No podía creer lo que estaba viendo: él, en mi casa, en mi sala, hablando con mi padre. Tengo la cara llena de vergüenza, y no porque esté hablando con mi familia, si no por lo penosa que me veo: llevo un pijama que está repleta de dibujos de Pucca, unas pantuflas de cocodrilo que no pegan en nada con lo que llevo puesto, y la cereza del pastel es que llevo dos colas como la chilindrina.
Tierra: ábrete y cómeme, pero no me escupas más. Qué vergüenza.
Siento la mirada de todos en mí, como si fuera de otro planeta y no de la tierra. Lo peor de todo es que me he desmayado; sí, me desmaye al verlo. Esto puede ser chistoso, pero para mí no lo es.
— Hija ¿estás bien? — pregunta mi padre algo preocupado.
Yo solo me limito a asentir. Mi madre está a mi lado, echándome fresco. Miro a mi alrededor y veo a Mateo, mi primo, con cara burlona. El muy tarado se está riendo de mí, lo sé: su cara me lo dice todo, aunque no lo demuestre tanto, ya que en su rostro nunca hay una sonrisa.
Miro de nuevo a mi alrededor: sé lo que estoy mirando, o mejor dicho a quién, pero no lo encuentro por ningún lado. Creo que todo ha sido parte de mi imaginación. No puedo creer que me esté volviendo loca; esto no me está llevando a nada bueno.
— Creo que se me quitó el hambre — hablo al fin.
Estoy mal, muy mal para decir tal cosa. Mi obsesión por la comida nunca se me quita
— Iré a acostarme — termino diciendo.
Me levanto del sofá donde estaba recostada. No doy ni cuatro pasos cuando lo veo: ahí esta, cruzado de brazos tras de mi padre. Sus músculos comestibles se ven más marcados en esa posición y se me reseca la boca. Creo que volveré a desmayarme. Me mira fijamente: no tiene ni una pizca de movimiento en su rostro. Sus ojos son tan fríos como el hielo, todo en él está tenso, nunca transmite nada y eso da algo de miedo.
— Mamá — la llamo y llega rápidamente a mí. Está igual de preocupada que mi padre. Le quito mirada a ojos miel — llévame a un psicólogo, por favor — ruego. Ella solo frunce el ceño
— Camila, por Dios. ¿De qué estás hablando? — pregunta algo confundida
— lo veo por todos lados — mi madre niega, me da un abrazo y se separa de mí
— Hija, mejor ve a tu habitación y descansas. Creo que ese golpe te dejó más loca
— ¡Papá!
No puedo creer que mi padre haya dicho eso
— Todos sabemos que lo estás. No sé por qué te molestas — habla Mateo y lo fulmino con la mirada. Estoy sintiendo vergüenza en estos instantes con ojos miel en mi casa, escuchando estas cosas sobre mí
— Vamos, te acompaño hasta tu habitación — se ofrece mi primo
Camino hacia las escaleras, sintiendo en cada paso que siento una fuerte mirada y sé que es él. ¿Por qué tuvo que verme así?
Entro a mi habitación y voy directo a mi cama. Mi acompañante entra conmigo y se acerca a mí, pensativo: me abraza y me da un beso en mi cabello
— No es para ti
Sé de lo que está hablando, o mejor dicho de quién. Se aparta de mí y me mira
— No quiero que te hagan daño, no te acerques a él. Promételo
Quiero llorar: sé que quiere lo mejor para mí; sé que me está diciendo las cosas como un hermano que cuida a su hermana pequeña, lo sé. No puedo prometerle eso; siento que el sentimiento que tengo hacia mi chico de ojos fríos y miel no son cualquier cosa. Algo me dice que es el hombre de mi vida y me aferraré a eso. Suspiro y cruzo mis dedos por debajo de mi manta
— T-Te lo prometo
Merezco el infierno por esto: le estoy mintiendo.
— Bien. No hagas más travesuras — sonrió, me pellizca la mejilla y me quejo. Sale de mi habitación cerrando la puerta.
Me arropo de pies a cabeza, cierro los ojos y mi único pensamiento es ese hombre que me tiene vuelta loca.
Hola, mil gracias por darle la oportunidad a la historia, si comentaste, votaste o compartiste gracias por apoyarme. Muchas bendiciones.
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Mírame Con Amor
Teen Fiction"En el corazón no se manda, en su corazón yo no mando y eso duele aún más" Ignacio Goodman es el hombre que trae loca a Camila, lo conoció y una rara obsesión se apodero de ella, dice estar enamorada. Él un hombre, serio, ególatra, intimidante...