No tengas prisa

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Se acercaba el cumpleaños del abuelo Emilio y sus familiares le estaban preparando una fiesta sorpresa, solo faltaban un par de detalles en los que se necesitaba la colaboración de la abuela, sin embargo no pudieron encontrarla cuando la llamaron, por eso dejaron un mensaje en la contestadora.

Horas más tarde, Juan vio que un taxi llegaba hasta la puerta de su casa, y de ahí bajaron los abuelos, sabiendo el tema a tratar, rápido el chiquillo fue por el viejecito para entretenerlo en su habitación mientras los demás hablaban sobre su fiesta.

El pobre ancianito lucia muy cansado y apesadumbrado, hacia esfuerzos para sonreír ante todas las gracias de Juanito, pero no pronunciaba ni una sola palabra. Pasado un rato el niño se dio cuenta del semblante tan triste que su abuelo tenia, hasta parecía que las lágrimas estaban atrapadas en sus ojos, quiso abrazarlo para consolarlo, sin embargo el hombre levantó su bastón, apuntándolo hacia el chico para que este no se acercara más.

Esa actitud era muy extraña, el abuelo jamás se había negado a un abrazo, por lo que el niño comenzó a interrogarlo, mucho era lo que hablaba, poca la respuesta que obtenía, el anciano seguía cabizbajo, casi llorando y entre sollozos lo único que pudio decir al respecto de tal rechazo fue: —No tengas prisa, ya lo sabrás—. En ese instante la madre del niño lo llama desde la planta baja.

El chiquillo atendió al llamado solo para recibir la triste noticia de que el abuelo había fallecido, algo que le fue difícil creer, ya que él estaba en su cuarto, solo pasaron unos segundos desde que lo vio por última vez. Sin decir nada, subió rápido las escaleras… de su abuelo, solo pudo ver una traslucida silueta que tras un saludo de marinero, desapareció en uno de los muros de la casa.

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