Scarleth
Oscurida. Es lo único que me rodea, sumado al calor fatigoso al que soy completamente sumisa. Siento el suelo rústico y húmedo. Desde que desperté imagino que han pasado unas cuantas horas; lo cierto es que no estoy muy cerca de saber en que lugar tan desagradable me encuentro.
Intento incorporarme sin éxito, mi cuerpo es un manojo de heridas y moretones que siento arder al pasar mis dedos sobre mis brazos, piernas y en el rostro; en este último es donde yacen la mayoría. Siento el sabor metálico de la sangre en mi boca, me inclino a un costado y escupo una cantidad considerable de líquido escarlata, el cual puedo ver apenas por un pequeño rayo de luz azuloso que entra por una abertura en el techo de este fatídico lugar.
Afuera de las paredes escucho gruñidos; gritos que suenan como el eco de una tormenta distante. Más allá del charco escarlata, a mi izquierda, lo único que puedo divisar de manera confusa es un bulto alto, de pie en la esquina. No le tomo importancia, cierro los ojos e intento recordar como fue que llegué aquí. Nada. No tengo la más minima idea. Aprieto los dientes con fuerza con tal de traer a mi memoria algun indicio de mi llegada a este nefasto agujero.
Siento que me desvanesco, al igual que todo dentro de esta habitación. Busco ponerme de pie nuevamente, dejando como resultado mi cuerpo tendido en el suelo. Esta vez persivo un tintineo metálico debajo de mi. Mi pierna derecha me da un punzaso de dolor. Son grilletes apretando mi piel contra el metal oxidado. Las cadenas son tan pesadas como el aire a mi alrededor. Cada vez que inhalo siento que mis pulmones colapsarán.
Cierro los ojos, me estremesco y azoto el suelo mojado con el puño cerrado. El dolor es intolerable. Suelto un grito fuerte que provoca que se acerquen voces desconocidas al sitio donde estoy prisionera.
El sonido estrepitoso de pasos y gruñidos se acrecenta cada vez más. El corazón bombea con mayor rapidez, si esta es la manera en que voy a morir quisiera al menos poder defenderme. Trato de safarme del pesado pedazo de metal que aprisiona mi pierna a la altura del tobillo, pero está muy apretado, tanto que me hace sangrar, gimo de dolor.
Sigo con la vista fija en las paredes, el bullicio escalofriante que se aproxima por mi derecha y se detiene frente a mi.
Una pared se desliza como si fuese un pedazo de cartón tan ligero. No hay bisagras, ni algún tipo de mecanismo que haga que se mueva. Alguno de los oscuros debe poseer el poder de controlar rocas.
La luz entra a la pequeña celda maloliente, cegandome un instante. Parpadeo rápidamente y me paso una mano por mis ojos, me restrego la vista. Me acostumbro en poco tiempo, pues la luz no es tan fuerte. O es de noche o quien sabe en qué asqueroso calabozo estoy metida. Aunque miro arriba por donde entra aquella debil luz azul, y me hago la idea de que es tarde.
Tres figuras oscuras entran al cuarto, una de ellas, la más alta, porta un cetro blanco. Es el que pertenecía al anciano en aquella capilla. Un recuerdo efímero ronda mi mente. Veo una luz. Cuando tomé la piedra dorada sentí silencio, oscuridad, el mundo se movía muy lento y mis ojos se cerraron.
El Oscuro del cetro tiene la cabeza rapada y una barba abundante de color negro. Avanza unos cuantos pasos mientras que los otros dos flanquean la entrada. El tipo de la barba gira la cabeza levemente hacia uno de los que flanquean la puerta y hace un gesto con la mano; este parece entender perfectamente a lo que se refiere.
El oscuro hace un chasquido con los dedos de su mano derecha y una pequeña flama se cuela entre su mano, o lo que queda de ella; desde aquí puedo ver los huesos fuera de la carne. La luz que flota entre sus dedos ondea y se expande por todo su cuerpo, iluminando así todo el lugar. Dejando a la vista un cuarto oscuro. El bulto que había visto hace un rato es otro de ellos. Es mi celador al parecer. Se inclina un poco ante el calvo y luego me mira. Sus ojos son como lámparas de sangre que amenazan con devorar mis más mínimos pensamientos.
—¿Has obtenido algo de la mortal? —dice con un tono escalofriante aquel oscuro al que veneran por alguna extraña razón.
Nervioso, el oscuro a mi lado niega con la cabeza; es un corpulento y monstruoso sujeto de pelo corto y blanco, la mitad de su rostro es esqueleto, dejando a la vista gran parte de su dentadura. Con sus ojos llenos de flamas rojizas me mira con gran ímpetu y esboza una sonrisa torcida que, al tener el rostro desfigurado, muestra lo horrible que es. Trata de intimidarme y de que no vea el temor que le provoca el calvo del tatuaje de garras.
—Aún nada señor. Pero puedo ver que tiene oculto en su mente ahora que despertó —dice sosteniendome la mirada—. Si usted lo ordena maestro.
—No. Si te adentras en su mente ahora la debilitarás y terminará perdiendo el conocimiento otra vez —dice el Norshok barbudo mirándome fijamente. Da unos cuantos pasos, aminora la distancia que nos separa y se inclina levemente a mi altura, dejando solo unos escasos centímetros entre mi rostro herido y su tupida enredadera facial. Se vuelve hacia mi celador un rato y finalmente planta su vista en un brazalete dorado que cuelga de su muñeca—. La necesitaré despierta —concluye empujando mi barbilla hacia arriba con el cetro blanquecino y mi cabeza golpea contra la pared.
Ese brazalete es del mismo color que el de la piedra que tomé en la capilla de aquel anciano. Si tiene el cetro quizá el anciano ya no esté con vida. Entonces se están adueñando de las piedras sagradas. No tengo idea de que piensan hacer con ellas. Y menos aún de porque me necesitan.
Miro de reojo al Norshok a mi lado y se repiten en mi mente las palabras que mencionó hace unos minutos. Puedo ver que tiene oculto en su mente. Ruego que no entre en mis pensamientos. Me siento vulnerable. Mi cuerpo desvaído ha perdido todas las fuerzas. Y resistirme a cooperar, me daría un boleto en primera clase a quien sabe que terribles atrocidades de la mano de estos seres del mal.
Aunque soy presa del miedo intento no flaquear. No dejaré que vean como estoy siendo abrumada por el temor, que corre deprisa por mi torrente sanguíneo, congelando mis movimientos. No dejaré que vean ni una sola lágrima.
—¿Entonces que propone mi Señor? —suelta el oscuro que es capas de leer los pensamientos.
—Conosco la manera más correcta de tener a esta chica de nuestro lado —dice el Norshok barbudo y le hace una seña a los oscuros de la puerta—. Traiganme a Barek.
Sin pensarlo dos veces salen disparados de la habitación dejando en penumbras nuevamente el cuarto. No pasa mucho tiempo cuando vuelvo a ver la luz del oscuro flamante acercarse por el pasillo. Vuelven escoltando a un sujeto pálido y de pelo un tanto largo. Tiene un tatuaje en su pómulo derecho. Se acerca poco a poco, camina con la cabeza baja. Cuando está al lado del oscuro calvo puedo distinguir con claridad que no se trata de un tatuaje. Es una cicatriz. La misma cicatriz que la del hombre que estuvo conmigo desde que nací.
¿Barek es mi padre?.
—Barek, ya sabes que hacer —ordena el calvo—. Seguiremos esta conversación en otro lugar.
Siguiendo las órdenes del oscuro mi padre se acerca y me toca la frente. Yo sin saber que esta haciendo me limitó a observar su rostro.
—Lo siento cariño —le oigo decir antes de caer en un profundo sueño.
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Siluetas
Ficção AdolescentePhoebe es una chica de 17 años, llena de temores, como muchas chicas a su edad. Lo que no creerás es que a pesar de nacer en 2021 se encuentra atrapada en 1975. Intenta recordar los hechos que la llevaron a llegar hasta esa época. Adentrándose por c...