan avaricioso por recuperar la vida de un Nephilim que volvería a morir.

—Acá estás.

Miró aquella sobra detrás de la niebla que ahora había dejado de ser oscura, era su Alexander, lo sabía. Cuando el chico pasó a través de ella entonces Magnus se dio cuenta que no le reconoció, era su chico pero a la vez no, estaba sonriendo, pero sus ojos...

—Tus ojos son negros— susurró Magnus.

El chico asintió mientras chequeaba la lengua.

—Tú me vas a hacer esto, no me veas así.

Magnus comenzó a negar, mientras se paraba y caminaba hacia él con sus manos y labios temblando, tratan de tocarlo.

—No Garbancito, yo no quiero hacerte eso, quiero traerte de nuevo.

El chico negó.

—No puedes revivir a alguien que está muerto, está contra la ley de la naturaleza—dijo Alec—nadie puede modificar eso Magnus.

Magnus vio como Alexander le estiraba la mano y no dudó en darle la suya, para después sentir como su chico lo daba vuelta y quedaba de espalda mientras sentía los labios de Alec posarse en su cuello y los brazos de este en su abdomen.

—Soy el gran brujo de Brooklyn— susurró Magnus—si quiero traerte de nuevo haré todo lo que esté para mi alcance para modificar eso.

Entonces comenzó a sentirse sin aire, cuándo subió su mano a su cuello entonces sintió algo correr por ello, miró sus mano viendo sus dedos manchado con sangre, Alexander ya no estaba con él. Despertó sobresaltado, respirando con dificultad y llevando sus manos a su cuello mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas, sin creer lo que había sucedido.

—Alexander...

Ese no era su Alexander, no era un ser malvado, tampoco era capaz de matarlo, de cortarle la garganta, de tener ojos negros cuando los suyos eran de aquel azul tan llamativo y hermoso. Miró hacia donde estaba el cuerpo de Alexander, aún seguía ahí, quieto, sin meter ningún ruido, estaba muerto y el sueño solo había sido producto de su frustraciones, seguiría adelante con lo que haría, no iba a aflojar por un sueño.

—No daré vuelta atrás.

Ya no podía guardar luto, dejar que el alma de su ojiazul se fuera, ya estaban a mitad de camino. Nadie podría pararlo, ni sus propios temores.

No Me Dejes. •Malec•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora