La casa del horror

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Por Miguel Arbama de Tupungato:

Dr. Bomur, te escribo este email para contarte lo que me pasó. Sinceramente no sé por qué lo hago, es algo que pasó hace un tiempo y no he podido hablarlo con nadie. Es la primera vez que rememoro los hechos y sinceramente me cuesta mucho hacerlo. Es algo que me viene pesando hace tiempo, como una mochila densa y tengo la necesidad de contárselo a alguien, a un desconocido al menos.

¿Y porqué te elijo a vos? Pensarás… bueno, porque he leído tus historias de terror y sé que te gusta e interesa el tema, también sé que quizás me puedas ayudar y puedas publicar lo que me pasó, por ahí a alguien le ha pasado igual y me das una mano. Sería muy bueno encontrar a otro tipo que haya sufrido lo mismo que yo…

Soy de Tupungato, jamás creí en cosas raras. Incluso le ganaba desafíos a mis amigos  entrando solo al cementerio de noche o a la casa “embrujada” de Ancón (hecho sobre el cual podrías averiguar). Siempre fu muy escéptico y descreído. Lógicamente jamás pasó nada.

Hace unos dos años que vivo en La Rioja por cuestiones laborales. Trabajo en una bodega en la cual además de pagarme un buen sueldo, me dan una casa y movilidad. El hecho es que esta increíble casa en la que vivo se encuentra en uno de los parajes más tenebrosos y desolados de la región de Chilecito (La Rioja). Pero como jamás me asustó nada, esto siempre para mí fue banal. Aunque desde un principio percibí una energía extraña en la casa, algo negativo, algo pesado, que hacía que en el silencio y la soledad no pudiese estar tranquilo.

En un principio conviví con dos compañeros de laburo, terminada la temporada estos chicos volvieron a Mendoza. Así es que conseguí el permiso de mi jefe para que pudiera irse a vivir conmigo la que ahora es mi esposa. Varias semanas después me enteré que estos chicos no solo se habían ido por la caducidad de sus contratos, sino porque no habían querido renovarlo si no les daban otro alojamiento.

Gracias a mi pareja, todo marchaba sobre ruedas y yo me sentía muy feliz con lo que estábamos viviendo, y para incrementar esa felicidad decidimos tener un bebé. El lugar y el trabajo relajado ayudaron a que en poco tiempo mi mujer quedara embarazada, por lo que la noticia no nos tomó de sorpresa. Todo andaba bien, no había nada raro en nuestras pacíficas vidas… hasta que decidimos viajar hacia Tupungato a visitar a nuestras familias, pero no por un fin se semana, sino que por varios días, ya que era un finde largo.

Lo primero que nos pasó fue que habían desaparecido todas las llaves de la casa. Al principio creí que era un chiste, una broma pesada, pero al contemplar que ni siquiera las llaves del fondo, esas que dejábamos siempre puestas del lado de adentro estaban, me comencé a asustar. A mi esposa le dio una especie de ataque de claustrofobia y comenzó a gritar, al tiempo que llamaba a un cerrajero y trataba de calmarla. Me decía que no sabía que le pasaba pero que necesitaba salir ya, que algo la asfixiaba. Entonces destrocé una ventana y salimos los dos. Al rato llegó el cerrajero y le hice cambiar todas las cerraduras de la casa. Decidimos salir al otro dia… pero tampoco pudimos. Mi auto, que siempre había andado de diez, no arrancó, le di y le di arranque, incluso lo pechamos y nada… estaba muerto. Tuve que llamar a una grúa para que lo lleve al taller. Sentíamos que algo en la casa no nos dejaba escapar.

Por culpa de estos hechos, ese fin de semana no pudimos viajar, por lo que postergamos el viaje dos semanas más adelante, pero tampoco todo salió como esperábamos.Como es costumbre viajo de madrugada para evitar el sol en la ruta, iba todo tranquilo hasta que a la altura de Chepes comencé con una extraña sensación de cansancio. Mi novia iba durmiendo, ya que eran las cuatro de la mañana, entonces algo en la ruta pasó… a escasos metros de mi auto vi a un grupo de gente deambulando, aletargados, tratando de taparme la calle, señalándome, vagando hacia mí, como fantasmas moribundos. Desesperado frené como no se debe frenar y nos salvamos de milagro de volcarnos. Con un pánico atroz me baje en el medio de la nada y… no había nada. Miré hacia ambos lados,respirando agitado y nada. Me maldije a mi mismo por manejar tarde, supuse que era sueño y tranquilice a mi mujer con una frase absurda, que me salió de adentro, como esas cosas que uno no piensa, sin querer dije: “amor, sentí que me venían a buscar, que quería que volviera a la casa”… ella me miró espantada y no pegó un ojo en todo lo que faltaba del viaje. Todavía no se por qué lo dije, pero era el sentimiento quien puso esas palabras en mi boca.

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