Capítulo 24

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De la garganta de Ben escapa una exclamación ahogada y una sola palabra: -¡¿Abuelo?!

El hombre que tiene delante es tan alto como él, aunque mucho más mayor. Viste las ropas de un Maestro Jedi. Sobrepasa ampliamente los sesenta años. Su voz es grave y su mirada fiera y penetrante. Ben avanza hacia él sin miedo e intenta tocarle. Su mano traspasa limpia la imagen, como la había atravesado en Crait un año antes, cuando se enfrentó a la proyección mental de su tío Luke. Aunque esta vez sabe que se encuentra ante un fantasma de la Fuerza. La figura le observa impenetrable y se acerca hasta la pétrea figura de Padmé Amidala. Allí, tan solo alza una transparente mano para tocar la talla de madera de marfil, que ahora cuelga al cuello de su eterna amada, y entonces tras unos segundos, para él de recogimiento, para su nieto de estupor, habla:

-Te agradezco que hayas traído el colgante hasta aquí. Su auténtico lugar es el cuello de Padmé. Ahí luce como en ningún otro sitio. Tallé esa sencilla pieza para ella cuando todavía no nos habíamos casado. Quería que tuviera un amuleto de la suerte. Esa que nunca tuvo. –Un pesaroso suspiro huye de su exánime pecho evaporándose en el aire ahora frío de Naboo: -Nunca debí llevármelo, y mucho menos dejarlo en un Templo Sith.

-¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué... te lo llevaste?

El espectro se da la vuelta para encararle y contesta: -Fue hace muchos años. Tantos que ya ni lo recuerdo. Regresé a este lugar para verla. Aunque fuera así, esculpida en una roca. Ansiaba tanto tener algo de ella. Algo tangible. Imperecedero. Como fue mi amor por ella. Por eso me llevé esa joya. La dejé en ese lugar oscuro porque era más fácil tener acceso a ella. No podía tenerla junto a mí. No, teniendo a Palpatine tan cerca. Acechante. Ese holocron me sirvió de aliado. Cuando sentía que las fuerzas me abandonaban, tan solo rememoraba la pequeña pieza de madera, y ésta venía a mí. En ella deposité todos mis amados recuerdos de ese amor. Con Padmé viví los días más felices de mi vida. - El anciano agacha la cabeza evocador y afligido.

Ben observa al fantasma de su abuelo como a un desconocido. En realidad lo es. Jamás conoció en vida a su abuelo Anakin. Pero siempre creyó que sería muy diferente del hombre que tiene ante sí. Aquella recreación del gran Anakin Skywalker no tiene nada que ver con la del poderoso Darth Vader. Aquel Señor Oscuro tenía una apariencia temible, y nunca habría hablado de manera tan humana a como lo hace este. Interrumpiendo la meditación en la que parece sumido el espectro, pregunta sin compasión alguna:

-Te he llamado muchas veces, abuelo. ¿Por qué nunca contestaste? ¿Por qué te me apareces ahora aquí?

El hombre levanta la cabeza y responde: -Las cosas se dan cuando llega el momento, Ben. Nunca antes. Al igual que yo en mi juventud, tú careces de paciencia. Cualidad fundamental para ser un Maestro Jedi.

-¡No soy un Jedi! - Grita enfurecido sin medir el tono.

-¡Tampoco eres un Sith! –Vocifera en respuesta con voz rotunda su abuelo. Los oscuros ojos de su nieto se entrecierran. El joven se siente colérico y también avergonzado por haber errado en sus propósitos.

-¡Lo siento, abuelo! Siento no haber continuado con tu legado.

-¿Con mi legado?

-¡Sí! - Afirma Ben de viva voz, y con un asentimiento de cabeza agrega: -Con mi herencia. Como sucesor de Darth Vader.

Los ojos de Anakin se vuelven acerados y toda su actitud cambia al enfado cuando contesta: -¿Crees que mi herencia consiste en convertirte en ese monstruo que fue Vader? - El muchacho frunce el entrecejo al escuchar de labios de su ancestro, esa despectiva definición hacia el objeto de su devoción desde niño. Con tono enfático y firme el hombre continúa su plática: -¡No, Ben! No puedes querer transformarte en ese ser aberrante, despótico y abyecto.

Black Diamond (La redención de Kylo Ren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora