san

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Kim SooYun

—Yo... eh... soy Kim SooYun —fue lo único que se me ocurrió decir después de abrir esa puerta y adentrarme en la blanquecina habitación.

Había preparado un discurso, uno muy ingenioso y lleno de enseñanzas sobre educación y amor materno... Pero no fui capaz de encontrar mi voz ni mi valentía al verlo.

La habitación lucía como un refugio perfectamente diseñado para sobrevivir a una invasión o una guerra; un escritorio con una computadora, varias repisas llenas de libros y mangas, un mini-refrigerador, mantas en el suelo y un piano precioso situado en un rincón de aquella habitación.

Lo extraño no era eso, sino la cantidad de cajas con comida y agua mineral o latas de refrescos que tenía esparcidas por algunos rincones. Todo lucía impecable pero extraño.

Y él, tan estático como si de un muerto se tratase, me observaba con expresión neutra desde su cómodo y pequeño sillón frente a la única ventana del sitio.

Conforme los minutos pasaron me pregunté si debía decir algo para romper la evidente tensión, ya que él planeaba no hablarme.

Cuando di un paso hacia él, se encogió más en su sitio, abrazando con fuerza sus piernas. Casi como si yo fuese una clara amenaza para él.

Me detuve, sabiendo que cruzaba un claro límite establecido por su semblante incómodo.

—Me mudé esta mañana, vivo al lado. Tu mamá me invitó cuando fue a darnos la bienvenida —le conté, sabiendo que eso respondería a muchas de sus preguntas internas —. Estás siendo grosero con tus invitados —expresé mi descontento frunciendo el ceño, evitando apenas su profundo contacto visual.

Bajé la cabeza y jugué con mis anillos, buscando distraerme con algo para bajar mis nervios. Mordí mi labio inferior y observé con un fingido interés mis medias con diseños de gatitos.

De repente lo encontré de pie frente a mí, pero aún manteniendo cierta distancia. Levanté la vista rápidamente hasta toparme con sus oscuros ojos.

Su piel era como la porcelana más fina, sin ninguna imperfección y de un color pálido. Se veía delicado pero masculino. Su cabello color azabache caía en mechones descuidados sobre su frente, intentando ocultar esa profunda mirada.

De alguna forma, su rostro me era familiar y muy encantador.

—L-Lo lamento... —habló pausadamente, causando que un escalofrío se extienda por todo mi cuerpo. Su voz era grave, pero su habla era suave y apacible, como una dulce melodía que deseaba escuchar en todo momento.

Me arrepentí al instante de cada pensamiento negativo sobre su persona que yo misma había construido en mi cabeza minutos atrás. No desprendía ni una pizca de altanería, mala educación o violencia (como yo lo había visualizado). Parecía un tranquilo pero asustado niño. Todo en él me lo indicaba. Desde sus nerviosas manos, hasta su forma de pararse como si estuviese aterrado de recibir un golpe o un grito.

YoonGi es especial.

—YoonGi —lo llamé, y noté el esfuerzo que estaba haciendo por mantener el contacto visual conmigo —. Tal vez no te agrade festejar tu cumpleaños, pero tu madre tiene la gran ilusión de que lo hagas.

No mostró ningún ademán de responder a mis palabras, por lo que continué, con mi corazón latiendo con fuerza ante su inexpresivo semblante ante mis palabras. Como si yo no estuviese allí hablándole, como si estuviese divagando mentalmente sobre algo más interesante que escucharme.

—Así que... ¿bajarás a celebrar? —pregunté, arqueando una ceja.

Él sólo se limitó a negar ligeramente con la cabeza.

—¡Debes bajar! —exclamé, tomándolo de la muñeca dispuesta a tirar de ésta para sacarlo de su encierro, pero me detuve al ver la alerta y miedo en sus ojos.

Soltó un suspiro entrecortado, mirando la unión de mis manos y su muñeca como si fuese algo letal y prohibido.

Lo solté rápidamente, y pareció tranquilizarse un poco, pero aún así le fue imposible ocultar el escandaloso rubor de sus mejillas.

—Bien... —suspiré —. Traeremos la fiesta aquí.

Su expresión se fue deformando hasta convertirse en una mueca de sorpresa y, sobre todo, disgusto. No le había agradado mi idea y mucho menos mi repentina intromisión en el asunto. Por supuesto, era algo que no podía cuestionarle. Yo era la chica nueva en el edificio que estaba, de repente, irrumpiendo en su zona de confort para lograr un beneficio ajeno.

Antes de que pudiera decir algo más, salí corriendo fuera de la habitación y bajé las escaleras. La Señora Min me observó con una gran sonrisa mientras veía cómo yo cargaba el pastel entre mis manos y volvía a subir con él.

Grata fue mi sorpresa cuando, luego de varios intentos girando el pomo, la puerta no se abrió. Y me encontré a mí misma como una completa tonta de pie en el pasillo de una residencia desconocida, con un pastel entre mis manos e intentando lidiar con la situación.

Ese maldito...

—¿Puedes abrir, YoonGi? El pastel es pesado —hablé, fingiendo que no estaba furiosa porque me dejó afuera.

Silencio.

Puro y sepulcral silencio por unos largos segundos.

Intenté respirar hondo y mantener la calma.

—¿Estás ahí, Min?

—Yo no te he invitado, no te conozco... Debes irte —habló desde el otro lado de la puerta —. Vete, por favor... —pidió con desesperación, casi en una súplica. Parecía que iba a llorar en cualquier momento —. ¡Vete, ahora!

Di un respingo, muy aturdida e intentando procesar la situación. Su voz sonaba quebradiza y yo sabía muy bien que estaba entrando en pánico con todos estos abrumadores y desconocidos acontecimientos.

Lo había arruinado todo; tanto los planes de la Señora Min como el día especial de YoonGi.

La vergüenza y la culpa se alojaron en mi semblante con rapidez. Lo había puesto incómodo, invadí su espacio, pretendí darle una lección y conformar a su madre sin saber realmente cuáles eran las circunstancias. ¡Sin siquiera conocerlo a él!

¿A esto se refería ella con especial? ¿era YoonGi extremadamente tímido y yo, una extraña, acababa de sobrepasar los límites de confianza con él?

Quise golpearme a mí misma incontables veces. Había hecho el papel de la lunática confianzuda.

Dejé el pastel en el primer lugar que encontré, y con mis mejillas ahora teñidas de un color carmesí, tomé el regalo que había dejado en el mueble de aquel pasillo y me acerqué de nuevo a la puerta, situándolo frente a ésta.

—Lo siento tanto, YoonGi —dije con tono suave.

No recibí respuesta.

—Feliz cumpleaños.

Y luego de eso, abandoné la casa de los Min con una angustia instalada en mi pecho y la esperanza de volver para remediarlo.

ʜɪᴋɪᴋᴏᴍᴏʀɪ ; ᴍʏɢDonde viven las historias. Descúbrelo ahora