Los misteriosos silos abandonados de Tunuyán

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Lo que sigue a continuación fue una serie de hechos, que pensé nunca tendría que volver a recordar; los había dejado como quien dice, en el inconciente, pero creí necesario compartirlo para que otros de alguna forma, sientan lo que fue pasar por eso, desde el principio.

Veníamos cursando el primer año de Comunicación Social, llevábamos la carrera al día. Era tiempo de parciales, fines de julio principios de agosto. Teníamos que rendir Taller de Televisión y para hacerlo nos pedían realizar una especie de corto a libre elección, utilizando las técnicas que habíamos aprendido en el cursado. En el grupo somos cuatro (porque aún seguimos juntándonos), y empezamos a debatir, a hacer la famosa tormenta de ideas para confirmar qué íbamos a hacer; surgieron varias ideas pero ninguna nos llegaba, no sentíamos que realmente era lo que queríamos hacer. A l@s cuatro nos gustan mucho las historias de terror, pero las copadas, las que hacen que desconfíes hasta de tu propia sombra. Teniendo ese gusto en común, decidimos hacer un corto sobre alguna historia de “terror” verídica al estilo “REC”, “El último exorcismo” entre otras filmadas en formato “cámara en mano”. Nos había entusiasmado muchísimo la idea de poder hacer algo que nos guste desde nuestro lugar.

Paola, una integrante del cuarteto del terror, como nos llamaba la profesora de la materia; vivía en Tunuyán, a unos 5km del Puente Río, en un callejón bastante alejado de la ruta. En San Carlos siempre se hablaba de que en esa zona sucedían eventos extraños, el más conocido era que después de las 12 de la noche los autos que pasaban por el lugar eran golpeados en el parabrisas, inesperadamente, por pájaros que parecían reventarse contra el vidrio y que al otro día encontraban en el asiento trasero del auto lleno de gusanos y desplumados, muchos decían que se debía enterrar al animal cerca de donde fueron golpeados para evitar “males futuros”. Nunca le dimos demasiada importancia porque al fin de cuentas en son mitos populares.

Cuando decidimos ir a ese lugar a filmar, Paola nos contó algo que ella y su familia sufrieron desde el primer día que se cambiaron a la casa. Rápidamente, sin muchas vueltas nos relató lo que pasaba: cerca de su casa se encontraban varios maizales, más cerca aún, tenían de monumento dos enormes silos abandonados que antiguamente utilizaban para guardar el maíz de la cosecha; detrás de uno de los silos había una enorme casa también abandonada de hace unos 50 años; dentro de ella, en el centro específicamente, inusualmente, había crecido un sauce llorón gigante que atravesaba el techo deteriorado.

Mientras relataba, por momentos parecía quedarse sin aire y se le entrecortaban las palabras pero igual siguió contándonos lo que había vivido. Al llegar al lugar en el 2005 notaron un aire extraño en el ambiente, no era un lugar donde se sentían cómodos del todo, la madre, Estela, nunca le gusto la idea de irse a vivir allí, no le cerraba la idea de quedarse en un lugar tan alejado de todo. Pero hicieron su mayor esfuerzo para adaptarse a ese ambiente raro que se percibía.

Al pasar algunos días, todo marchaba sobre ruedas, se habían instalado definitivamente y se centraron en organizar los muebles de la casa que era bastante grande, las chucherías y demás artefactos que habían traído de la mudanza no alcanzaban para llenar los espacios vacíos, donde se generaban esos horribles ecos cuando hablaban. Todo parecía normal, hasta un día, cuando la hermana menor, Carla, volvió del colegio. Para llegar a la casa tenían que bajarse del colectivo en la ruta caminar unos 2km y después atravesar una calle de tierra, eran 4km de un callejón, rodeado por sauces y pastizales altísimos, acompañado de algún que otro ruido lejano de animales que gritaban. Ese día se había atrasado y volvió más tarde de lo habitual. Entró a la casa, blanca, los ojos más grandes que el plato playo que colgaba adornando la pared, tiritando, abriendo y cerrando el puño de ambas manos. La madre le preguntó desesperada qué le había pasado, a lo que ella respondió “¿por qué no me avisaron que en la casa de los silos sigue viviendo una vieja?” la madre con cara de asombro y algo de indiferencia le dijo “¿¡cómo que vive alguien, si hace 50 años que está abandonada!? ¿¡Qué viste!?”. En este punto, Paola hizo una pausa en su relato, mientras tomaba un poco de agua de la botella que todos los días llevaba a cursar; y continuó repitiendo las palabras que la hermana había dicho al llegar a la casa ese día: “…¿y entonces por qué cuando pasé frente a los silos salió una señora de atrás de la casa silbándome a duras penas y encima, para rematarla, llevaba un trapo larguísimo en las manos?”

Todos en la casa se quedaron en silencio, se miraron entre ellos y el padre que estaba poniendo los clavos para los cuadros dijo entre una mueca “Debe ser la señora del otro lado de la ruta que viene a juntar espárragos del costado del río”. En ese momento le volvió el color a la cara y relajó los puños dejándose los dedos marcados en las palmas. Aunque interiormente sabía que esa respuesta no la había convencido del todo.

