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Min YoonGi

Mi aliento golpeó suavemente el vidrio de la ventana frente a mí, dejando una mancha de humedad en ella. Dibujé el irregular garabato de una nota musical, y repetí la misma acción por varias veces más.

El invierno presente en estos meses no era un secreto para mis curiosos ojos que observaban determinadamente la nieve acumularse en las calles. Aunque, después de tanto tiempo, sí era algo muy desconocido para mi propio cuerpo. No recuerdo cómo se siente tener nieve entre mis manos, mucho menos recuerdo cómo se siente ser sorprendido por una repentina lluvia o comprar un café para calmar la gélida sensación en mi cuerpo. Todo eso se había convertido en algo extraño. Esa clase de actividades en el exterior eran cosas que alguna vez hice, y tenía la seguridad de que jamás volvería a hacerlas; aunque anhelaba lo contrario.

Las bocinas de los autos y el barullo de la gran ciudad eran amortiguados por el vidrio, por lo cual estaba sumamente agradecido. La gente se paseaba con sus sonrisas de comercial por cada esquina y sus risas parecían taladrar cada rincón de mi habitación, aunque sé que sólo lo hacen en mi cabeza.

Formé una mueca con los labios y alejé mi vista de aquella ventana, culminando con mi escrutinio visual del exterior. Abracé aún más mis piernas y oculté mi rostro en éstas, como una barrera que me protege de todo.

Un escalofrío recorrió mi espina dorsal erizando cada vello de mi nuca al escuchar la puerta de mi habitación abrirse con lentitud. Mis pies se enterraron con fuerza en el sofá en un acto de nerviosismo. Su presencia me anunciaba la llegada de nuevos suministros, de una limpieza general y de una charla que prefería evitar.

—Dejaré todas las cajas aquí, YoonGi —susurró con cautela.

No contesté, aunque ella no esperó ninguna respuesta por mi parte. Tampoco me tomé la molestia de mirarla, aunque aquello le partiera el corazón en mil pedazos (según me había dicho antes).

Estuvo unos tortuosos minutos entrando cajas y acomodando todo en su lugar, llevándose las cosas sucias o en mal estado hacia el pasillo. A veces decidía comentarme sobre su día o sobre las nuevas cosas que me compraba que, según ella, no dejarían que me desnutra o deje de comer, como habitualmente hacía. Me hablaba sobre mi hermano mayor y lo bien que le iba en la vida, lo cual solamente lograba que me sintiese doblemente miserable, además de aliviado y contento por él.

El proceso siempre era el mismo.

—Mañana es un día especial —continuó hablando, sin conseguir captar mi densa mirada —. Es tu cumpleaños, hijo.

Aquello lo dijo con tanta emoción y calidez, como una invitación al evento más importante e íntimo, que quise reírme por su ingenuidad y su esperanza de que yo también estuviese ansioso por ese hecho.

No estaba dispuesto a celebrarlo.

Y mucho menos iba a salir.

—Podemos llamar a algunos de tus viejos amigos si quieres, YoonGi —sugirió, sonando más alegre de lo normal —. ¡Hasta podrías tener un gran pastel con...!

—Vete.

Logré interrumpir su lluvia de ideas alegres de la forma más suave posible, pues sus intentos de arrastrarme hacia el exterior me ponían los pelos de punta y hacían crecer un sentimiento de amargo descontento en mí de forma acelerada.

No la estaba mirando, pero el sonido de la puerta cerrándose detrás de mí me indicó que se había rendido y decidió abandonar mi preciado espacio. Y es otra cosa bastante común entre nosotros también.

Sentí el ambiente más ligero, pero eso no me impidió que se formara una repentina intranquilidad en mi ser. Odiaba sentirme tan invadido y, por largos minutos, ciertamente demasiado ansioso para mi gusto. El trato que me daba mi madre era atento, pero no por eso dejaba de sentir que me trataba como un enfermo, como alguien que debía ser obligado a mejorar pronto.

Me levanté con pereza y mis pies, casi en un acto inconciente, tomaron rumbo hacia el piano situado en el otro extremo de mi limitado espacio, encontrando un alivio instantáneo en cada nota que mis largos y pálidos dedos lograban formular al presionar con cuidado las teclas.

Y así, dejándome llevar por mi deseo de calmar mi ansiedad o tal vez de darle un sentido a este día, toqué sin cesar. Lo único que lograba relajarme era esto. No encontraba una mejor forma aún, pues la música siempre fue mi poción sanadora. Por más que también lograba relacionar a mi piano con malos recuerdos, éste siempre había estado fielmente a mi lado para ayudarme a reprimir esas memorias tormentosas.

Luego de un extenso tiempo en el que estuve sumido en mi propio mundo, escuché tres toques en la puerta y automáticamente mis dedos abandonaron su labor. Esperé a que ingresara en la habitación, pero se mantuvo fuera de ésta, y eso me había agradado más que sus acciones anteriores.

—Ya son las doce —escuché su suave voz desde el otro extremo de la puerta —. Feliz cumpleaños.

El silencio adornó la situación y la tensión fue protagonista en mi interior.

Todavía podía sentir su presencia detrás de la puerta, pero de mí no salieron más que suspiros temblorosos.

Un sollozo se hizo presente por su parte y luego, casi de forma predecible, sus apresurados pasos resonaron en el pasillo, dando por finalizada su incómoda visita.

—Gracias —susurré, siendo yo el único testigo de tales palabras.

ʜɪᴋɪᴋᴏᴍᴏʀɪ ; ᴍʏɢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora