CAPITULO 7 - DE ASUNTOS DE ASCENSORES VA LA COSA

975 55 6
                                    

Di un trago a mi café con leche, con insistencia, mientras que mis ojos marrones chocaban con una copia exacta de los mismos. Pertenecían a Norma Gil, una chica de media melena cobriza que conocí en la facultad de medicina en mi primer año (estaba ya en segundo). Si tuviera que definir físicamente a Norma, diría que podría ser, con toda seguridad, mi doble en una película de sobredosis de acción. Solo que yo no iba por ahí en plan "misión imposible" y en la vida real ya era suficiente con una Evelyn Rises jodiendo al personal. Pero a pesar de parecernos tanto yo tenía algo que ella no: pecas. Una herencia de mi abuela o algo así, la cual nació y se crió en Irlanda, ese país pequeño al norte de Inglaterra, el mío natal. Bastantes pecas por la cara y el cuerpo, oh y lunares que bien podrían pasar desapercibidos en algunas zonas. Estaba invadida de puntitos canela pero no en exceso, tampoco había que exagerar.

─ ¡Qué le den a Hipócrates y a la condenada historia de la medicina! ─ exclamó Norma guardando en una carpeta infinita de folios pintarrajeados hasta el milímetro.

─ Pues haber estudiado... no sé, ¿psicología? ─ propuse yo terminando mi café.

Norma hizo lo propio y me miró como si acabase de decir la estupidez más enorme de este maldito y desquiciado mundo. En realidad, puede que fuera así. Salimos de la cafetería y de nuestro campus de universidad parándome frente a un semáforo en rojo en la primera calle.

─ Joder, Evey ─ soltó toda estresada ella ─ para psicóloga estoy yo...─ ironizó ─ ¡Sí es a mí a quién le falta un psicólogo!, que con tanto estudiar me voy a volver loca.

─ No será para tanto.

─ ¿¡Que no es para tanto dices!? ¿Pero es qué has absorbido el cerebro de Einstein o algo? Porque ya me dirás tú como haces para estar tan tranquila cuando tenemos tanto que estudiar.

El semáforo se volvió a poner en verde y los coches nos cedieron el paso, por lo que retomamos nuestra marcha donde la habíamos dejado.

─ Es fácil si gastas toda tu energía con los desequilibrados de tus compañeros de piso ─ suspiré abatida.

─No me hables de compañeros de piso, que yo tengo uno que está como para que lo entierren bien hondo y escondan la pala.

─ Sí, a Donovan deberían hacerle algo parecido, porque parece que se ha propuesto joderme la existencia así de buenas a primeras ─ gruñí, recordando al imbécil de Jack y sus frases sin sentido.

Por más que a mí no me gustase desde el primer segundo en que le vi, yo no fui la que se terminó la leche empezando una guerra con pocas treguas pues ¿Cuándo volveríamos al campo de batalla?. Creo que esta vez me tocaba a mí, ayer no se la devolví. Pero mejor, cuando más bajase la guardia mayor seria el factor sorpresa. ¿Y dónde quedarían los mínimos y los máximos entre nosotros? Vi como el rostro de Norma se tiñó de recuerdo y de una de esas sonrisas lejanas que la gente esbozaba al recordar las andanzas de sendas infancias. Había puesto cara de quinceañera, dejando a un lado esa expresión adulta que tanto la caracterizaba.

─ ¿Ocurre algo? ─ me interesé.

La interpelada se sobresaltó al escuchar mi pregunta.

─ ¿Qué? Ah no, nada ─ se excusó, haciendo un extraño gesto con la mano ─ Sólo que... yo conocí a un par de Donovans. Eran hermanos ─ explicó aún con el semblante vuelto en el pasado ─ Pero bueno ─ dijo, reanudando al presente y a la Norma Gil que conocía ─ ya sabes cómo terminan estas historias de adolescentes.

─ ¿En la mierda absoluta?

─ O peor.

Ambas nos echamos a reír, porque aunque el final de la historia de Norma no hubiese sido un final feliz, ahora ya teníamos veinte años y un nuevo y futuro cuento que escribir.

De porqué Jack odia a Evey © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora