Huge se sentía en el paraíso, los labios de ella prácticamente lo estaban devorando, lentamente y con una pizca de inseguridad la sujeto de las prominentes caderas y se aferro a su cuerpo; simplemente no podía dejar de deleitarse con su aroma y el sabor de sus labios, no quería que parara nunca. Podía sentir el calor de sus manos recorriendo su espalda, sus hombros y sus brazos, ¡por la sangre de cristo, esta mujer era pura pasión!
Por otro lado Ingrid se desconocía, sabia que era una locura, pero su cuerpo solo respondía a la esencia de ese hombre, el deseo que se había anidado en su interior reclamaba la liberación de la tortura a la que ella misma se había sometido.Lo inspeccionaba con las manos, sintiendo los fuertes músculos bajo la ropa, enterraba sus dedos en el espeso cabello hasta que, juntos, se arrastraron hasta el sillón más cercano, olvidando que se encontraban en la sala y que cualquiera podría entrar y verlos en tan comprometedora situación.
Huge supo desde el primer instante que la vio en el muelle, que no era una señorita remilgada como las debutantes, ¡NO! entre besos reconoció a una mujer deseosa y llena pasión,y conocedora de las atenciones que un hombre podía proporcionar; a lo que lo llevo a pensar ¿hace cuanto que ella habría dejado de ser una señorita y por que estaba soltera? , ¿acaso se habría entregado a algún canalla y este no quiso responderla? o ¿seria que al fina y al cabo no fuera tan recatada y pudorosa como parecía?
Fácilmente el barón de Arlongford se distrajo con sus propios pensamientos, algo que Ingrid advirtió desde el momento en el que los besos del caballero eran más ausentes y torpes. En ese momento la institutriz cayo en cuenta del lugar donde estaban y de lo que estaba pasando, y sin remordimiento alguno empujo al hombre, provocando que cayera de un modo muy escandaloso al suelo y que ella saliera corriendo.
-L-lo siento... yo.. esto jamás pasara de nuevo- fue todo lo que Huge pudo entender mientras la veía huir por la entrada.
Sin aliento y con la frente sudorosa, Ingrid se encerró con seguro, y se dirigió a su tocador, encontrándose con el reflejo de una mujer insatisfecha, con las mejillas sonrojadas, los labios hinchados y las pupilas dilatadas por la excitación; toco sus senos inflamados y sintió el cosquilleo entre las piernas...¡por dios ¿que es lo que había hecho?!
-Orban.... yo... perdóname- dejo que las lagrimas salieran de su cuerpo, como si de ese modo purificara la traición que había cometido a su esposo.
Huge por su parte se quedo en shock tirado en el piso intentado sujetarse con una mano del sillón y con otra apoyada en la alfombra; tenia la respiración acelerada y un bulto nada discreto en la ingle. No era consciente de que tenia la camisa y el saco desacomodado y el cabello revuelto así, que en cuanto Liam y lady Corinna entraron y lo vieron, fácilmente dedujeron el pequeño encuentro que había tenido.
Corinna se escandalizo al percatarse del estado inoportuno del barón, y con su abanico intentaba cubrir su rostro. Liam lo miraba con reproche e intentaba ocultar su precario estado de la vista de la dama colocándose frente a ella.
-¿Acaso te has tropezado con la alfombra?- Liam alcanzo un cojín de un pequeño sofá que estaba frente a el y se lo arrojo.
Huge reacciono al mismo tiempo que sintió el impacto del cojín y rápidamente cubrió su incomoda situación con el.
-Lady Corinna le ruego me disculpe- y con toda la vergüenza del mundo se incorporo sin soltar el cojín y salio dándoles la espalda.
Subió las escaleras a toda velocidad mirando por todos lados para ver si nadie estaba cerca, cuando al llegar al ultimo escalón tropezó con lady Emilia -para su mala suerte- soltó el cojín por la impresión dejando al descubierto su insatisfecho mástil. Emilia estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera noto la incomodidad del barón.
-Lord Arlongford, le ruego me disculpe, casi lo tumbo por la escalera.
-No no discúlpeme usted, no la vi, con su permiso- y a paso veloz siguió con su andar rumbo a su dormitorio.
Emilia frunció el ceño y vio desaparecer al hombre entre los pasillos, no le dio mucha importancia por que en le instante en el que se decidía a bajar las escaleras, se encontró con un par de ojos azules que la veían con una disculpa marcada, simplemente suspiro resignada y se dispuso a dar alcance al dueño de esos zafiros que tanto amaba; negó varias veces con la cabeza y sujeto la mano que le ofrecían.
-¿Que voy a hacer con usted milord?
-Amarme hasta el ultimo de sus días mi lady- Edmond beso la mano de su coquine y recibió su hermosa sonrisa como un "te perdono".
=========================================================
Huge caminaba nervioso, había dado mal la vuelta en uno de los pasillos y ya su virilidad se había esfumado gracias al susto con las hermanas Von Hallen, pero se encontraba totalmente desorientado, camino más tranquilo dándose el lujo de distraer su mente con las hermosas esculturas y pinturas que adornaban el pasillo, aun se sentía abrumado por la escena tan apasionada que había protagonizado con esa mujer de cabellos miel; seguía teniendo el sabor de sus besos marcado, pero no dejaba de preguntarse sobre cual era la historia de esa mujer. Estaba tan metido en sus pensamientos, hasta que unos sollozos llegaron a sus oídos; siguió la triste voz de la dama hasta el final del pasillo, pego su oído a la puerta y se azoro al reconocer la voz de Ingrid, hablaba en otro idioma, no era alemán de eso estaba seguro.
-¿Como fui capas de hacerte esto? ¿ en que momento me olvide de todo? soy una estúpida.
El barón estaba consternado, ¿Por que estaba llorando? ¿que es lo que decía?, la escuchaba tan triste y tan devastada que deseo entrar y abrazarla; miles de cosas invadieron su mente y frustrado se golpeo la cara no dándose cuenta del espectador que se encontraba tras de el.
-¿Sabe que es de mala educación estar husmeando?- el hombre le hablaba en Francés.
Huge se giro asustado y maldijo al hombre por casi provocar le un infarto.
-¡Herr Nico! asustar a la personas también es de mala educación y hablarle de ese modo a un noble una falta de respeto.
-Lord Arlongford que yo sepa es usted solo un barón, y aquí en Austria no es un titulo muy alto que digamos, aun así, me disculpo si le he ofendido, pero debería tener más cuidado la próxima vez, Frau Helga no tendrá clemencia de usted si sabe de sus deslices con lady Briest.
La cara de Huge se descompuso, y se torno roja al ver que el mayordomo los había descubierto en la sala.
-No se preocupe milord su secreto esta bien protegido, solo debería comportarse más honorable con la dama que esta en esa habitación, es una joya de lo mas valiosa y delicada.
-Herr Nico, le garantizo que mis intenciones son honorables- Casi le da un ataque de risa, al ver que se estaba excusando con un sirviente.
-Si lo que dice es verdad, entonces gánese su corazón y llévese la lejos de aquí- El sirviente sonrío entre dientes al ver el interrogante en su rostro, así que decidió alborotar más la curiosidad y la intriga del hombre para incentivarlo a actuar rápido.
-¿Que es lo que esta diciendo?
-Es obvia su ignorancia milord, pero debe actuar rápido y sin más preguntas por el bien de la dama, que para serle sincero, estoy muy seguro de que ya esta loca por usted, con su permiso.
Y así como apareció el hombre se esfumo, dejando aun más aturdido al barón; primeramente por la insolencia con la que se dirigió a el y en segundo en lo que decía sobre Ingrid. ¡por que debía llevársela? ¿con que fundamentos lo tachaba de ignorante? y sobre todo ¿por que creía que estaba loca por el?
Eran muchas preguntas sin respuestas, pero para su fortuna era muy perseverante y si algo lo caracterizaba era siempre salirse con la suya; averiguaría el misterio que se esconde tras la fachada de esa mujer y en menos de lo que cantara un gallo la haría suya para siempre...
ESTÁS LEYENDO
El Temple de la Princesa (2° Saga corazones traicionados) ULTIMOS CAPÍTULOS!!!
Ficción históricaAlexandra Aneska Kovács Göröcs había conseguido una nueva familia cuando el conde de Rosenau la rescato de morir de hipotermia cerca de la frontera con Hungría, su país natal. Rápidamente se encariño con las dos jóvenes hijas del conde, que habían q...