Capitulo - 34

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Luego de la terrible locura que hice, llegué un poco tarde al departamento de Ignacio. Estando ahí, me dispuse a llamar a la puerta; usé el timbre repetidas veces, pero nadie me contestó. Nadie abrió la puerta. Me cansé de esperar y empecé a sentirme preocupada. Anteriormente no me había contestado las llamadas.

Volví a la entrada principal del edificio, me acerqué a la recepción y hablé a uno de los hombres encargados de la vigilancia del edificio. Le pregunté si había registrado la salida de Ignacio o a su nana, y uno de ellos me dijo que la señora Juana se había ido a la hora de siempre, sin la compañía de Ignacio.

 ¿Me podrían abrir la puerta del apartamento? — pregunté ansiosa —¿Ustedes tienen una copia de la llave para caso de emergencia? — volví a preguntar más que preocupada.

— No, no estamos autorizados para entrar de esa forma a las propiedades de los socios. Para eso se necesita un permiso... — contestó uno de los dos vigilantes, si no estaba mal se llamaba Eduardo.

 Pero esto es una emergencia... yo toqué el timbre, toqué la puerta y nadie me respondió, lo he llamado a su móvil y tampoco contesta — estuve cerca de arrodillarme y suplicarles que me ayudaran a entrar al departamento, pero uno de los propietarios interrumpió nuestra conversación.

¿Qué tal estos insensibles? Me ignoraban en medio de mi desesperación.

 Señores: esto puede ser una emergencia y ustedes no quieren ayudarme. Si algo llega a pasarle a Ignacio va a ser culpa de ustedes, ustedes saben que él no puede ver. ¿Qué tal si tuvo un accidente? — los dos guardias del edificio y el propietario me miraron con sus ojos recargados de reproches.

 ¿Por qué no atienden a la señorita? — Dijo el propietario de uno de los departamentos que acababa de llegar instantes atrás.

 Gracias...

 Doctor, la señorita quiere que le abran la puerta del 1008, pero ya le explicamos que eso no está permitido.

 Pero esta es una emergencia. — dije con desespero.

 Bueno, señorita, ellos velan por la seguridad de todos nosotros en el edificio, abrirte sin permiso les podría costar su trabajo — hablo el propietario de manera comprensiva— Estás buscando a Ignacio, ¿cierto? — preguntó el propietario y yo asentí — Hace rato que lo vi salir por la puerta del parqueadero trasero — agregó.

Antes de poder preguntarle hacia donde se había ido, me dijo que caminara hacia la derecha, que seguramente estaba en Eagles. No tenía ni idea de que era ese sitio, pero salí corriendo hacia ese lugar.

Pasé rápidamente por el parqueadero y salí a la calle trasera del conjunto residencial. Miré hacia la derecha y encontré el letrero de Eagles. Entré por la puerta principal, caminando por el pasillo terminé por darme cuenta de que estaba adentrándome en un gimnasio. Le pregunté a una chica si sabía quién era Ignacio y entonces supe que era una entrenadora. Me dijo en donde estaba mi chico ojos miel, dándome las instrucciones para llegar hasta él, gracias a ella no perdí en el lugar.

Después de adentrarme más al lugar, lo encontré, Ignacio estaba sentado sobre una máquina. Estaba sudado: la ropa deportiva le resaltaba todos los músculos. El sudor le daba un toque especial. Tragué saliva ante lo guapo que se veía, se notaba que no le costaba trabajo mover esas pesas, respiraba agitado mientras repetía el ejercicio de abrir y cerrar los brazos, arrastrando esos cincuenta kilogramos, se detuvo de repente y bajó los brazos.

 Me acabo de acordar que no te dejé un mensaje para que me encontraras — dijo Ignacio levantando su rostro hacia mí. Tenía puesto unos lentes oscuros, deportivos como los que usan los ciclistas — ¿Mocosa? — bajo la cabeza —No me digas que estás rabiosa otra vez...— volvió a hablar Ignacio.

Mírame Con AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora