XIV Phoebe

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No sé cuanto tiempo ha pasado desde que llegamos a este lugar. Después de huir de los Oscuros, hemos caminado por largo rato, al lado de unos grandes muros que nos llevan en una sola dirección, hacia una espesa selva, en la cual podemos observar desde nuestra ubicación una gran cascada que deja una gran nube blanca por el contacto que hace el agua al chocar contra las rocas desde unos cuarenta metros de alto quizá.

Los muros que hay a nuestros costados son de piedra, con símbolos extraños tallados seguramente hace miles de años atrás, la altura oscila los catorce metros de altura, apenas llego a tocar algunos de los símbolos que están incrustados en la piedra color gris. Según Exus los muros fueron construidos para mantener alejados a los oscuros que ya habían empezado una guerra hace muchos años.

A nuestros pies se encuentra una especie de maleza de color lila oscuro, donde crecen pequeñas florecillas amarillas, algunas se las lleva el viento. Max camina a mi lado, veo que se agacha a un lado del camino y recoge un par de aquellas flores, luego me las pone en el pelo.

—La encontraremos, haré lo que sea por traerla devuelta —me dice con tono dulce intentando apaciguar mis pensamientos.

—Espero que se encuentre a salvo —digo mientras mi mirada va de él a lo alto de aquellos muros intentando hallar una respuesta al paradero de Scarleth—.  Creo que debemos seguir o nos perderemos.

—Si también lo creo —dice Max casi en un susurro. Mientras nuestras miradas se topan nuevamente y la mantenemos fija durante unos escasos segundos.

En realidad no sé que es lo que me está pasando con Max, pero creo que no es momento para pensar en ese tipo de cosas, aun debemos hallar a Scarleth, la verdad tengo miedo pues no sé donde se encuentre, me preocupa su estado.

—¡Deprisa chicos, hay que llegar antes del anochecer a la cascada! —grita Exus sin dejar de mirar el camino.

—Si claro. Para él es fácil decirlo, está tan alto que solo da un par de zancadas y llega —me susurra Max al oído.

—Calla, o te va a oír —Suelto una risita y le doy un codazo.

En las zonas más bajas del valle, abundan hierbas y juncos dorados, que son sucedidos por bosques similares al bambú, dando paso a unos árboles de hoja caduca y a las coníferas en la parte superior del valle, a esta altura el clima se torna más frío de lo que acostumbraba en NortVille, por suerte traigo un abrigo en la bolsa que llevé ese día al lago.

Es tan relajante este lugar, y tan distinto a todo lo que alguna vez había imaginado supongo que este paisaje se encuentra en otro mundo, y me atrevo a preguntar.

—¿Este es algún lugar de la tierra? —digo llamando la atención de todos y esta vez Exus se detiene y me voltea a ver.

Se queda mirando el paisaje, las montañas a lo lejos, los pinos grisáceos un poco más abajo y algunas aves de aspecto extraño que sobrevuelan sobre nosotros.

—Pequeña, todo lo que ves es una parte de la tierra que murió hace mucho tiempo —dice señalando toda la vegetación a nuestro alrededor—. Lo que ves es lo que existió hace millones de años y lo que muere cada día por culpa de la humanidad y también por causas de la naturaleza, en fin, todo aquello viene a este sitio.

—¿Quieres decir que todo esto era parte del mundo donde vivimos? —Max alza la voz, gira y mira asombrado el paisaje.

—En parte si, todo aquello vuelve a nacer aquí y es resguardado dentro de estos muros que los protegen, dándoles vida eterna—. dice Aneucys cerrando los ojos y respirando muy profundo.

—Así es —prosigue Exus–. Nuestro creador lo ha puesto así, en algún momento los elegidos vendrán aquí y gozarán de la vida eterna que el nos ha propuesto, si le servimos y hacemos lo correcto.

—¿Su creador? —cuestiona Max mirando a Exus.

—Si, el creador de nosotros los guardianes, de ustedes en la tierra y de todo lo que existe en el universo. Acérquense miren esto de aquí —dice y se inclina un poco a una orilla del camino donde habían varias florecillas en el suelo, de entre un grupo de rocas unas raíces comenzaron a salir poco a poco formándose el tallo y luego las ramitas de lo que era un pequeño roble.

—¿Pero qué? —dije asombrada.

—Cada vez que en la tierra muere algo vuelve a crearse en este lugar, como te lo dije antes Phoebe. Así ha pasado con este pequeño árbol —dijo Exus acariciando las pequeñas y delicadas hojas de aquel arbusto.

Me quede admirando aquel evento tan hermoso y extraño tanto para mis ojos como para los de Max que estaba inclinado a mi lado con su mano derecha sobre mi hombro.

Miro al cielo y me doy cuenta que hay dos lunas azules, una un poco más grande que la otra, a pesar de la luz del sol, su color es muy resplandeciente, me giro hacia Exus y el sonríe un poco como si se burlara de todas las preguntas que me estoy haciendo en estos momentos.

—¿Porque hay dos lunas? —digo al fin.

—Ambas son el centro Dayrat —responde Exus sonriente—. Son la base primordial de la tecnología en la comarca. Allí se fabrican todo tipo de armas y objetos necesarios en la batalla contra los oscuros. Todo se hace allá para evitar contaminar este sitio.

—¿Entonces ya no estamos en la tierra? —suelta Max de golpe.

—No, ya no. Estamos en Hotir. Uno de los cuatro reinos que forman el planeta en el que estamos —dice Aneucys mostrando un pedazo de papiro con unos puntos de colores.

—¿Planeta? —musito.

—¿Y entonces en donde se supone que estamos? —pregunta Max con preocupación.

—Aaden —habla por fin Exus—. Es aquí donde nuestro creador planea traer la nueva vida que será eterna. Pero antes de que eso ocurra debemos detener la amenaza de los Oscuros.

—¿Entonces hay más Norshoks en este planeta?

—Si Phoebe, detuvimos los que estaban detrás de nosotros pero hay más en todo el planeta. De diferentes clases oscuras —dice con tono fuerte Aneucys—. Es nuestra tarea eliminarlos, por eso los necesitamos.

—Los muros que vez son los límites que nuestros antepasados han hecho para mantener controlados a los Oscuros que habían del otro lado mientras los eliminabamos, pero hay rupturas en algunas aldeas donde se han colado y han invadido dichas regiones con sus pestes mortales, tomando a los aldeanos como rehenes en prisiones infernales.

—Eso es horrible —digo cubriendome la boca.

—Lo es. Pero podemos detenerlos y salvar a Aaden de un triste futuro.

—Entonces daremos lo mejor de nosotros para que sea así —dice Max tomándome de la mano, solo con mirarme a los ojos sabía que diría que si.

—Si, pero deben mejorar, su nivel de pelea, también conocer mejor sus piedras y los dones que estas les ofrecen —Dice Exus más serio mirando el cielo—. De hecho tu amiga es la que me preocupa, de no controlarlo a tiempo podría incluso acabar en algún lugar mortal.

Una luz grande de color verde iluminó el cielo moviendose lentamente hasta la parte trasera de una caudalosa corriente que baja por una enorme cascada. Caminamos por varios minutos siguiendo aquella luz, pues según Aneucys era una de las señales para encontrar la Comarca Faberk, otro de los reinos de Aaden. En la parte baja de la cascada el sonido es tan fuerte que hace que nuestras voces se hagan débiles por el ruido que provocaba al chocar contra varias rocas en aquel acantilado.

—Tenemos que llegar a la mitad de la cascada en aquella cueva que se puede notar —dice mamá alsando un poco la voz debido al fuerte rugir de las aguas.

—¿Pero como? —repuso Max mirando lo alto que estaba.

—Tengo una idea, pero creo que no les va a gustar —dice Exus subiendo un poco las comisuras de sus labios.

—¿A si? —digo intrigada—. ¿Y cuál es tu maravilloso plan?.

Puso ambas manos en mi espalda empuñando mi ropa luego me susurro sonriendo.

—No temas. No te dejare caer.

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