Esa misma noche habían invitado a algunos familiares para festejar la mudanza y para que conocieran la nueva casa, que bastantes rincones tenia para recorrer. Entre picada, empanadas y lechón se habían olvidado de lo que pasó esa tarde. La calma reinaba hasta que todos se levantaron para despedirse e irse, cuando de la nada se escuchó desde lejos el chillido parecido al de un cerdo cuando lo están carneando, un grito casi desgarrador que se sintió a lo lejos, parecía venir de los silos, fueron dos gritos que les levantaron los pelos de todo el cuerpo. Se quedaron en silencio y en estado momia por tres segundos mientras intentaban encontrar mentalmente una respuesta a ese grito, pero era obvio, no había nada en 4km a la redonda, los tres vecinos que tenían no criaban cerdos ni ningún otro animal de granja. La lógica les trajo más pavor a todos, hasta que uno de los tíos rompió la tensión invitando a un último brindis de despedida, todos accedieron sin decir una sola palabra de lo que había pasado, se despidieron y después de limpiar la cocina, los integrantes de la familia intentaron ir dormir con la tensión y el miedo a flor de piel. Carla, ya con dos razones para empezar a cuestionar le preguntó a la madre que si sabia lo que había pasado, Estela la miro reprimiendo el miedo y le dijo “no sé, seguro algún pájaro, pero no hablemos de eso”.

Ya se hacia casi la hora de salida así que Paola, cada vez más nerviosa, adelantó su relato: todos habían vuelto a sus tareas, pero el ambiente era más pesado de lo que era al principio, todos sabían que se debían una explicación y era eso lo que les generaba ciertos silencios y momentos de nerviosismo. Paola, nos contó que en ese momento no creía mucho en cosas extrañas o paranormales, por lo que esa tarde fue a ver qué había dentro la casa, y de ser posible, ver lo que había en los silos. Al pisar el suelo cerca los antiguos monumentos se le hundían los pies, estaba repleto de semillas y hojas a medio descomponer por lo que hacían el suelo inestable. La entrada a la casa estaba atravesada por una rama del sauce que había crecido; como pudo entró, no estaba muy oscuro, pero si sentía un olor extraño, no sabía bien qué era, por momentos parecía olor a grasa quemada pero no era eso exactamente. Al entrar a la cocina notó que la mesada estaba muy baja y el techo parecía más bajo de lo común. Siguió caminando por los pasillos mirando el suelo que era tierra, el cemento había sido tapado. Las paredes manchadas por la lluvia y las ramas del sauce llorón eran la cerecita del postre. La casa tenía varias habitaciones pero por el miedo decidió entrar en la primera que vio, entro y lo principal que notó fue un par de alpargatas que parecían estar ubicadas estratégicamente al lado de la ventana que daba a una pequeña laguna. Cuando se acercaba para levantar las alpargatas sintió como un golpe fuertísimo, como si un se hubiese caído en la cocina seguido de dos golpes que se sintieron simultáneamente en la parte de atrás de la casa. Como era una contrucción vieja, pensó, seguramente fue un palo del techo que cayó y retumbó. Pero al salir de la habitación y recorrer de vuelta el pasillo observó que había pisadas de pies descalzos en el suelo, que iban desde la cocina hasta la habitación donde estaban las alpargatas acomodadas. Sin más vueltas, rezándole a todos los santos habidos y por haber salió de la casa, presumiendo algo de calma, pero por dentro sabía que algo no era normal en el lugar.

Ya saliendo del terciario camino a la parada del colectivo, nos siguió contando algunas otras cosas que le sucedieron en aquel lugar. Paola no había dicho nada a nadie de lo que había pasado en la casa arbolada y se esmeró para no mostrar que estaba asustada. Así es que decidió seguir con sus cosas y que se pondría a averiguar lo que pasaba. Ese día de vuelta del colegio, había pinchado la rueda de la bicicleta con la que pasaba por ese espantoso callejón, el camino a su casa parecía calmado, sin nada que le llamara la atención, pero interiormente sabía que el problema vendría cuando pasara frente a los silos y la casa. A los 100 metros antes de llegar al punto, agarró una estampita que su abuela le había regalado para su catequesis. Al pasar intentó pensar en cualquier otra cosa, pero el sonido del viento que corría parecía obligarla a pensar en la casa y los silos. De reojo miraba mientras dejaba atrás la casa, cuando de golpe sintió dos silbidos que venían de los silos, seguidos de varios golpes dentro de la casa, como si estuvieran golpeando un pedazo de madera contra las paredes. Del susto tiró la bicicleta y corrió, corrió lo más rápido que pudo y al llegar a la puerta de su casa volvió la vista a los silos y desde lejos pudo ver como una señora anciana, mirando hacia atrás, entraba a la casa.

En ese momento vimos que venia el colectivo, así que pactamos el día y el horario para ir a filmar a la casa que ahora está abandonada. Los cuatro ansiosos esperábamos poder filmar algo de aquello que Paola nos había relatado.

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