X: ¡Maldito indeciso!

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X

Dylan entró sigilosamente a la casa. No quería despertar a ninguna de las dos mujeres que vivían con él. Puso el seguro a la puerta de entrada y, a pesar de que sabía que estaba ya dormida, observó a su alrededor con la esperanza de que Amalia estuviera sentada en el comedor haciendo un reporte. Al ver todo apagado, soltó un suspiro y se encaminó al baño. Se dio una ducha rápida y se colocó su pijama. Fue directo al sofá del cuarto familiar. Hoy le tocaba a él usar la cama, pero sabía que siempre que llegaba tarde Amalia le robaba el turno. Pero esta vez fue la excepción.

Al llegar a la habitación, pudo distinguir el cabello rojo de Amalia desde la entrada. Cuando se acercó, la observó. Tenía una fina sábana que cubría sus piernas, pero por la silueta pudo distinguir que estaba acostada en forma fetal. Una de sus manos estaba sobre su cadera y la otra se encontraba debajo de la almohada. Sus pecas se veían mucho más claras sin el maquillaje que siempre llevaba. Se fijó en el contorno de sus ojos y pudo notar las ojeras que llevaba y como estaban algo hinchados, y supo que había estado llorando.

Acomodó la sábana para cubrirla completamente y salió de allí.

¿Qué es lo que le sucede? ¿Cuál es su afán de esconderse siempre que algo la pone sentimental? ¿Porqué le cuesta tanto hablar con los demás? Quería saber. Le mataba la curiosidad. Se sentía inútil al ver como ella se sentía mal y él solo se sentaba a esperar a que regresara con sus problemas resueltos o fingiendo que todo estaba bien. No sabía cuál era la razón y el porqué de la necesidad de entender más a fondo a Amalia Stone.

Caminó hasta la cama de quiénes fueron sus mejores amigos, y se acostó.

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Dylan le movió suavemente el hombro a Amalia. Eran las nueve de la mañana y ella aún no despertaba, cosa que era rara pues siempre estaba en pie antes que él.

-Ey...¿estás dormida?-pregunta él, moviéndole el brazo por centésima vez.

-No. Estoy practicando para mi funeral, imbécil-la voz apagada de Amalia resuena.-Claro que estoy durmiendo, déjame en paz-se dio la vuelta y acomodó la sábana para cubrirse hasta la cabeza.

Dylan soltó una risa silenciosa por el comentario de la pelirroja y volvió a moverla.

-Son las nueve ya, Stone. ¿Porqué tan cansada?

Como si le hubieran encendido un botón, ella saltó del sofá y miró el reloj que tenía a su lado.

-¡Diablos!-exclamó.-¿Qué me pasa?

Se levantó en seguida y se encerró en el baño.

Dylan aprovechó y salió hacia la cocina. Allí puso a hacer el café y comenzó a sacar los ingredientes para preparar un pequeño y sencillo desayuno. Haría huevos revueltos con unas tostadas. Una vez hubo dejado sobre la mesa dos platos con desayuno, Amalia entró por el comedor.

-Oh, ya preparaste el café-menciona, al ver que la greca estaba encima de la estufa.

-Y desayuno. Come, que se enfría.

Observó como ella se sentaba sigilosamente en las sillas del comedor y comenzaba a comer.

-Gracias-susurró por lo bajo.

Dylan se limitó a hacer un movimiento con la cabeza y se sentó a comer igual. Él tenía planificado hablar un rato con ella y discutir un poco como era costumbre, pero se mantuvo en silencio toda la comida y él no tuvo el valor para interrumpir con él. Cuando finalizaron con la comida, ella tomó los platos y dijo en voz baja que se encargaría de lavarlos.

Viviendo Bajo el Mismo Techo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora