XXVII Scarleth

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Scarleth

Débil mente

El cansancio del trayecto y cuatro días sin dormir me pasan factura. Cierro los ojos un instante, imagino que hace una semana estaba en casa, todo era, normal.

Me invade un sentimiento de angustia y desesperación. Mi vida pasada quedó en el ayer. Lo que creía que era yo, ya no existe. Suspiro, apretando mis puños con todas mis fuerzas. Esto va a pasar, me digo. Saldré de esto, intento creerlo.

Abro mis ojos nuevamente, mi respiración se acelera un poco más de lo que estaba antes.

Los oscuros faltantes terminaron de subir a las gradas y las puertas de la catedral fueron cerradas, hundiendonos entre las sombras irregulares que producían las antorchas.

Estaba aterrada, en efecto. La falta de sueño facilitaba a mi mente crear muchas más visiones de lo que realmente estaba sucediendo. O solo tal vez, si estaba rodeada de demasiada oscuridad y figuras tan aterradoras que mi mente no podía procesarlo. Moría de miedo.

¿Cómo podría no estarlo? si acabo de ver entrar mi salvación con grilletes y con la esperanza muerta.

—Lo que acabamos de presenciar es una muestra muy clara del poder que estamos ejerciendo sobre Aaden. Y me atrevo a decir que estamos más cerca de lograr nuestro objetivo —dice el Oscuro al lado de mi padre.

—Solo queda la chica de la piedra Rix señor —dice uno de los miembros del consejo.

—Tu amiga no será un gran reto —dice el Norshok esta vez mirándome—. Necesito un cambiante que se encargue de aprender todo lo que sabe esta pequeña humana —continua mirando a los Oscuros del otro lado del edificio.

Demonios, van a intentar engañar a Phoebe.

¿Acaso habrá alguna manera de decirle? De poder advertir todo lo que están a punto de realizar estos tipos.

Entre gritos y gruñidos escalofriantes, producidos por los Norshoks, se dieron ordenes de atacar una tal Comarca de guerreros ubicada al norte.

—Entonces no somos los únicos peleando contra ellos —susurro para mi.

—¡Necesito una gran artillería saliendo de la ciudad lo más pronto posible! —rugió el Oscuro del cetro, seguido por vitores de guerra por parte del consejo y el resto de luchadores y bestias que nos rodeaban, incluso pude observar como mi padre se entusiasmaba con tal mandato.

Desde donde estoy mi desesperación llegó al punto de querer arrancarle la pulsera al Norshok e irme, hacer algo, pelear contra ellos, pero esta agonía por mí madre y hermano me tiene atada. Sin usar cadenas soy presa de estos monstruos.

Miro mis manos llenas de cortes, justo donde antes tenía grilletes, y mi tobillo, aún vendado, duele. Pero más que eso mis pensamientos se centran en algo que ni Barek, ni el oscuro me han dicho. ¿Donde tienen prisionera a mi familia?

En una avalancha de sombras oscuras, alaridos estruendosos y lo que me recuerda una alarma inmensa qué zumba una y otra vez en mi cabeza, se van desapareciendo en el gran portón todos los Norshoks rumbo a sus guaridas, esperando la hora para salir a destruir todo a su paso y adueñarse de éste, nuestro nuevo mundo.

Mi padre atento a como luce mi semblante ante tal escena, toma mi mano un instante con la esperanza de que le hable o que siquiera escuche su excusa.

Quito mi mano de inmediato y me cubro con la otra. Su rostro se apaga y saca de su bolso un bulto diminuto. Es una pequeña pieza de lana, color celeste, uno de los guantes de mi hermano, el que mamá usaba cuando salían, por el frío.

—Escucha se que no confiarás en mi —dice él suavemente, intentando llegar a mi—. Pero debes saber que no planee que esto llegara a pasar.

Es tanta mi rabia qué no le dirijo la palabra, pero si tomo rápidamente el guante de mi hermanito entre mis manos y lo llevo a mi pecho. Me sumerjo en una ira qué jamás creí tener.

—¿Donde están? —Es lo único que alcanzo a decir sin siquiera mirarlo.

—Scar... Yo...

—¡Basta! —grito llamando la atención de los miembros del consejo qué se encuentran aún en el lugar—. No te atrevas a llamarme así otra vez. Solo quiero que me digas donde los tienen.

—Yo te mostraré —dice esta vez el Norshok del cetro—. No te voy a impedir verlos, pero quiero que te tomes muy en serio mi trato. Si no haces lo que quiero no me quedará de otra que acabar con ellos—dice mirando el guante que mi padre me acabó de entregar.

Solo asiento, él se de la vuelta y empieza a bajar. Me quedo pasmada un instante; mi padre me dice algo casi insonoro.

—Debemos irnos.

Mientras nos movemos bajando las gradas de hormigón negro que se yerguen en ambos lados del recinto, veo como todos murmuran sobre mi. Esta vez si puedo entender sus palabras.

El Oscuro va delante con varios Norshoks, mi padre viene al final, y el resto del consejo nos ve partir. Me siento tan diminuta, abrumada por tan inmensas estructuras que, en cualquier momento podrían aprisionarme como a mis amigos.

Al salir, mi vista se queda nublada con tanto color gris y púrpura oscuro en todas partes, edificios qué parecen estar en llamas permanentemente.

La ciudad se alzaba alta, con sus rascacielos, calles bulliciosas con seres alados yendo y viniendo de todas partes.  La atmósfera era más oscura y aterradora que cualquier otra ciudad. 

Los habitantes eran todos Norshoks, con capas con sombras recorriendo su cuerpo, con armas misteriosas con poderes oscuros que protegían ferozmente contra cualquier forastero.

Las luces de neón que iluminaban la ciudad por la noche solo se sumaban al ambiente siniestro que emanaba del lugar.

Camino a la prisión de mi madre y hermano, veo como se me acerca un oscuro y se coloca a mi lado. Sin medir palabras me toma de la muñeca con una leve presión.

Cuando alzo la vista para ver su rostro me doy cuenta que es idéntico a mi. Este es el cambia formas qué enviaran con Phoebe.

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