El equipo formado por Odd y por mí estaba preparado para un segundo asalto, sin embargo, ocurrió algo que no estaba previsto en mi programa de batalla. Escaseó la munición tan rápido se oyó desde el salón el nuevo quejido de Jack al darle certeramente en el lóbulo de su oreja. Toma, por arrogante, había dicho segundos antes de lanzar el fruto. Me hubiera muerto de la risa de haber logrado que el piñón acabase dentro del orificio de su oído. Al final resultaría que no éramos tan principiantes en el tiro con frutos secos. Podría incluso catalogarlo como una de nuestras nuevas actividades deportivas para paliar con el aburrimiento que alguna vez nos invadía esos domingos por las tardes o aquellos días de huelga universitaria a los que cuatro atrevidos acudían siempre para reivindicar las condiciones en las aulas y el método de evaluación. O simplemente en un día de lluvia intensa, en lo que más le apetecía a una era quedarse en casa.
Le di mis dos últimos piñones a mi amiga mientras me ponía en pie.
─ Ahora vuelvo, voy a por más piñones ─ le informé dirigiéndome hacia la barra americana.
En la cocina se encontraba el mismo dúo que nos habían entrado (verbo coloquialmente usado para decir con menos palabras: tirar la caña). Me sonrieron ampliamente como dos tontos al pasar cerca de ambos y toqué sin poder remediarlo el antebrazo del más alto con mi hombro. No había nada malo en ello salvo que yo y los contactos físicos no éramos íntimos amigos. Había que especificar que esa zona cuadrada de la casa no era muy amplia y había un alto porcentaje de probabilidad de que los presentes se rozasen los cuerpos entre sí, si uno tenía pretensión de cruzar al otro lado. Como yo, en esos momentos. Era eso o no seguir con mi fenómeno plan.
Busqué el plato pero ya no estaba en la mesa. ¡Maldición! ¿Y ahora qué? Cass entró apresurada a la cocina tirándome de la muñeca.
─ ¡Evey, es la hora! ─ reparó en mi nuevo maquillaje fácil pero no comentó nada al respecto ─ Tenemos que sacar el pastel. Les he dicho a los demás que lo entretengan mientras encendemos las velas y preparamos todo.
La americana echó literalmente de la cocina a todos los demás y llamó a Odd que seguía aún en el pasillo. Su expresión nuevamente extrañada por las rayas negras pintadas en su rostro tampoco la llevó a abrir la boca al respecto. Uff, mejor. No era el momento para explicaciones. En cuanto estuvimos las tres solas, nos pusimos manos a la obra. Saqué el mechero de uno de los cajones y se lo acerqué a Cass que empezó a encender las velas una a una, así hasta siete, todas alrededor de ese pastel echado a perder. ¿Es que no tenían ni una pizca de sentido de la vergüenza estas dos? Si en mi cumpleaños me mostraran tan suculento manjar rodeado por esos cirios de color azul, rojo y blanco, los quitaría de la tarta antes de que me siguieran dañando la vista. Y no, no odiaba a los americanos, sólo se trataba de gustos. ¿Sería yo la maniática o rara?
Con un largo suspiro y la orden mental de que no podía estar llena de tanta negatividad en mi persona en un día de especial celebración, me dirigí hacia los interruptores del recibidor para apagar todas las luces de la casa. El piso se sumió en el más absoluto silencio, parando la música y los murmullos en cuestión de segundos. Al regresar, pude ver como Odd le abría la puerta del salón lentamente a la rubia que sostenía el pastel con sus dos manos como si se tratase de la reliquia más valiosa del mundo. El resplandor de las velas sólo llegaba a iluminarle la cara por completo y un poco sus pechos. A la escena de la aparición del postre estrella, se le sumó la canción del "cumpleaños feliz" que empezó a hacer eco entre las paredes del comedor. El momento "soplavelas" estaba por llegar y no había nada que pudiese estropearlo.
Todo en orden, felices y cantores. ¿Qué más se puede pedir? Ahora a esperar a que apagase esas velas y luego probar un trozo de ese chocolate lleno de numerosas calorías. Muero por comer, lo admito.
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De porqué Jack odia a Evey © ✔️
HumorEn un apartamento de estudiantes donde ya convive una fauna humana compuesta por: Cassandra Pevensi, una zorra americana con una propensa adicción a traerse tíos a casa para saciar sus apetitos sexuales; Shui Mayamoto, un japonés casi gay que finge...