Capitulo - 29

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( de Maratón 2/3) 

Al parecer, lo que me contó Ignacio aquel día en el parque sobre su padre era cierto; fue un mujeriego. Como hecho de eso, Dante. Él tocó la puerta de su apartamento, dándole la sorpresa de que era su hermano. Ignacio, como tipo gruñón que es, no le creyó. Pensó que lo que querían Dante y su madre era sacarles dinero, pero no fue así; resultó ser cierto. El chico era hermano de él y Charlotte. Un médico de confianza, amigo de la familia, les hizo la prueba de ADN y salieron compatibles.

Lo peor de todo es que la madre de Dante es la misma mujer con la que Ignacio vio a su padre en la misma casa donde ellos vivían con su madre. La mujer se había ido a un pueblo en cuanto supo que estaba embarazada, pues el papá de Ignacio no se responsabilizó y le sacó el cuerpo a su deber.

Si, todo un enredapitas.

Charlotte e Ignacio optaron por apoyarlo, tanto que decidieron pagarle los estudios, pero Dante se tenía que venir a vivir aquí a la ciudad. Querían tenerlo cerca.

— Dante no tiene la culpa de los errores de mi padre. Y bueno, es mi hermano. Debo aceptarlo como tal. Le he tomado cariño y al menos no es un marica — termina por contar

Sé que con lo último se refiere a su hermano transexual.

— Entiendo — hablo después de escuchar su relato — ¿Por qué no perdonas a Charlotte? — le pregunto.

— No lo merece — me responde tajante.

— Pero igual le hablas. Cuando uno no quiere ver, ni saber de una persona, simplemente la ignora; pero no es justo que la estés tratando mal siempre. He visto en su rostro dolor cuando le hablas con prepotencia — le digo

No sé si me estoy metiendo en la boca del lobo.

— Sabes, es difícil. No puedo perdonar a la persona que mató a mi madre — dice reacio.

— No la mató Ignacio — le digo en voz baja, uniendo mi mano con la de él para que se relaje. Pero no es así.

— Si lo hizo, hundió a mi madre en depresión hasta que murió. ¿Por qué mierda tuvo que vestirse como un puto marica? — pregunta con rabia.

— Hay personas que nacen en cuerpos que no son suyos, que no se sienten bien con el sexo con el que nacieron y por eso adquieren el opuesto — le hago saber y también respondiéndole a lo dicho por él — Ignacio, le has preguntado siquiera, ¿Cuántos años ocultó lo que sentía? — le pregunto y él se queda callado — Quizá se cansó de hacerlo y tomó esa decisión. No veo lo malo en ello.

— Lo malo, Camila, es que mi madre se murió. Lo malo es que no me avisó del puto entierro. Lo malo, Camila, es que no me despedí de mi madre por última vez — me dice con rabia

Me duele verlo en estos momentos. Ignacio mi chico ojos miel está a punto de llorar y no sé qué hacer. Me han dicho que un gran abrazo cura los males del alma, así que lo hago. Mis brazos toman vida propia y rodean su tronco.

— Pienso que se deben los dos una disculpa. Si no hablan, nunca sabrás las razones del porqué no te avisó. Hazlo, Ignacio; habla con ella — le aconsejo.

Él traga seco, conteniendo el nudo que seguro siente en su garganta.

— ¿Por qué tendría que pedirle disculpa? Fue él quien hizo las cosas mal.

— Primero que todo, debes dejar de tratarlo como hombre. Le debe doler que aun la trates así. No debe ser fácil para ella que le digas aun de esa forma — le digo, ahora alzando mi mano y acariciándole la barba. Soñé tanto con hacerlo que se me hincha el corazón de mucho amor

— Te doy muchos besos más, si hablas con ella — le propongo en mi ingenuidad. Él se ríe, mostrándome esos dientes blancos y hermosos. Me vuelve loca este hombre.

— Puedo tener tus besos sin ningún problema, no hablare con nadie

Volteo mis ojos.

— Eres tan egocéntrico — le digo en modo cariñoso, besando su mejilla — ¿Lo harías por mí?

No sé por qué le pregunte eso, pero ha salido de mi boca sin pensarlo.

— Tal vez, con una condición.

— ¿Cual? — le pregunto.

— Que por favor me des comida, el intento fallido de escuchar película me dio hambre.

— ¿Tienes hambre?

— Es lo que he dicho.

— Oye no te burles — le digo, ya que está sonriendo — Esta bien. Qué te parece... ¿sándwich?

— No sabes hacer otra cosa ¿cierto? — me pregunta

Muero de vergüenza.

— P- Pues no

La carcajada de su parte no se hace esperar y me siento muy pero muy apenada

— No te burles de mi — le digo con disgusto.

— Vamos, no te enojes. ¿Qué más sabes hacer? — dice con tono de burla y me despego de su lado.

— Pues... los cereales me quedan geniales

Él asiente sonriendo.

— Ajá.

— Y bueno, también...

— ¿Si puedes con los sándwiches? — pregunta, curioso.

— Obvio que si — Digo indignada.

— Está bien — dice y yo lo libero de mis brazos.

Voy a la cocina. Tomo la sandwichera y le grito a Ignacio para que me diga en qué lugar está el pan tajado y todo lo necesario para hacerlos. Haré para él y para mí, porque también traigo hambre. Cabe decir que me quemé como dos veces los dedos y mi chico ojos miel me dice que en el refrigerador hay jugo y sirvo los dos vasos.

Comemos en silencio. Como yo y se los doy a él. Esto es tan genial; me siento a gusto estando así con él.

Juliana no me creería si se lo contara y ya estoy ansiosa por hacérselo saber. Al fin mi amor se dio cuenta que le gusto y que me muero por él, aunque sé que lo sabía desde mucho antes. Espero que esta felicidad dure por mucho más tiempo, hasta el fin de mis días.

Mi corazón salta de alegría y entusiasmo. Hoy más que nunca... Amo a Ignacio. Eso lo tengo claro.


Si te esta gustando la historia, muchas gracias por darle la oportunidad y apoyarme.

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