Capitulo - 3

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No podía creer lo que estaba viendo: él, en mi casa, en mi sala, hablando con mi padre. Tengo la cara llena de vergüenza, y no porque esté hablando con mi familia, si no por lo penosa que me veo: llevo un pijama que está repleta de dibujos de Pucca, unas pantuflas de cocodrilo que no pegan en nada con lo que llevo puesto, y la cereza del pastel es que llevo dos colas como la chilindrina.

Tierra: ábrete y cómeme, pero no me escupas más. Qué vergüenza.

Siento la mirada de todos en mí, como si fuera de otro planeta y no de la tierra. Lo peor de todo es que me he desmayado; sí, me desmaye al verlo. Esto puede ser chistoso, pero para mí no lo es.

— Hija ¿estás bien?  — pregunta mi padre algo preocupado.

Yo solo me limito a asentir. Mi madre está a mi lado, echándome fresco. Miro a mi alrededor y veo a Mateo, mi primo, con cara burlona. El muy tarado se está riendo de mí, lo sé: su cara me lo dice todo, aunque no lo demuestre tanto, ya que en su rostro nunca hay una sonrisa.

Miro de nuevo a mi alrededor: sé lo que estoy mirando, o mejor dicho a quién, pero no lo encuentro por ningún lado. Creo que todo ha sido parte de mi imaginación. No puedo creer que me esté volviendo loca; esto no me está llevando a nada bueno.

— Creo que se me quitó el hambre — hablo al fin.

Estoy mal, muy mal para decir tal cosa. Mi obsesión por la comida nunca se me quita

— Iré a acostarme — termino diciendo.

Me levanto del sofá donde estaba recostada. No doy ni cuatro pasos cuando lo veo: ahí esta, cruzado de brazos tras de mi padre. Sus músculos comestibles se ven más marcados en esa posición y se me reseca la boca. Creo que volveré a desmayarme. Me mira fijamente: no tiene ni una pizca de movimiento en su rostro. Sus ojos son tan fríos como el hielo, todo en él está tenso, nunca transmite nada y eso da algo de miedo.

— Mamá — la llamo y llega rápidamente a mí. Está igual de preocupada que mi padre. Le quito mirada a ojos miel  — llévame a un psicólogo, por favor — ruego. Ella solo frunce el ceño

— Camila, por Dios. ¿De qué estás hablando? — pregunta algo confundida

— lo veo por todos lados — mi madre niega, me da un abrazo y se separa de mí

— Hija, mejor ve a tu habitación y descansas. Creo que ese golpe te dejó más loca

— ¡Papá!

No puedo creer que mi padre haya dicho eso

— Todos sabemos que lo estás. No sé por qué te molestas  — habla Mateo y lo fulmino con la mirada. Estoy sintiendo vergüenza en estos instantes con ojos miel en mi casa, escuchando estas cosas sobre mí

— Vamos, te acompaño hasta tu habitación — se ofrece mi primo

Camino hacia las escaleras, sintiendo en cada paso que siento una fuerte mirada y sé que es él. ¿Por qué tuvo que verme así?

Entro a mi habitación y voy directo a mi cama. Mi acompañante entra conmigo y se acerca a mí, pensativo: me abraza y me da un beso en mi cabello

— No es para ti

Sé de lo que está hablando, o mejor dicho de quién. Se aparta de mí y me mira

— No quiero que te hagan daño, no te acerques a él. Promételo

Quiero llorar: sé que quiere lo mejor para mí; sé que me está diciendo las cosas como un hermano que cuida a su hermana pequeña, lo sé. No puedo prometerle eso; siento que el sentimiento que tengo hacia mi chico de ojos fríos y miel no son cualquier cosa. Algo me dice que es el hombre de mi vida y me aferraré a eso. Suspiro y cruzo mis dedos por debajo de mi manta

— T-Te lo prometo

Merezco el infierno por esto: le estoy mintiendo.

— Bien. No hagas más travesuras — sonrió, me pellizca la mejilla y me quejo. Sale de mi habitación cerrando la puerta.

Me arropo de pies a cabeza, cierro los ojos y mi único pensamiento es ese hombre que me tiene vuelta loca.


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