Capítulo - 26

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Caliento en el horno la comida de Ignacio; debe tener hambre y de seguro no me lo ha dicho.

Mateo y él siguen en su conversación. Los veo muy empapados en lo que están haciendo; ya tienen como una hora hablando.

Luego de unos cuantos minutos el horno pita, por lo que saco la comida recién calentada. Cojo una cuchara y voy por un poco de jugo, para luego dirigirme hacia donde están.

—  Ignacio, debes comer — le digo apenas llego. Él solo suspira.

—  Entonces quedamos así, Mateo. Las piezas te llegarán; solo tengo que hablar con los proveedores — le dice como un empresario formal

Yo, mientras, coloco el plato y el vaso en la mesa de comedor.

—  ¿Camila, te vas conmigo? — me pregunta Mateo, una vez ha colocado todos los papeles en el sobre.

—  No, yo me voy después — le respondo

Él asiente, para después despedirse de Ignacio.

—  Nos vemos en la casa entonces

Le doy una sonrisa, entonces sale del apartamento volviéndose a colocar las gafas.

—  Quiero comer aquí, Camila — me habla Ignacio, refiriéndose al lugar donde está en estos momentos, osea el sofá.

Le hago caso; tomo de nuevo todo de la mesa y voy hacia él. Me siento a su lado para empezar a darle la comida. Cuando ha terminado de digerir la primera cucharada habla:

—  Odio esto

Niego. Lo entiendo: no es fácil que te estén dando la comida o ayudando en todo, pero son circunstancias que en estos momentos no se pueden evitar.

En total silencio sigo dándole la comida. Si tan solo Mateo no lo hubiese llamado para irnos a buscar ese día al antro, quizá nada de esto fuera ocurrido.

También admiro la capacidad de adaptación por parte de Ignacio; tengo entendido que, por lo general, las personas que sufren de ceguera, al enterarse, se consumen en la rabia y el dolor. No estuve presente cuando él se enteró, no sé cómo fue su reacción en aquel momento. La cuestión es que el día que fui con Oriana a la clínica detonaba rabia y arrogancia, más no dolor. Su carácter siempre ha sido así.

También las personas llegan a un estado de depresión y baja autoestima; Ignacio realmente no tiene para nada ninguna de esas dos. Él es la persona más egocéntrica con la que me topé en mi vida.

Luego de pocos minutos, termino de darle la comida y el jugo.

—  Deberías comer un poco tú también — manifiesta con voz calmada — Has de tener hambre — termina de decir y calla después.

Lo veo recostarse al sofá, dirigiendo sus ojos al techo de la casa.

Sonrío; se está preocupando por mí. Es obvio que no se da cuenta, pero cada vez que puedo tomo alguna fruta o jugo. La verdad es que Juana no deja suficiente para ambos; solo la comida de Ignacio. Y no la culpo; no tiene por qué dejar nada para mí. Yo ceno en mi casa.

Frunzo el ceño al escuchar de nuevo el timbre de la puerta.

—  ¿Esperas a alguien más?

Él asiente, acomodándose en el sofá de nuevo, quedando en posición normal. Me levanto de donde estoy para abrirle a la persona que está al otro lado, y además rogando para que no sea la perra de Vanesa; no la soportaría de nuevo aquí.

Al abrir, me llevo una gran sorpresa: algunos nervios me carcomen. El chico con quien tropecé al salir del instituto está de pie ante mí. Lleva la misma ropa con que lo vi; su sombrero ya no está, por lo que su cabello encrespado está libre y se ve abundante, algunos mechones caen en su frente. Me muerdo mi labio; este chico con lentes es muy atractivo.

Mírame Con AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora