Capitulo 16. Urgencia

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Vera

No entendía porque siempre nos interrumpían; en el restaurante, en el auto, en la escuela y ahora hasta en mi casa. Resople y voltee a verla. Estaba casi desnuda, con su lacio cabello alborotado, mire sus pechos, su vientre y la diminuta prenda que restaba y momentos antes estaba apunto de quitar. ¡Al diablo Fernando! Que esperara. Me acerque a besarla, su boca era cálida, la abrace buscando sentirla tanto como pudiese con ese abrazo. No quería parar, ella tampoco, baje mi mano hacia su entrepierna recordando la humedad que sentí antes pero ella se removió en mis brazos y me aparto - tengo que vestirme - no, no tienes. Quédate así.

-no es necesario, saldré le diré que voy de salida y lo correré tan rápido como pueda - le di un beso y acomode mi erección lo mejor que pude en el pantalón. Dolía, lo cerré despacio consiente de que un movimiento en falso dolería más, la vi alcanzar su sostén y la camisa que se encontraban sobre la cama enredados, ah ah ni loco la dejaba vestir. Aparte la ropa de sus manos. -esperame no tardare nada - la abrace por la espalda y acaricie sus senos para convencerla - esperame desnuda - gimio cuando apreté sus pezones, quizá me daba tiempo de besarlos un poquito antes de abrir la puerta, tenia un calentón que no podía aguantar. Desde adolescente que no me ponía así de intenso con una mujer y en aquel entonces se entendía por mi inexperiencia y hormonas en estos momentos no tenía excusa, excepto la locura que ella provocaba en mi. Apreté sus senos, eran muy suaves.

-basta, ya vete - no me quito las manos, no era muy convincente su negativa. Continúe masajeando y restregando mi miembro contra su trasero, si no fuera por el idiota de Fernando en estos momentos estaría dentro de ella.

-di que me esperaras desnuda o no me iré - tenia que insistir

-él te esta esperando, vete ya - gemia con mis caricias. Deje de acariciar un seno para bajar mi mano y colarla en su ropa interior. Ella dio un chillido al sentir mis dedos frotando su clitoris ¡carajo! Estaba tan empapada casi podia jurar que la humedad ya empezaba a bajar por sus muslos - basta por favor - eso fue un gemido en toda regla.

-dilo - apreté el botón entre mis dedos y a ella se le fue el aire.

-lo haré, lo haré pero para por favor - sonreí satisfecho. La voltee para besarla, la bese duro y cuando volviera de patear el trasero de Fernando la tomaría igual. No me contendría, ella se lo había buscado, tenía que ser idiota para no darme cuenta que su berrinche era por mi falta de atención. Cuando decidí que se quedaria conmigo no lo hice con esa intención, solo quería cuidarla e hice acopio de todo mi autocontrol para mantener mis manos lejos hasta que ella fue quien me pidió a gritos que se las pusiera encima. Y ahí si ya no había manera alguna de contenerme, me obligue a recordar que Fernando esperaba en la puerta y me aparte de sopetón. Salí sin decir nada más, ni voltear a verla. No podía asegurar mi control si lo hacía.

Salí asegurandome de cerrar bien la puerta. Respiraba profundamente para tranquilizarme. La carpa en mi pantalón me decía que no estaba funcionando, situaciónes desesperadas requerían medidas desesperadas si salía así tendría muchas cosas que explicar como el porque no podía presentar a mi chica. Me detuve frente a la mesa y tomé el pisa papeles en forma de búho (regalo de mi tata margarita el día de mi graduación) y golpeé mi mano fuertemente con él. Eres macho, eres macho me repetía mientras agitada mi mano absorbiendo el dolor, maldita sea debí pegarme más quedito. Lo que hacía por una chiquilla. Baje mi vista, el bulto ya no estába, perfecto por lo menos el golpe no fue en vano.

Abrí la puerta y me encontré a un Fernando sonriente y a una Damara que me miraba con extrañeza - ¿te caíste o algo ? - preguntó Fernando. Hasta ese momento yo no había caído en cuenta que Damara también iba a ingresar a mi casa, es más ni siquiera había razonado que se trataba de Damara así de caliente me ponía Caperucita. Un sabor amargo se instalo en mi boca, no importaba cuantos años pasaran jamás me acostumbraria a tener a Damara de nuevo en mi casa. La presencia de Fernando lo hacía más difícil pues debía fingir una amabilidad y agrado hacia ella que no sentía.

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