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MAGNUS

Cuando llegó el punto justo del anochecer, la sala ya estaba preparada para comenzar el ritual de invocación, se había puesto su mejor traje, se había pintado y ahora estaba mirando el cuerpo de Alexander con amargura. El tiempo era muy importante, y más para los Nephilim cuando se trataba de vivir. Magnus ya no podía recordar mucho el comienzo de su relación, solo sentía aquel sentimiento agradable que se presento cuando se conocieron y comenzaron a salir, pero si podía recordar cómo habían terminado de una manera ridícula, ahora eso ya era ridículo, no importaba que Alexander hubiese querido entrometerse en su privacidad, ahora eso era pasado.

—Lo siento, Alexander.

Eran una relación, debían confiarse la mayoría de los problemas o secreto para que la pareja pudiera mantenerse estable y equilibrados en confianza, y aunque Alexander también había tenido la culpa del asunto, él se había unido a la Reina Seelie en todo aquel asunto y eso era peor, era como ponerse contra su pareja, y eso a Alexander le había dolido.

—Te amo Garbancito, te amo.

Colocó su mano en la cápsula para sentirlo más cerca, mientras cerraba los ojos con cansancio.

—Cuando Jace regrese, estaremos a pocos pasos de poder despertarte, y nadie, ni nada nos podrás separar, nos iremos de aquí y seremos tú y yo— susurró Magnus— y Jace.

Se alejó un poco y arregló su chaqueta mientras tomaba una bocanada de aire y después la dejó escapar por sus fosas nasales, era hora, caminó hasta la habitación para cerrar la puerta detrás de él. El ritual de invocación debía hacerse con la mente en blanco, cualquier preocupación, cualquier pensamiento podía jugarle en contra y servir para su padre o de cualquier demonio que iba a invocar, además debía parecer seguro, no es que no pudiera con ello, pero le aterraba aparentar estar enojado, tampoco le costaba aquello, había pasado por fases donde su carácter había estado furiosa con muchas personas, pero no podía mentirle a un demonio mayor, ellos sabían cada juego, cada palabra. Tenía que implantar miedo, en Lilith, la madre de todos los demonios, la mujer quienes alababan por su maldad en su corazón y la madre de Jonathan Morgenstern. Al pensar en ese nombre apretó las manos en puños, estaba haciendo todo esto por él, para matarlo, para deshacerse de él de una vez.

"No hagas esto, es peligroso."

Magnus solo movió su cabeza para apartar las palabras de Alexander, solo las alucinaciones estaban volviendo a él, pero no debía dar paso atrás, su Alexander estaba muerto por culpa de una sola persona. Dejó que las llamas bajarán por sus manos para después dejarlas moverse frente a él y al pentagrama dibujado, mientras comenzaba a hablar en el idioma que cada brujo usaba para una invocación. Entonces llegó...

Primero como una mancha movediza de sombras hasta evolucionar en la oscuridad como un hombre, el cuerpo que usaba cuando llegaba a una invocación, alto con su rostro humano, piel pálida, estirada y tensa sobre sus huesos, y llevaba esa ridícula corona de alambre de púas rojas en su cabeza, como si quisiera presumir su gobernación en Edom, mientras dejaba mostrar en su sonrisa sus dientes puntiagudos, afilados y presumir sus ojos de oro-verde y pupilas como un gato, al igual que Magnus, como si le divirtiera aparecer vestido elegantemente con su traje blanco y botones tallados en forma de moscas, mostrando que compartían más de lo que querían ocultar, que eran padres e hijo.

—Asmodeus— murmuro Magnus.

El hombre hizo una reverencia elegante al escuchar su nombre.

—Hijo— saludo este con diversión— han pasado siglos desde tu última visita.

Su voz era grave, detrás de aquel tono le acompañaba docenas de voces que mostraban su dolor, la agonía al ser consumidos por el demonio mayor.

—Solo estás aquí para ser mi mensajero, demonio— dijo Magnus entre dientes— quiero que le lleves el recado a Lilith y a su hijo.

No Me Dejes. •Malec•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora