POV JACK
Vale. No había prestado absolutamente nada de atención en las poco más de tres horas de clase que había tenido aquella mañana. Por suerte, tener compañeros como Roger Blas o Cristina Sáez, era cómo si te hubiera tocado la "lotería universitaria". En más de una ocasión me habían sacado de un apuro y sus apuntes a ordenador de contabilidad o lenguaje eran de lo más completos y exquisitos.
― Jack, hoy me ha parecido que estabas en otra parte ― comentaba Cristina abrazando su carpeta con los brazos.
― Es que creo que lo estaba ― admití caminando por los pasillos dirección al siguiente edificio contiguo al de las aulas.
― ¿Y eso?
― Esta mañana en mi piso ha sido peor que lo normal.
Roger río.
― ¿Y qué es normal para ti?
Giré la cabeza para pensar en algo que describiese la palabra en mi apartamento. La verdad que me quedé bloqueado. Una mano se posó en mi hombro y lo agradecí.
― Bueno, sea lo que sea puedes contar con nosotros. Seguro que te has ido a las tantas a dormir ¿a que sí? ― me guiñó un ojo dando casi de lleno en su hipótesis.
Asentí levemente con la cabeza y me llevé el dedo índice y pulgar hacia la zona del inicio del caballete de mi nariz. De aquella manera expresaba que Cristina tenía razón. No iba a contarles realmente lo que había tenido la noche pasada. Ni siquiera conocían en persona a mis otros cuatro compañeros de piso. Nos sumamos a la cola ya formada en la entrada de la cafetería y Roger, mientras tanto, empezó a contar la calderilla como de costumbre. Observé su maremagno de monedas de cinco y diez céntimos (y hasta dos) y saqué un billete de cinco euros de mi cartera.
― Para de contar tío. Ya pago yo los cafés.
― ¿Otra vez?
― Sí. Así te cobras los apuntes que me has dejado estos últimos días. ― sonreí de lado tendiendo el billete sobre el mostrador cuando llegó nuestro turno. ― Buenas, lady. ¿Qué tal andamos? Tres café con leche.
La mujer rechoncha y con gafas de culo de botella descansando encima de su puntiaguda nariz y resaltándole sus verdosos ojos diminutos, llamada Ágata pero apodada la lady (en realidad no tenía ni idea de porqué pero así se dirigían a ella cuando llegué a la universidad), me dedicó una rápida mirada reconociéndome al instante.
― Ah, hola guapo. Tomando un respiro ¿eh? Pues...― tecleó en su caja registradora. ― Serán 4, 50. ― luego alargó una mano y me ofreció un cuenco con láminas cuadradas de chocolate negro y blanco.
Shui se pondría las botas esta noche cuando le llevase una bolsa.
― Vale usted peso en oro, lady. No se le escapa una. ― la halagué a conciencia guardándome chocolates y dando otros a mis dos amigos, sin cortarme con la cantidad sustraída del cuenco.
Había que aprovechar ¿no?
― ¡Gracias lady! ― añadió Cristina.
La mujer se cobró de lo que había dejado a la vista y me dio a cambio una moneda de cincuenta céntimos. Los tres nos dirigimos entonces a la otra barra para entregar los tiques y recoger nuestros cafés. No eran todavía las doce del medio día cuando el grupo de chicas más conocidas y alabadas de toda la facultad de económicas, entraron por la puerta de la cafetería. La gran mayoría de machos desviaron la vista uno segundos a esos cinco cuerpos esbeltos y bien formados tapados con ropa de primera calidad alzados unos centímetros por zapatos y botines de tacón. En el instante que crucé mis azulados ojos con los enormes y pardos de Sandra, se originó lo que se tenía que originar cada vez que hacíamos esa conexión visual. La diferencia era que esta vez no había podido ladear la cara a tiempo. La morena literalmente corrió hasta nuestra mesa y pilló asiento sobre mis rodillas después de besarme en la mejilla.
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De porqué Jack odia a Evey © ✔️
HumorEn un apartamento de estudiantes donde ya convive una fauna humana compuesta por: Cassandra Pevensi, una zorra americana con una propensa adicción a traerse tíos a casa para saciar sus apetitos sexuales; Shui Mayamoto, un japonés casi gay que finge...