El fantasma de la pieza de Madame

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Poniéndome a tono con la temática de los fantasmas seguida por mis compis las últimas semanas, encaro la nota de este día con una anécdota 100% verídica sobre mi interacción con los sujetos del más allá.

Comienzo por contarles que para no quedar fuera de la categoría femenina, yo también soy de las que gritan y se asusta por situaciones insólitas y paranormales. Incluso las personas que verdaderamente me conocen pueden decir con tranquilidad que soy una verdadera cagona, motivo por el cual mis amigos disfrutan asustándome y llenándome la cabeza de futuras pesadillas. Mi hermano, como ejemplo, me espera cada tanto a la vuelta de una pared para regocijarse con mis gritos, temblores y posteriores insultos causados por el inesperado encuentro.

Debo admitir que es tal mi trauma, que todos los días evito mirar a los espejos cuando voy al baño de noche, prendo la luz siguiente del pasillo antes de apagar la anterior y me dio miedo buscar la imagen para esta nota introduciendo las palabras fantasma en el buscador.

Las experiencias paranormales que he tenido sumadas a “Imágenes del más allá”, una película sumamente traumante en dónde los fantasmas aparecían tras las líneas de los canales (esos que aparecen cuando se corta el cable); marcaron un antes y después en la historia de mi vida, imposibilitándome ver películas de suspenso y canales de televisión sin cable para evitar entrar en pánico.

Concretamente, el suceso más responsable fue el fantasma de mi pieza.

Érase una vez una noche mendocina, de esas que anuncian el invierno, con frío polar afuera y calidez entre las sábanas de mi vieja cama de plaza y media. Acostarme a dormir era todo un ritual: primero lavarse dientes y cara, después cerrar las cortinas de la ventana que daban al patio para evitar asustarme con los movimientos de la noche, ahí recién el piyama y por último prender primero el velador y luego apagar la luz grande, para evitar quedarme a oscuras.

En esos momentos, en mi antigua casa, tenía un tele con el 7 y el 9 el cual veía cada noche para ayudar a quedarme dormida. Tenía el hábito de dejarlo prendido y programado para que se apague sólo porque el ruido me ayudaba a dormir y a la vez si me dormía no se quedaba prendido. Varias veces me ocurrió de quedarme dormida y despertarme de golpe por el ruido de la tele que me había olvidado de apagar, pero esa noche no fue eso lo que me despertó…

Me quedé dormida, como cada noche, y durante mi sueño escuchaba gritos…escuchaba que me llamaban. Que alguien me buscaba pero esa persona me llamaba con tono enojado, como para cagarme a pedos. Tanto así que me desperté y al abrir los ojos vi a una mujer en la puerta de mi pieza: pelo castaño oscuro completamente despeinado, piel de color oscura con rasgos indígenas, la ropa deshilachada y los pies descalzos. La miré a los ojos mientras ella me gritaba “¡EH!” repetidas veces y con el ceño fruncido.

Ese no era un fantasma bueno. Una amiga una vez me dijo que ella tenía visiones, y que veía gente muerta pero a veces eran personas buenas y a veces malas. Que a las buenas las iba a distinguir porque las rodeaba un halo blanco…mientras que a las malas me dijo que cuando las viera me iba a resultar obvio. Ahora entendí porqué la obviedad.

Fueron fracciones de segundo en las que me enderecé en la cama para verla y del susto volví a acostarme y me tapé con todas las frazadas que tenía. Temblaba, lloraba y no me salía la voz. Creía escuchar pasos, susurros que se acercaban a la cama, y más quería gritar, y menos podía. Sólo podía emitir murmullos del llanto y dentro de mí rezaba como nunca en mi vida pude hacer. A ver, yo soy una persona que cree en Dios pero sin iglesia ni agua bendita, pero luego del episodio comencé a recitar el padre nuestro en mi cabeza de memoria, tal cual me lo enseñaron en el colegio en España.

De repente sentí que las colchas se hundían desde mis pies subiendo de a poco, y apenas sentí que me tocaban la pierna pegué el grito más terrorífico de la historia de mis gritos. Era mi papá, que al escuchar mis murmullos de llanto acudió a mi ayuda y terminó con toda la secuencia.

Durante dos semanas consecutivas dormí con la luz prendida y con un rosario, que un amigo me había regalado, bajo la almohada…bien a mano por si las moscas. Mis padres me decían que había sido un sueño, pero al contarle a mi abuela, que tiene experiencia en ver “cosas”, me dijo que varias veces había visto a esa mujer en mi casa y que le iba a pedir que me dejara en paz. Mi cara de horror era para la foto y, mientras mi mamá retaba a mi abuela por lo que me dijo, yo imaginaba cosas, personas más concretamente.

Hasta el día de hoy nunca he vuelto a ver nada ni a nadie, pero evito escuchar cuentos de brujas y cosas por el estilo ya que a lo que más miedo le tengo es a mi propia imaginación.

Creer o reventar…o traumarse de por vida, como yo.

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